Opinión | LA TROBAIRITZ

El sainete

Un político debe atender necesidades, escuchar, valorar qué se puede mejorar y salir del foco

Mariano de Paco, consejero de Cultura de la Comunidad de Madrid.

Mariano de Paco, consejero de Cultura de la Comunidad de Madrid. / EP

Los bocinazos locales en los que se censuran obras de teatro bajo el eufemismo de la “no contratación”, o las secciones feministas y LGTBIAQ+, que desaparecen de las bibliotecas municipales por imperativo de las buenas costumbres y la voluntad del concejal de turno, son los cañonazos de distracción, no por ello menos graves, para maniobras más hondas y asentadas de colonización conservadora de las instituciones culturales.

El pasado día 2 de junio se presentaba la programación de la próxima temporada de los Teatros del Canal de Madrid a través de una rueda de prensa de sainete. El reparto: cuatro directores artísticos a los que uno de ellos definió más bien como “consultores” y un consejero de Cultura, Mariano de Paco, que escenificaba el papel protagonista con un entusiasmo corporativo de coach pasado de vueltas.

“Respondo yo, que soy su jefe” fue la frase pronunciada por De Paco ante la intervención de la periodista Marta García Miranda reclamando, muy acertadamente, que fuese la gerencia del teatro quien respondiese a las preguntas sobre la programación. El diablo está en los detalles, el entusiasmo, la energía y el intento de contagiar uno y otra, casi distrae de la inmoralidad de que fuese el miembro de un Gobierno quien tomase la palabra más allá de la mera presentación del evento. Suerte que la compañera estaba allí para señalarlo.

Se hubiera entendido una cuña propagandística sobre el presupuesto dedicado, la importancia que el espacio tiene para el Gobierno de la comunidad, cosas así, estéticamente feas pero entendibles en un mundo en el que la política es una campaña electoral eterna que simplemente acelera cuando se acercan comicios.

Que los ministros, consejeros y concejales son, o deberían ser, meros gestores, propositores quizá de cambios estructurales, en algún punto renovadores de una forma de entender las políticas culturales, no significa que los contornos de la acción política sobre la cultura se difuminen y haga indistingible la una de la otra. Vale para la censura en las bibliotecas públicas de localidades pequeñas y vale para los Teatros del Canal.

Un político, pues en eso se convierte uno en cuanto milita en un partido y ostenta, además, un cargo, por muy dramaturgo que sea, debe atender necesidades, escuchar, valorar qué se puede mejorar, y salir del foco. El mundo de la cultura no necesitaba ver a Mariano de Paco haciendo de galán en una escenificación mohosa en la que le faltó quitarse la chaqueta, remangarse la camisa y posar como un culturista para asombro de sus directores y directoras artísticas, grandes profesionales, que parecían un coro griego cuya única labor era poner contexto a las aventuras del héroe. Tampoco eran necesarias las apelaciones al ministro Urtasun, a los toros, y el desfile de tópicos de una españolidad que ya casi no significa nada serio para nadie.

El respeto a la tradición cultural de un país, en este caso a su teatro, no pasa por poner al mismo tiempo “seis alcaldes de Zalamea” en una ciudad, sino por honrar esa genealogía maravillosa dando espacio, oportunidades y asumiendo riesgos con nuevas creadoras y nuevos creadores escénicos, las nuevas Marías de Zayas, Anas Caros, Lopes, Calderones, etc.

No es cuestión de no programar propuestas clásicas, benditas sean, que siguen haciéndo nuestro teatro eterno, es el uso pacato, restrictivo y propagandístico de las mismas lo que las abarata, a ellas y a los espacios que las toman como hoja de ruta inamovible.

El mal trato a Paco Bezerra y su Muero porque no muero fue el aviso de la injerencia definitiva, convertir en proscrita una obra que propone a una santa yonqui y puta, deja claras las intenciones de sacar al público del teatro y llenarlo de jueces.