ENTREVISTA

Jonas Jonasson, escritor: "La clave para un mundo mejor es saber reírse de uno mismo"

'La pitonisa y el idiota', la nueva novela del autor de 'El abuelo que saltó por la ventana y se largó', es un mapa de la corrupción mundial

El escritor Jonas Jonasson, autor de 'La pitonisa y el idiota'.

El escritor Jonas Jonasson, autor de 'La pitonisa y el idiota'. / EPE

Si han leído alguna de sus seis novelas (20 millones de ejemplares vendidos en tan sólo 15 años), lo entenderán: hablar con Jonas Jonasson es por momentos de carcajada, pero has de estar prevenido, porque tarde o temprano aparece el lado oscuro de la vida. Incluso de su vida. Nació en una pequeña ciudad al sur de Suecia, julio de 1961, hijo de una enfermera y un conductor de ambulancias. En el colegio le bronqueaban por su desbordante fantasía y no fue hasta los 15 años que una profesora le animó a ser escritor “o al menos periodista”. Esto último hizo.

Convertido en empresario multimedia sufrió un burnout (queme total). Vendió y se sentó bajo un árbol a orillas del lago Lugano, a ver pasar el tiempo. Pero aquello de no ser nada tampoco le resultaba cómodo. Así pues, sacó de un cajón 100 páginas de un viejo manuscrito, lo remató y lo envió al gigante digital Altavista: si vendes 300 ejemplares te hacemos contrato.

El abuelo que saltó por la ventana y se largó llegó a vender 7.000 copias en un solo día en Alemania. Y él continúa, recorriendo la realidad más canalla, poniendo en práctica su receta para un mundo mejor: ironía, relatividad y mucho humor cálido. El resultado es una especie de absurdo y su nueva entrega, La pitonisa y el idiota (Salamandra), un mapa de la corrupción mundial.

P. Va usted por ahí diciéndole a la gente que salte por la ventana para tomar las riendas de su vida. ¿De cuántos suicidios cree que es responsable, señor Jonasson?

R. Hace unos años recibí una carta manuscrita desde Canadá, era de una mujer de 100 años que me contaba que vivía en una residencia de ancianos (como El abuelo que…): “He leído su novela y siento que usted me animaría a que salte por la ventana, pero desafortunadamente vivo en un cuarto piso. P.S.: Es usted muy guapo”. Era una carta preciosa y pensé, vaya, tal vez sea una anciana rica: debería contactarla (jajaja).

P. "Just do it" (simplemente, hazlo), además de un eslogan de Nike, ¿sería el principal consejo que ofrece a sus lectores?

R. Sí y no. Soy consciente de que si necesitas dos trabajos para mantener a tus hijos, tu objetivo es sobrevivir y cambiar de vida es complicado. Pero vivimos una sola vez y debemos estar muy atentos a lo que sucede alrededor para aprovechar todas las oportunidades de cambio, porque a veces tu vida se merece algo mejor.

P. ¿La clave de su fulgurante éxito sería utilizar la ironía como una especie de terapia frente a la toxicidad que nos rodea?

R. Tengo un amigo que siempre me dice: no conozco a nadie capaz de reírse de sí mismo tanto como tú lo haces. La clave es ironía, relatividad y humor cálido aplicados a asuntos capitales.

P. ¿Siempre y en cualquier circunstancia observa la vida desde el punto de vista del absurdo?

R. Tal vez sea uno de mis talentos: ver el absurdo en los pequeños detalles. Te pongo un ejemplo: hace muchos años estaba esperando un tren en una diminuta estación y de pronto entró un señor con una gran maleta y se dirigió directamente a los lavabos, pero estaban fuera de servicio. Preguntó y resulta que había otro váter, más viejo y diminuto, y yo veía a aquel señor parado ante la puerta considerando si entraba él y hacía lo que le apremiaba, dejando la maleta fuera, o si metía la maleta y se quedaba él fuera… Y así permaneció un largo rato.

P. Era usted periodista y tenía una agencia de comunicación multimedia. Un día la vende y se retira a vivir al sur de la aburrida Suiza. Y allí, ¿empezó a escribir simplemente para divertirse?

R. Lo que ocurrió fue que tenía muchísimo dinero de la venta de la compañía y podía permitirme estar todo el día tumbado a orillas del lago Lugano bajo un platanero, sin hacer nada. Lo que me sentaba de maravilla, porque había sufrido un síndrome de agotamiento laboral. Pero en el mundo occidental, la primera pregunta que te hacen al conocerte es ¿y usted a qué se dedica? Y esto, claro, se convirtió en un problema: no, yo no hago nada. Así que saqué del cajón un manuscrito de 100 páginas que había escrito hacía un montón de años. Toda vez que se publicó, ya podía responder: “sono autore”. Conseguí una nueva identidad, con 46 años. En Altavista me dijeron, si vendes 300 copias del libro te haremos un contrato. Unos meses más tarde me llaman: has vendido 7.000 copias en Alemania. ¿En total? No, sólo en el día de ayer. Y los periodistas preguntándome: ¿esperaba usted este éxito? Jajaja, obviamente, no; ¿quién podría haberlo imaginado?

P. Para ser un buen escritor es esencial haber leído mucha y muy buena literatura. ¿Era su caso?

R. En mi juventud construí una base sólida leyendo, ahora he de confesar que leo mucho menos: paso el día documentándome; en concreto ahora sobre Voltaire, para mi próximo libro, así que no pongas esa cara de lástima.

P. ¿Fue usted el típico niño nórdico encerrado leyendo libros todo el rato?

R. Soy el pequeño de tres hermanos, hijos de un conductor de ambulancias y una enfermera, clase media trabajadora, socialdemócratas; no, no me crie en un ambiente especialmente intelectual. Mi madre tenía cierta habilidad para la escritura, pero hubiera sido inviable para ella ir a la universidad.

Mi padre era conductor de ambulancias y mi madre enfermera, clase media trabajadora, socialdemócratas. No me crie en un ambiente especialmente intelectual

P. Sea honesto: ¿desde qué edad soñaba con ser escritor?

R. Creo que la escritura siempre estuvo ahí. Con 9 años, mi amigo Tommy y yo hacíamos un periódico, de una sola copia, claro, pero escribíamos artículos. Al año siguiente, el profesor convocó a mi madre a una reunión y allá fuimos los dos: “Estoy muy preocupado con Jonas –le dijo–, fantasea demasiado a la hora de escribir sus trabajos; creo que lee demasiados cómics”. A lo que mi madre respondió: “¡Que te den!”. Salí de allí tan orgulloso de ella… Pero nada pasó hasta los 15: había que elegir itinerario y la profesora me preguntó qué pensaba estudiar, y le dije que probablemente economía, como mis dos hermanos mayores: “Sería un gran error –replicó ella. Tu escritura es brillante, deberías pensar en ser escritor o al menos periodista”. Creo que desde ese día fui un autor en potencia, era cuestión de tiempo, pero no me valoraba demasiado.

P. ¿La intención de La pitonisa y el idiota es denunciar el absurdo que rige la geopolítica hoy?

R. El principal asunto es la corrupción global como primer factor del fracaso social: arruina a los países y toda posibilidad de desarrollo, y crea el caos. Europa parece muy preocupada por la creciente inmigración, vale, pues vayamos al origen del problema, que son países donde la legalidad no existe, donde para hablar con un agente de la autoridad o pones por medio un billete de 20 dólares o serás siempre mal tratado.

P. Retrocede hasta el fin de la Guerra Fría. ¿Sugiere que el colapso de la URSS fue la piedra de toque de la actual corrupción y del totalitarismo rampante?

R. Rusia y la mayoría de repúblicas que constituyeron la URSS no tuvieron nunca una tradición democrática. Si Gorbachov hubiera sido un poco menos naif y hubiera ido más lejos, sí, tal vez hoy no estaríamos aquí.

P. ¿Está de acuerdo en que las redes sociales, otro asunto de su novela, son las grandes arquitectas del actual resurgir del fascismo?

R. Del populismo en general. Las redes son un mecanismo para lanzar soflamas, pero es imposible difundir razonadamente un argumento de progreso social en 240 palabras. Las redes lo convierten todo en blanco y negro. Pero aunque la gente pueda ser ignorante no es estúpida, y yo confío en que de aquí en unos cinco años, si la democracia resiste, volveremos a tener un equilibrio político. Ahora toca hacer coaliciones imposibles, cuando la mayoría prefiere opciones centristas.

P. El problema es que esas redes sociales son un artefacto perfecto contra la democracia, ¿no cree?

R. Yo no sería tan negativo. También son algo fantástico que nos permite estar cerca de la gente que queremos pese a la distancia, y crear comunidad. No deberíamos olvidar esto, sin desestimar el enorme peligro que suponen en manos, por ejemplo, de Rusia. Soy una persona positiva, me gusta ser así; y siempre conservo la esperanza: creo que no es demasiado tarde.

De aquí en unos cinco años, si la democracia resiste, volveremos a tener un equilibrio político. Ahora toca hacer coaliciones imposibles, cuando la mayoría prefiere opciones centristas

P. Le cito: “El desarrollo tecnológico no ha traído una evolución, sino todo lo contrario: estamos involucionando y me temo que pueda convertirnos en verdaderos idiotas”. ¿No tiene la sensación de que esto ya ha ocurrido entre la clase política?

R. Hace un tiempo leí un estudio científico que sostenía que la humanidad se está volviendo menos inteligente. Y lo puedo entender, porque cada vez nos retamos menos intelectualmente. Fijémonos en los niños: infrautilizan su mente con respecto a lo que nosotros hacíamos. Pero de nuevo mi esperanza: las escuelas están volviendo a usar papel y lápiz y limitan el uso de la tecnología. Aunque creo que la cuestión no es la cantidad de horas que un niño pasa frente a la pantalla, sino cómo o en qué emplea esas horas en internet.

P. ¿No le preocupa que la generación de su hijo (17 años) crea a ciegas todo lo que aparece en sus pantallas?

R. Él me explica cómo distingue lo que venden los influencers de la verdadera información. Pero sí es verdad que le preocupa mucho este asunto de la posverdad, y su conclusión es que hay que hacer algo muy serio al respecto.

P. Sostiene que su propósito es hacer reír a la gente e incluso hacer felices a sus lectores. ¿No es una aspiración demasiado ambiciosa?

R. Sí tengo una ambición un poco didáctica en torno a la condición humana: juntos podemos hacer que esto sea un poco mejor. Personalmente, para no volverme loco aplico a todo humor y autodistancia o relatividad. En cambio, ¿alguna vez has apreciado la más mínima traza de humor y relatividad en Putin, Trump, Netanyahu y demás líderes de arrogancia suprema? Mira, tenemos una sola vida y debemos intentar sentirnos bien para poder hacer el bien a otros.

'La pitonisa y el idiota'

Jonas Jonasson

Salamandra

Traducción de Irene Oliva Luque

432 páginas

22 euros