CRÍTICA

'El celo', de Sabina Urraca: la domesticación de las contradicciones

En su nueva novela, la autora de 'Las niñas prodigio' indaga de qué manera es imposible construir una experiencia única, universal y sin fisuras

La escritora Sabina Urraca, autora de 'El celo'.

La escritora Sabina Urraca, autora de 'El celo'. / EPE

Anna Maria Iglesia

"Voy a tener que quitarte a nuestro hijo. Voy a tener que quitártelo. Porque tú estás loca", le repetía el Predicador a la Humana, se lo repetía "de cuando en cuando, y ella lo miraba desde un estupor terrenal, calentando el café de la mañana en los fuegos herrumbrosos de la casa de piedra, con un peso en el pecho. Ya no se atrevía a decirle que no tenían ningún hijo".

Ha pasado tiempo. La Humana vive ahora en Madrid sola con su Perra, a la que encontró una noche. Sin trabajo, consume ansiolíticos y acude a un grupo de mujeres maltratadas para conseguir recetas. Este es el origen de El celo, de Sabina Urraca (San Sebastián, 1984), una novela construida a modo de fábula en la que los personajes no tienen nombres y sus apelativos se refieren a su función en la trama, compuesta de distintos relatos con los que se indaga la imposibilidad de construir una experiencia única, universal y sin fisuras.

La novela rehúye, de hecho, cualquier acercamiento a la autoficción y/o la narrativa confesional y, a la vez, defiende la ficción como herramienta de indagación en las complejidades e incómodas contradicciones del individuo, renegando así de todo discurso totalizante.

Construir la realidad

El celo dialoga con Perder el juicio, de Ariana Harwicz, y con Tesis sobre una domesticación, de Camila Sosa Villada. Por un lado, Urraca presta atención a la capacidad de las palabras y de los relatos para construir la realidad, la experiencia y a nosotros mismos. La Humana está atrapada en los relatos macabros de su abuela y del perverso Predicador. Si su abuela trataba de protegerla de su sexualidad, si su madre se avergonzaba de la exuberancia de sus pechos, el Predicador termina por arrebatarle el deseo. La Humana asume no solo que debe callar, también desear ser "normal".

Urraca rompe con todo en una narración terrorífica en la que apenas hay agarraderos

Por otro lado, Urraca se fija en el modo en que los relatos son herramientas coercitivas a favor de la domesticación: la fortaleza y la potencia sexual de la Humana son "domesticados", si bien la pulsión sigue ahí. Y la pulsión es irracional y mueve a los personajes hacia territorios contradictorios, entre el deseo de "normalidad" y el de transgresión. "¿Cómo se podía odiar tanto a alguien y a la vez ser incapaz de existir sin él?", se pregunta la Hermana, pero, como le dice Mecha, una de las mujeres del grupo, todo se mezcla: la víctima sigue atrapada por su verdugo, el odio no niega el deseo, lo racional no anula el instinto. Con su celo incontrolable, Perra es el recordatorio de lo no domesticado, lo no coaccionado. Y entre ella y la Humana se da una simbiosis: la Perra es la Humana predomesticación.

Los personajes no son referentes, sino sujetos que, despojados de todo, se abren camino. Y la ausencia de nombres alude tanto a este despojo como a la libertad de quien aún puede buscar una identidad más allá de dogmas. Dar un nombre es domesticar, por eso la Humana no se lo da a la Perra ni Urraca a sus personajes. Tiene que ver con la aceptación de las pulsiones, de cierto salvajismo en los deseos, gozosos o perturbadores, y con una conciencia crítica ante los relatos coercitivos que nos amoldan.

Urraca rompe con todo en una narración terrorífica en la que apenas hay agarraderos. Incomoda, suscita incluso risas por su humor negro, pues nos sustrae de toda convicción haciendo tambalear el territorio de esa razón ilustrada con la que domesticamos lo indomesticable.

'El celo'

Sabina Urraca

Alfaguara

312 páginas

19,90 euros