Opinión | OPINIÓN

Territorio Barbitania, patria de escritores

Es envidiable la conexión del Ayuntamiento de Barbastro con este festival literario

Una de las charlas que se celebró en el marco del festival literario Barbitania 2024, celebrado en Barbastro.

Una de las charlas que se celebró en el marco del festival literario Barbitania 2024, celebrado en Barbastro. / Marcos Cebrián

Paseo ligero por el territorio literario de Barbitania, repleto de especímenes que ven en la invención una forma de sobrevivir. Así son los autores. Si no escriben, desaparecen. Si no crean, se quedan sin oxígeno. Y así Barbastro se convierte durante tres días en patria de ficción donde se reúnen para respirar sanos un listado de narradores como Luis Alberto de Cuenca, Andrés Trapiello, Manuel Vilas, Miqui Otero, Sara Barquinero, Carlos Marzal, Paula Melchor, Gabi Martínez, Mónica Zgustova y otros muchos, convocados por la profesora María Ángeles Naval, de la Universidad de Zaragoza.

Me había hablado de Barbastro el escritor Javier Tomeo, siempre tan lejos, a veces muy cerca de Huesca. Se quedó corto. Que una ciudad con 17.000 habitantes tenga tres librerías, y de nivel, explica una patria, uno de los temas recurrentes del festival literario. El certamen se convierte en una forma de dar cuerpo y personalidad a los premios que se dan esos días, el de Novela Ciudad de Barbastro y el de poesía Hermanos Argensola, este año obtenidos por Leonardo Cano y Antonio Praena, respectivamente.

Es envidiable la conexión del Ayuntamiento de Barbastro con Barbitania. A muchos certámenes ya les gustaría. Deberían declarar alcaldesa de ese territorio literario a Pilar Abad, la concejala de Cultura. La emoción va por dentro y es extraño observar cómo una dirigente política (intuyo que Abad tampoco lo tiene muy asumido) se implica en su organización. 

El camino escogido por la capital del Somontano y sus ciudadanos es envidiable. Todo fue literatura. Hasta el hotel de carretera donde me alojaron, el Sancho Ramiro, escenario ideal para una novela de Stephen King. Su última reforma fue en 1970, y así sigue. Sin enchufes, con olor a muy antiguo, agua caliente irregular, ahora sí, ahora no, sin desayuno ni wifi y un recepcionista adusto. Una experiencia de no ficción, pero que llena de contenido la imaginación.