CRÍTICA

'El castillo de los escritores', de Uwe Neumahr: miserias mundanas de Núremberg

El autor relata la desaforada vida de los periodistas que cubrieron el juicio

El escritor Uwe Neumahr, autor de 'El castillo de los escritores'.

El escritor Uwe Neumahr, autor de 'El castillo de los escritores'. / EPE

Quim Barnola

Mientras leía El castillo de los escritores no podía dejar de pensar cómo lo habría escrito Stefan Zweig. Uwe Neumahr (Winnenden, Alemania, 1972) le ha puesto empeño en la investigación y un buen trabajo divulgativo. Sin embargo, adolece de ritmo narrativo y de organización de la información. Aquello que Zweig hizo magistralmente, convertir los hechos en relatos apasionantes. Lamentablemente, el escritor austriaco se suicidó antes de ver caer a los nazis desesperado por el futuro de Europa, de la cultura.  

El escenario es el castillo bávaro de Faber-Castell, confiscado por los aliados en 1945 y convertido en campamento para los periodistas que acudieron a cubrir el juicio de Núremberg. Neumahr nos descubre los tórridos episodios que se produjeron al encerrar a un centenar de famosos y reputados autores en un castillo para contar al mundo las atrocidades del nazismo

Durante el juicio se aunó la frivolidad con el horror. El impacto de lo visto y lo contado en el proceso explica la desmesura en el consumo de alcohol y las juergas sexuales. Así, Neumahr detalla la promiscuidad de la escritora Rebecca West. Por ejemplo, sus relaciones con hombres casados, como el juez principal estadounidense, Francis Biddle, que le corregía los textos para el New Yorker, y con H.G. Wells, autor de El hombre invisible y La guerra de los mundos, a quien criticó hasta la saciedad pero con el que acabó teniendo un hijo, al que hizo pasar por su sobrino.

Para West, genio y figura, el juicio fue como un peep show histórico en el que los acusados se bajaron los pantalones. No tuvo reparos en tematizar el atractivo sexual de Hermann Göring, vicecanciller y sucesor de Adolf Hitler: "Sugería una sexualidad fuerte, aunque difícil de definir. A veces, en particular, cuando estaba de buen humor, recordaba a una –madame– como las que se pueden ver a última hora de la mañana en las puertas de las casas de las empinadas calles de Marsella". Por cierto, Göring se suicidó con cianuro.

Más enjundia tiene la traición de Ernest Hemingway a su esposa Martha Gellhorn. Simple y llanamente le robó la plaza de corresponsal en Europa durante la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, ella, que era mucho más astuta, no se amedrantó y se empotró como sanitaria en una de las unidades de los aliados que desembarcaron en Normandía. Fue la única periodista que pudo informar el día D desde primera línea. ¡Zasca! Claro que el matrimonio no duró demasiado. Estas miserias mundanas son oro puro. 

En medio del trajín del press camp, andaban por ahí Louis Aragon y su amada Elsa Triolet, que a las órdenes del Komintern consiguió separarlo de André Breton por considerar que era una mala influencia por ser trotskista

¿En el libro se habla del juicio? Sí, pero de forma tangencial, a través de los protagonistas. No es una síntesis del proceso, pero contextualiza los hechos y se focaliza en cómo lo vivieron los periodistas. Por ejemplo, Willy Brand afeó que en las sesiones no se escucharan a los antinazis alemanes, privándoles del ajuste de cuentas. Al premio Nobel de la Paz, por su contribución a mejorar las relaciones con la RDA y la URSS, no le debió pasar por alto que, mientras las miradas se centraban en la Shoah, Stalin vivió y murió impune. 

Especialmente interesante es la convivencia entre periodistas. Vivían juntos, pero no revueltos. La periodista Janet Flanner protestó junto con Erika Mann –hija de Thomas– por vivir en "una indigencia ineficiente" con un cuarto de baño para 30 mujeres y dos urinarios. Si bien es cierto que dormían casi amontonados en habitaciones comunitarias también lo es que estaban bien acostumbrados a la confortabilidad de los grandes hoteles.

Tanto talento en tan poco espacio. Aquel periodismo de antaño, rodeado de cierto glamur, que dio grandes escritores y magníficos relatos. Crónicas comprometidas, de condena al nazismo, para lograr interpretar la "banalidad del mal", según el término acuñado por Hannah Arendt, una intelectual que me despierta una tremenda curiosidad por su independencia a pesar de su relación amorosa con Martin Heidegger.

'El castillo de los escritores'

Uwe Neumahr

Traducción de Miguel Alberti

Taurus

336 páginas. 23,90 euros