LIBROS

Peter Gabriel, el músico que inyectó la música africana al lenguaje pop y que congenió con Felipe González y Pasqual Maragall

Un excepcional libro de Javier de Diego Romero traza una completísima y perspicaz panorámica de uno de los músicos pop más determinantes de las últimas décadas

Peter Gabriel, en una imagen de la época.

Peter Gabriel, en una imagen de la época. / ARCHIVO

Ha vendido 20 millones de discos en todo el mundo, pero no tanta gente sabe que un Peter Gabriel (Chobham, Reino Unido, 1950) a la desesperada no tuvo mejor ocurrencia que embutirse en un vestido rojo de mujer y calzarse una cabeza de zorro como extravagante recurso escénico para evitar que sus Genesis tirasen la toalla y se separasen cuando el éxito comercial aún les era esquivo. Fue en un concierto el 28 de septiembre de 1972. Ahí brotó su buena estrella. Desde entonces, todo cuesta abajo y sin frenos. La fama no tardaría en llegar.

Es una de las muchas encrucijadas significativas que cuenta Javier de Diego Romero (Madrid, 1977) en su libro Peter Gabriel, un explorador musical y su tiempo (Sílex, 2024), recientemente publicado. Un exhaustivo tocho de más de 500 páginas cuya tensión narrativa no decae y con las que este historiador, colaborador habitual de publicaciones como Efe Eme, Rockdelux o Enlace Funk, se doctora como una de las voces más autorizadas en el mundo para hablarnos de un músico cuya relevancia es mucho mayor de lo que se advierte a simple vista: líder teatral de una de las formaciones más emblemáticas del rock progresivo, referente del pop de vanguardia, reputado autor de bandas sonoras, precursor del arte multimedia, innovador en el terreno del videoclip, músico de éxito planetario con evidente olfato comercial, divulgador de las músicas no occidentales en el ámbito del pop, prestigioso activista por los derechos humanos, y hasta pareja (si se me permite la frivolité) de mujeres tan dispares como Sinéad O’Connor y Claudia Schiffer… ya lo dice el autor en su introducción: hay tantos Peter Gabriel posibles que cualquier semblanza se queda corta para describir a un personaje tan poliédrico.

Peter Gabriel, con un vestido rojo de mujer y una cabeza de zorro.

Peter Gabriel, con un vestido rojo de mujer y una cabeza de zorro. / ARCHIVO

De Diego lo hace, además, con el rigor de quien puede permitirse –merced a su zambullida integral y a su atención al contexto social y político– reventar algunos tópicos, casi siempre propios de visiones perezosas y estereotipadas. Ni el punk sepultó al sinfonismo ni Gabriel era un artista estrictamente progresivo ni el hecho de que procediera de una familia acomodada le garantizaba el éxito. En pleno verano de 2024, solo siete meses después de su último trabajo de estudio, son cosas que aún conviene resaltar.

¿El único 'prog rocker' respetado?

Tanto él como Peter Hammill (Van Der Graaf Generator) fueron más que respetados por la generación punk del 77. Quizá los únicos de entre quienes procedían de una escena en la que las canciones abigarradas, en forma de suite de más de 10 o 15 minutos, marcadas por grandilocuentes desarrollos de teclado y ansias conceptuales que podían rayar lo pretencioso, eran ley. De hecho, Peter Gabriel llegó a telonear a The Stranglers y Sham 69 a finales de los 70 , tras abandonar Genesis y emprender una carrera en solitario que entonces se antojaba incierta. “Le gustaban más The Clash que los Sex Pistols, y decía que las canciones más pop de Genesis en realidad habían sido las suyas, porque era un músico curioso y esa vuelta a la concisión del punk y la new wave no le era tan extraña”, cuenta el autor.

Otra cosa muy distinta es lo que pensara el público o la crítica, porque siempre se ha dicho que el punk británico estuvo desde un principio mucho más politizado que el norteamericano, que era más intelectual y arty, y siempre hubo en Reino Unido quien no le perdonó a Gabriel haberse educado en una public school, reducto educativo de las clases más pudientes, escuelas independientes privadas que, pese a su nombre, de públicas tenían más bien poco (así de suyos son los ingleses hasta para nombrar las cosas, por algo conducen por la derecha). “Esa obsesión tan inglesa por las diferencias de clases sociales es una constante a lo largo de su carrera, ocurre sobre todo con el estallido del punk, momento en el que se asocia el rock a la clase obrera, y también cuando en los 80 sale el CD, que se asocia a los yuppies, y que él siempre defendió como formato”, afirma Javier. Un prejuicio, el de haber gozado teóricamente de alfombra roja a las primeras instancias de la industria gracias a su extracción social, del que siempre se quejó amargamente Peter Gabriel. “Le daba rabia que esto no le ocurriera también a Joe Strummer (The Clash), quien también procedía de una familia acomodada pero lo ocultaba, mientras él no lo hacía”, desvela el autor.

Hallazgos para la historia

Argumenta Javier de Diego en las páginas de su libro que Genesis se distanciaron del rock progresivo en la misma medida en que Roxy Music se distanciaron del glam rock. No estaban tan lejos unos de otros, ni mucho menos. Por eso me recuerda que “en los Genesis de Gabriel hay rasgos de presentación visual que se asocian al glam, algo teóricamente muy alejado del progresivo, pero también a la androginia, por sus disfraces y vestidos de mujer: había quien rechazaba a Yes o Emerson, Lake & Palmer, pero simpatizaba con Peter Gabriel, porque al final las barreras entre géneros no son tan estrictas”, defiende. La liviandad de música disco y el funk también eran en un principio anatema para quienes fundían el rock con la música clásica y querían dotarlo de aires de alta cultura, pero curiosamente a quienes Peter Gabriel siempre había admirado era a leyendas de la música negra como Otis Redding y Nina Simone. “Obviamente, la música negra no estaba entre las influencias del rock progresivo, a eso no pudo darle en Genesis mucha rienda suelta hasta The Lamb Lies Down On Broadway (1974)”. Paradójicamente, tanto Phil Collins, batería de Genesis en aquel momento, como él mismo, acabarían triunfando mundialmente con plantillas sonoras de raíz negra: el ritmo de la Motown en el caso del primero y el funk y luego los sonidos del mundo en el del segundo. “A Peter Gabriel le gustaba por el ritmo, que consideraba a veces el núcleo de toda composición, y su gusto por las grandes voces negras era notorio, y llega hasta el gran Youssou N’Dour”, explica De Diego.

Peter Gabriel, junto a los componentes de Genesis.

Peter Gabriel, junto a los componentes de Genesis. / ARCHIVO

El músico británico fue uno de los primeros en sacar partido de dos avances técnicos típicamente ochenteros: el teclado Fairlight (tan utilizado por Kate Bush, Laurie Anderson o David Bowie) y el gated reverb, la clásica reverberación de compuerta cuyo ejemplo más gráfico es el estruendoso sonido de la batería de In The Air Tonight (1981), de Phil Collins, con la característica producción de Hugh Padgham: “A Peter Gabriel le preguntaban si había copiado el efecto de batería de Phil Collins cuando en realidad fue al revés, aunque realmente él dio con ese sonido porque no quería elementos metálicos en la percusión, ni platillos ni charles, y de esa innovación nace el accidente técnico que da lugar a eso, aunque él no es el principal artífice”. El propio Phil Collins se vanaglorió años después de que en uno de sus discos no apareciera el Fairlight, pero pese a esas pullitas y algunos malentendidos, la relación de los miembros de Genesis con quien había sido su fundador siempre fue cordial, hasta el punto de que le reservaron un hueco en la formación para un solo concierto en 1982, con el fin de que la la recaudación en taquilla le ayudara a enjugar el enorme agujero económico que le había supuesto una deficitaria primera edición del festival Womad.

Instigador de las músicas del mundo

Y ya que llegamos al Womad, el festival de música popular y étnica de cualquier rincón del mundo que impulsó desde principios de los ochenta (y que tiene una de sus sedes en Cáceres), llegamos al arco de bóveda: ¿cuál es la principal aportación de Peter Gabriel a la cultura de nuestro tiempo? Javier de Diego Romero lo tiene claro: “Si tenemos en cuenta los elementos de música africana que ha introducido en sus discos, el festival Womad y el sello Real World, ambos impulsados por él, yo diría que es quien más ha influido en introducir música de cualquier lugar del mundo en el mainstream”, afirma. Contrasta, eso sí, que casi siempre se hable más de Paul Simon y de David Byrne a la hora de localizar el faro principal de grupos como Vampire Weekend y solistas como Damon Albarn. Para el autor del libro, hay una explicación: “Lo que pasa es que no tiene un disco tan emblemático como Graceland (1986), la música de Peter Gabriel no se salía tanto del pop”, dice, aunque nunca se cansa de reivindicar su figura por lo que tuvo de “estar siempre con un pie en el mainstream y otro en cosas que se cocían fuera de él, como David Bowie: el gran legado de Peter Gabriel es que se nos ha hecho natural escuchar estas músicas en discos de pop”.

Recorte de 'El País' con la noticia de Maragall y Gabriel.

Recorte de 'El País' con la noticia de Maragall y Gabriel. / CEDIDA

Defiende el autor del libro que Gabriel es un personaje “tan ambivalente, de figura poliédrica, como Ray Davies”, el líder de The Kinks, sobre quienes versaba su anterior libro, ya que si este era capaz de escribir una canción como Sunny Afternoon (1966), en la que “critica a un aristócrata venido a menos pero también se retrata a sí mismo”, Gabriel también era capaz de reírse del ideal de riqueza del que él mismo participaba en canciones y videoclips como el de Big Time (1986), ya que “por un lado se sentía ajeno al mundo de los yuppies y a lo que representaban Reagan y Thatcher, pero al mismo tiempo se sentía a gusto en fiestas y no rehuía el éxito comercial”.

Sabiendo todo esto, no es tan extraño que en el libro aparezcan sendas fotos de Peter Gabriel junto a Felipe González cuando era presidente del gobierno español y con Pasqual Maragall cuando era alcalde de Barcelona. Dos imágenes que quizá choquen a quien las desconozca, y que dan testimonio de su elaborada faceta de urdidor, de hábil estratega incluso desde el activismo político, como se había visto ya en su rol de impulsor de las giras de Amnistía Internacional e finales de los ochenta. Las reuniones tuvieron lugar en 1992 y 1993, justo después de las Olimpiadas, y el objetivo era crear el parque temático cultural Real World Experience en Barcelona, que finalmente se desestimó porque la hucha para los grandes fastos había quedado ya exangüe: “Tiene fama de ser muy diplomático, de saber vender muy bien sus proyectos: esto era algo tremendamente innovador de arte multimedia e interactivo, cuando ni habíamos oído hablar de internet, y faltó poquísimo para que lo hiciera, y fíjate que lo ideó con Brian Eno y Laurie Anderson, pero el peso político lo llevaba él”, me recuerda el autor.