PERIFÉRICOS Y CONSUMIBLES
Toni Kroos, el poeta que no quiere hacerse viejo
El futbolista se va discreto del campo de batalla, como una nota a pie de página que vale más que el capítulo que la contiene
Se acaba la Liga de Primera División. Gana uno, pierden algunos otros, se consuela como puede la mayoría. Ya solo quedan los partidos de Segunda División, que ahora llaman Liga Hypermotion o Liga Hipopótamo, como escuché decir a un aficionado con poca relación con la lengua de Shakespeare. Asciende el Pucela comunero y desciende el Cádiz.
En la victoria y en la derrota se advierte el territorio de la poesía. Zorrilla se aparece con caballeros, sevillanos, encubiertos, curiosos, esqueletos, estatuas, ángeles, sombras, justicia y pueblo. De la Tacita de Plata llegan los versos de Mágico González, poeta de la derrota y de la filigrana, maestro en la seriedad de la chirigota. Se produce un trasvase entre el agua salada de La Caleta y el agua dulce del Pisuerga que se pasea por la playa de Las Moreras.
Cuando el fútbol se marcha por la puerta, entra el amor por la ventana. El caballero andante Carletto di Roma apura su último chicle –ya fosilizado– y cruza con garbo y decisión de lado a lado del campo. Lo sigue una cámara en un trávelin perfecto: sonrisa, mirada concentrada, desprecio por lo que sucede a su alrededor. Llega hasta la grada y se funde –suena quizá Love is in the air– en un abrazo con su mujer para besarse después sin importar las miradas estupefactas. ¿Qué poeta cantará las hazañas del héroe blanco?
Le disputa el trono el Caballero Kroos de Greifswald, que no quiere envejecer en los campos de batalla, en las justas, en los duelos. Ha derramado ya suficiente sangre como para que las crónicas recojan sus proezas, para que los cantares escriban sus gestas en letras de oro. Se va discreto, como una nota a pie de página que vale más que el capítulo que la contiene.
Ha dejado más versos en el campo que los que recoge Juan Bautista Bergua en Las mil mejores poesías de la lengua castellana (y que me perdonen Quilis y Navarro Tomás). Fantasía germana, precisión tudesca, potencia expresiva teutona, desvío, medida. Y un primer motor o motor inmóvil que termina "killing me softly".
Los futbolistas y los poetas no deberían envejecer. Deberían ser siempre jóvenes y hermosos. Desvergonzados e incontrolables. Seguros de sí mismos y sin miedo al fracaso. Vale también para las poetas y para las futbolistas. Tendrían que llevar ellos y ellas tatuajes exagerados e incomprensibles, ser precisas y rencorosas, no andarse por las ramas de la retórica parda, despendolarse en los pases, enfangarse en remates imposibles, hacer paredes que construyan hermosos edificios que luego ellos mismos destruyeran o incendiaran, solo por el placer de ver cómo arden. Y en medio de las llamas, ardiendo por dentro, sonreír sabiendo que nunca se harán viejos.
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