Opinión | PERIFÉRICOS Y CONSUMIBLES

‘My Taylor is rich (lesson one)’

Cursos, congresos y encuentros ya han canonizado a Taylor Swift. Que venga a firmar libros a la Feria de Madrid

La cantante y compositora Taylor Swift, en un concierto en Lisboa.

La cantante y compositora Taylor Swift, en un concierto en Lisboa. / EFE/ MIGUEL A. LOPES

No se sabe cómo, hemos pasado del Club de los Poetas Muertos al Departamento de las Poetas Torturadas. Hemos transitado del «O captain! My captain!» de Walt Whitman al «My Taylor is rich» -acepten la variante- que anunciaban los cursos de inglés de los años 70 por no se sabe muy bien qué arbitraria decisión fonética y empresarial antes de que existiera el algoritmo.

El deslumbramiento swiftie (es vano recordar aquí que coloquialmente significa «truco, artimaña o engaño») es -dice Mariana Enriquez- un canto a la autoficción, al memoir, a la poesía confesional. La artista de Wyomissing (Pensilvania), twelve points, se desmarca del velasquino eslogan «Mamá, quiero ser artista» y se adentra de hoz y coz por el «mamá, quiero ser poeta torturada».

La Academia, no la de Operación Triunfo sino la que forman los/as expertos/as del mundo es un pañuelo universitario, ya han canonizado a Taylor Swift en cursos, congresos, seminarios y encuentros en Las Vegas, Melbourne y Torrecilla de la Torre. Que san Haroldo Raid, patrón de los Cultural Studies, nos pille confesados. Y que a los estetas los pille bien destetados.

Que venga Taylor a firmar libros a la Feria de Madrid. Que promocione sus poemas torturados la cofradía de estilistas de libros que, al parecer, aconsejan en la sombra a las influencers o figuras icónicas que ofrecen a sus seguidores formar parte de su clubs de lectura: una tal Dúa o Duda, una tal Rosalía, una tal Gigi. Que los monjes y monjas de la Congregación de Hermeneutas de la Calidad celebren sacramentos y organicen triduos, quinarios y novenas. Y que se hagan prácticas de monja en conventos palentinos durante el verano, un convenio Erasmus en Sahagún de Campos o en Belorado, un curso de especialización para aprender a dar pellizcos de monja, a cocinar yemas de santa Teresa, a montar un cristo y hacer de tu capa un sayo, de tu hábito un cisma y entrar como un rinoceronte en una cacharrería porque tú eres abada o abadesa. 

Qué premonitorio el libro de César Aira Cómo me hice monja. Qué vaticinio (y qué vaticano) lo de Whoopi Goldberg en Sister act: una monja de cuidado. Qué genial la Monja Alférez. Si no te cuadra tu congregación, tu iglesia, tu etiqueta, te sales del redil, te buscas un nuevo convento o una caseta de feria. Te vas al Palmar de Troya, como un héroe clásico. Te subes a la carreta del caballero de Chrétien de Troyes para ir a la feria.

Y allí, en el Departamento de Poetas Torturados te esperarán eruditos a la violeta, agentes, agentes secretos, autores levitando, autoras evitando la mano que quiere mecer su cuna, célebres o célibes según los casos, los cuarenta principales, los cuarenta ladrones y Ali Baba (no me pongan la tilde, aguda correctora). Que venga Taylor Swift con hábito de clarisa. Yo pongo el papamóvil.