CUENTO

La guerra

En este relato breve, la premio Cervantes 2021 recrea las consecuencias de un bombardeo aleatorio

Un aula destruida por un misil en Járkov (Ucrania).

Un aula destruida por un misil en Járkov (Ucrania). / EFE

Cristina Peri Rossi

Varias bombas sonaron a pocos metros de allí. Nadie podía saber quién las lanzaba, porque eran disparadas por lejanos misiles desde otro territorio enemigo sin previo aviso ni advertencia. Un soldado que había impulsado un misil le dijo a otro:

–¿Habremos destruido un hospital, una escuela, un teatro o un edificio de muchos pisos?

El otro hizo un gesto de indiferencia alzando los hombros. 

–El plano del GPS dice que es una universidad.

–Allí suelen refugiarse muchos enemigos –dijo el primero. 

–Son inofensivos –respondió el segundo–. Solo lanzan panfletos y carteles. No fueron llamados a filas, no suelen tener armas, solo gritan un poco y duermen en la calle, a la noche, pese al frío.

–Allí me gustaría encontrarme a una protestando –dijo el otro–. Le hundiría el misil en el culo y cuando estuviera por morir, la follaría.

–Qué bruto eres –dijo el otro–. Es mejor violarlas con la culata.

Sonó otra señal por el transmisor, cambiaron unos metros la correa metálica del misil y lo lanzaron al aire. El misil recorrió una amplia parábola en el cielo oscuro y reventó con gran estrépito contra la universidad. Hubo mucho ruido de bloques de pared, de escaleras, de techos y gritos.

En uno de los pocos recintos que todavía se conservaba en pie, aunque algo destruido, un hombre intentaba rescatar un ordenador y unos papeles mientras el otro recogía carpetas, tiras de films y cuadernos. 

–¡Desgracia humana! –gritó el primero–. ¡Ahora, cuando por fin había descubierto la posible traducción correcta de un verso enigmàtico de Diocleciano, del siglo VI, para la Universidad de Salamanca! 

–No es enigmático –dijo el otro–. Sabes perfectamente que hay ocho traducciones diferentes, varían en una a o en una e. Eso, en latín, es fundamental.

Sonó otro misil. Cerca, esta vez muy cerca. Se oyeron gritos humanos, sonidos de ambulancias y sirenas.

–No hay nada que hacer –dijo el profesor, apesadumbrado–. No solo se ha roto el ordenador, sino que se han hecho cenizas mis archivos.

–Siempre habrá que agradecer que ni griegos ni romanos tuvieran misiles, dijo su interlocutor.

No tuvo quien le contestara, porque una esquirla les cercenó la cabeza a ambos.