Opinión | DAME UNA NOCHE

Pequeñas infamias

Los libros admiten una larga lista de perversidades y, ante algunas, no sentimos ni incomodidad moral

Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares.

Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares. / EPE

Una tarde, después de comer en casa de Bioy Casares, Borges y su amigo se dispusieron a redactar la contraportada de Brat Farrat, de Josephine Tey, que iban a editar próximamente en El Séptimo Círculo, la colección de novelas policiales que dirigían. Ninguno de los dos había leído el libro, ni estaba por la labor de hacerlo. Pequeñas infamias como esta, a las que no hay que llamar infamias salvo por una irrefrenable y sanísima tendencia a la exageración, son tan comunes que solo despiertan ternura. Que las cometiesen Borges y Bioy Casares no hace sino concedernos la absolución a quienes incurrimos en faltas semejantes o peores.

Los escritores argentinos eligieron para una necesidad real una salida ficticia: se inventaron un crítico célebre, llamado Farrel du Bosc, para atribuirle un juicio sobre el libro de Tey. El resultado tuvo apariencia de solvencia. Después de todo, eran Borges y Casares. Semanas después, el volumen vio la luz con el siguiente texto en la contra: "En opinión de Farrel du Bosc, las novelas de Josephine Tey sobresalen por su educada ironía, por su agudo conocimiento del alma humana y por el acento trágico. El manejo de la expectativa es, en todas ellas, magistral, y la trama del enigma, impecable. Ninguna nos parece mejor que Brat Farrat".

El texto dio el pego. No solo eso, sino que el libro fue un éxito, y la autoridad de Farrel du Bosc fue invocada en novelas posteriores, lo que evitó a Bioy y Borges leer novelas que no les apetecían.

El modo en que a veces nos referimos a los libros los sobrevuela a tal altura que con las mismas palabras podemos estar hablando de obras muy distintas. ¿Cuántas novelas no habrían quedado perfectamente descritas con el juicio que el inexistente Farrel du Bosc dedicó a Brat Farrat? Muchísimas. Algo bueno han de tener las generalidades.

Hace un par de años, José Manuel Bouzas reveló en Enigma del límite y margen de silencio (Autófagas) una deliciosa anécdota de José Ángel Valente a propósito de un encargo de la Galería madrileña Jorge Mara. A comienzos de los noventa, Mara proyectó una exposición de Mark Tobey, y pensó en el poeta para escribir la introducción del catálogo. Le pareció el autor indicado por sensibilidad y afinidades, y le escribió para proponérselo. "Ante mi sorpresa, Valente me respondió que admiraba y conocía la obra de Tobey y podía muy bien encarar un texto sobre ella".

Muy poco después, Mara se desplazó a Almería a encontrarse con el poeta, que ya tenía su texto terminado. "Su ensayo era estupendo, lleno de observaciones inteligentes y profundas (características valentianas), solo que no trataba sobre Tobey, sino sobre SU CASI HOMÓNIMO TWOMLY". Los divirtió mucho el malentendido. Mara llevaba varias publicaciones sobre el artista para José Ángel, que las miró con atención, releyó el texto que había escrito, y al final dijo: "No hay más que intercambiar los nombres, el texto es perfectamente adecuado también para Tobey». Bouzas sospecha que Valente bromeó con el malentendido.

Los libros admiten una amplia gama de infamias. Ante algunas de ellas, no sentimos ni incomodidad moral. Ocurre cuando aceptamos decir en la faja de una novela, no pocas veces sin acabar de leerla, que es "perturbadora y colosal", o que es "una sátira delirante y profundamente humana", o que su autor "es uno de los grandes y más originales escritores de nuestro tiempo", o cosas por el estilo, que valen para muchísimos libros simultáneamente.

En la modalidad de perversidad que encarnan en ocasiones las generalidades quizá mi preferida la protagonizó un amigo que, hace mucho tiempo, aceptó escribir un prólogo para el libro de un conocido, y un par de años después, cambiando el sustantivo principal, lo recicló para el libro de un conocido distinto. Casi se puso a la altura de Casares y Borges.