Opinión | ISLAS A LA DERIVA

Capote, dos suicidios

En puertas de su doble aniversario –40 años de la muerte y 100 del nacimiento–, el autor de ‘A sangre fría’ sigue alimentando sombras. Lo remató un ego desmedido

El escritor Truman Capote, en una discoteca de Nueva York.

El escritor Truman Capote, en una discoteca de Nueva York. / EPE

Comoquiera que el 40º aniversario de la muerte de Truman Capote, el próximo 25 de agosto, nos pillará con los pies a remojo en la piscina, y enseguida después, el 30 de septiembre, se cumplirá el centenario de su nacimiento, vayamos abriendo boca. Después de todo, el niño malote sigue generando interrogantes a punta de pala. Por ejemplo, cuesta comprender por qué traicionó a sus queridos cisnes, damas de la alta sociedad neoyorquina que frecuentaban el restaurante La Côte Basque de Manhattan en los años 60.

Aunque en el local servían exquisiteces de la cocina francesa, como el soufflé Furstenberg, la comida era un simple aditamento; allí se acudía a ver y ser visto, a beber champagne Dom Pérignon y sobre todo a despotricar del ausente, como solía hacer Capote con sus amigas celebrities, mujeres sofisticadas, aburridas, casadas con hombres muy ricos, necesitadas del oído empático y el chisporroteo mental que les brindaba el autor de A sangre fría.

Sin embargo, las vendió. Sin pudor alguno, destripó sus confidencias publicando un texto –lo tituló con el nombre del establecimiento– en la revista Esquire en noviembre de 1975. Un suicidio social. ¿Pretendía vengarse? No, puesto que se sintió muy conmovido por su reacción: una condena al ostracismo que el escritor norteamericano se labró a pulso.

Con nombres y apellidos reales o bien mediante personajes inventados pero muy reconocibles, el texto de marras destapó las miserias íntimas de la élite neoyorquina. Una lady y el trasunto del escritor cuchichean sobre halitosis, deudas, intentos de violación, asesinatos encubiertos, abuso de sustancias y enfermedades venéreas entre el círculo selecto. Comentan la aventura de Cole Porter con un "camarero semental" italiano, y rajan a gusto del clan Kennedy ("son como perros, tienen que mear en todas las bocas de incendios"). A una de las asiduas al restaurante la llaman "culicerda presumida". Y desgranan el lío extramarital de un magnate que culmina con un accidente menstrual: "Las sábanas tenían manchas de sangre del tamaño del Brasil".

Su amigo y biógrafo Gerald Clarke le advirtió de que los trapos aireados iban a caer como un tiro, pero el escritor desoyó el consejo: "Nah, son demasiado tontas; no van a saber ni quién es quién". Capote, siempre ebrio de sí mismo, se equivocaba. Que dejaran de convidarlo a fiestas no fue el principal peldaño en su descenso a los infiernos, sino más bien la profunda crisis creativa que atravesaba.

El incendiario texto, La Côte Basque, 1965, era el extracto de una supuesta novela que nunca llegó a cuajar pese a las promesas, los plazos pospuestos y los anticipos editoriales dilapidados. Los tres únicos capítulos de Plegarias atendidas (Answered prayers) se publicaron de forma póstuma en 1986.

Embebido de su propio éxito, en una espiral de alcohol, cocaína y barbitúricos, fue incapaz de atarse de nuevo a una disciplina en el escritorio. Además, según confiesa en el prólogo de Música para camaleones, releyó A sangre fría página a página para constatar que, aun cuando el libro le parecía bueno, no había explotado en su factura ni una tercera parte de sus facultades como escritor ni "toda la energía y las emociones estéticas que albergaba aquel material".

Capote pretendía en su última obra, la que nunca consumó, esbozar un retrato de la alta sociedad, tal como había hecho Marcel Proust con la de su época en la Recherche. Más que un listón alto, el palo de la horca. 

No deja de ser curioso el viaje de Capote y su relación con el periodismo. Lo llevó a la gloria, cuando aunó la curiosidad innata del oficio con la paciencia excavadora del escritor, y al mismo tiempo lo defenestró, cuando se entregó a lo más innoble de la profesión: la basura, el cotilleo, el gossip y esas medias verdades que ahora se llevan tanto.