Opinión | BOTÓN DE NÁCAR

¡A nadar!

Tengo un archivillo de escritores nadadores que va creciendo libro a libro, entrevista a entrevista

El escritor Franz Kafka.

El escritor Franz Kafka. / EPE

Quizá la frase más famosa sobre nadar en relación con un escritor sea la anotación de Kafka, de cuya muerte se cumplen ahora 100 años y un mes. El 14 de agosto de 1914, Franz Kafka anotó en su diario: “Alemania ha declarado la guerra a Rusia. Por la tarde escuela de natación”, que ha pasado a la memoria colectiva como “por la tarde fui a nadar”. Por lo que sea, la anotación del 4 de diciembre no la recuerda nadie: “Noche tormentosa, por la mañana telegrama de Max, armisticio con Rusia”.

¿Importa más el inicio que el fin? Puede ser, pero también es que es mucho más atractivo nadar. Tengo un archivillo de escritores nadadores que va creciendo libro a libro, entrevista a entrevista: Zadie Smith y Philip Roth; Cristina Rivera Garza, Carmen Laforet, Soledad Puértolas, Héctor Abad Faciolince, Jimina Sabadú, Natalia Carrero, Bárbara Mingo, Lord Byron (cruzó a nado los 6 kilómetros de lo que hoy es el estrecho de los Dardánelos cuando tenía 22 años) Gustave Flaubert (Flaubert en bañador, lo leí en Flaubert for ever, de Marie-Hélène Lafon: “Nada, le gusta nadar, es un nadador de gran fuerza. ¿Se pone traje de baño?, pues claro que se pone traje de baño, Flaubert en traje de baño, y qué traje de baño”). Leanne Shapton, dibujante, comiquera y escritora, editora de arte de la New York Review of Books fue nadadora de alto nivel: entrenaba para los Juegos Olímpicos. Sé también de algunos cineastas que también nadan.

La escritora estadounidense de origen griego Marianne Apostolides escribió Nadar (publicado originalmente en 2009, traducido ahora por Silvia Moreno Parrado para Periférica): entramos en la cabeza de la protagonista siguiendo las series de largos que hace. Se ha propuesto hacer 39, como los años que tiene, y cuando acaba ha de haber tomado una decisión sobre qué hacer con su matrimonio.

Como sabemos desde Cheever, en los libros, es difícil que nadar sea solo nadar. Entre brazada y brazada, en la novela de Apostolides, se mezclan recuerdos, el duelo por el padre muerto, que fue quien le enseñó a nadar, aunque quizá ya estaba antes, ¿por qué si no ha acudido la hija a esa ciudad griega en la que nació su padre? En los descansos entre series, asistimos al ¿primer? coqueteo de la hija de la nadadora con un joven autóctono, cuyo nombre lo delata: Aquiles. Ay.

Queda inaugurada la temporada de nado al aire libre.