Opinión | FE DE ERRORES

Apropiación cultural y cancelación de escritores

Se trata de dos operaciones conexas que suelen acompañar el atropello a la razón propio de la sociedad posmoderna o la posdemocracia

Marieke Lucas Rijneveld, quien renunció a traducir al neerlandés a la afroamericana Amanda Gorman por las presiones.

Marieke Lucas Rijneveld, quien renunció a traducir al neerlandés a la afroamericana Amanda Gorman por las presiones. / IG

Con frecuencia me ha sido de gran utilidad recurrir a obras de ficción para aprovecharme de ejemplos que la imaginación del escritor me brindaba como ilustración de mis argumentaciones. Así me sucedió cuando escribía Morderse la lengua, con novelas como La mancha humana de Philip Roth y La marcha Radetzky de Joseph Roth, sin olvidar lo útiles que me fueron las distopías de Zamiatin, Huxley, Orwell, Nabokov o Bradbury para ilustrar aspectos de la sociedad posmoderna o de algo de lo que me he ocupado ya en Fe de errores: la posdemocracia

Por cierto, el tratamiento que Philip Roth está recibiendo tras su muerte en 2018 ofrece un ejemplo de inmediata cancelación póstuma, catalizada por la publicación de las memorias de su exesposa Claire Bloom tituladas Adiós a una casa de muñecas, que ofrecen un retrato espantoso del escritor. La campaña en modo alguno se ha visto suavizada, sino todo lo contrario, por dos biografías de 2021, Philip Roth. A counterlife, de Ira Nadel, y Philip Roth. La biografía, escrita por Blake Bailey.

Mas el asunto no quedó ahí. La cancelación se extendió también a este último, que después de haber sido denunciado por Valentina Rice por violación sufrió la consiguiente shistorming y vio cómo la editorial retiraba de circulación su libro, reacciones a las que solo pudo contraponer en su defensa que el carácter moral de un escritor es irrelevante cara a la obra que crea, con el añadido de preguntarse por la dudosa y etérea autoridad que evaluaba la conducta del cancelable antes de su cancelación.

Operaciones conexas

Y así he encontrado en la novela de Abel Quentin Le Voyant d’Étampes, traducida como El visionario (Libros del Asteroide), una cumplida plasmación de dos operaciones conexas que suelen acompañar el atropello a la razón posmoderno del que me ocupo en mi último libro. Me refiero a la cancelación, pero también a la llamada "apropiación cultural".

El protagonista, un profesor universitario ya jubilado, Jean Roscoff, reconoce que no era "un hombre de orden. Era un hombre de izquierdas que dejaba las puertas abiertas a los vientos nuevos", socialista de François Mitterrand y activista de SOS Racismo, pero se siente totalmente desbordado cuando su hija Léonie, haciendo uso de un "vocabulario de iluminados", le anuncia que su pareja Jeanne "ha despertado, está concienciada" (woke): "Ha tomado conciencia de que, como mujeres no racializadas, nos beneficiamos de una serie de ventajas invisibles y sin embargo muy reales con respecto a individuos racializados. Jeanne tiene un enfoque interseccional, más complejo. Se trata de decir: yo, mujer lesbiana no racializada, soy al mismo tiempo agente de opresión (en cuanto blanca) y víctima de opresión (en cuanto mujer y homosexual)".

La relación entre ambas había, sin embargo, experimentado sobresaltos cuando discutieron si como feministas radicales debían aceptar a las transexuales. Léonie era partidaria de abrirles las puertas de par en par, pero Jeanne pensaba que podían ser "el caballo de Troya del patriarcado masculino", lo que la posicionaba entre las terfas, para las que solo es mujer la que nace con genitales femeninos y la autodeterminación de la identidad de género no tiene cabida.

En todo caso, la trama de la novela se centra en un problema que recuerda el causado en los Países Bajos por la traducción de la poesía de Amanda Gorman, la joven escritora afroamericana que intervino en la ceremonia de posesión de Joe Biden. La "apropiación cultural" hizo su acto de presencia en forma del escándalo que acompañó el encargo que una editora holandesa formuló a la escritora y traductora Marieke Lucas Rijneveld para que se ocupara de la versión neerlandesa del ya famoso poema The hill we climb.

Pese al prestigio de esta ganadora del International Booker Prize, que se declara persona no binaria, la periodista Janice Deul, una "fashion/cultural activist", inició una campaña en contra para exigir que la traductora fuera "un artista de la palabra, joven, mujer y negra sin pedir perdón por ello". La presión consiguiente llegó a ser insoportable para Rijneveld, que acabó renunciando. Y lo más preocupante es que la agencia literaria de la autora, sin duda con la anuencia de ella, a partir de entonces exigiese los siguientes requisitos para ceder los derechos de traducción: que se encargase la tarea a una mujer, joven, activista, poeta, con experiencia como traductora y preferentemente afroamericana.

En el mismo saco

Volviendo a Quentin, su protagonista edita Le Voyant d’Étampes, la poesía escrita originariamente en francés por un comunista norteamericano negro, Robert Willow. La acogida del libro es catastrófica; los medios lo tachan de flagrante apropiación cultural e invisibilización racial, calificándola como una obra en la que se muestran "implícitos racistas del academicismo republicano". Solo Le Monde Littéraire propone: ¿y si leyéramos el libro? El pobre profesor parisino jubilado, izquierdista y activista contra el racismo, entra fácilmente en el saco de los depredadores culturales junto, por caso, al cineasta afroamericano Spike Lee, al que se le achacó haber hecho una película sobre la violencia en Chicago siendo él nacido en Atlanta, pero criado en Brooklyn.

Después de sufrir su particular shistorming, Roscoff es sometido también a los procesos de muerte civil propios de la cancelación. Amén de amenazas por parte de desconocidos, sus antiguos colegas le niegan el acceso a la universidad. Y concluye sin resignarse a vivir confinado en su casa "y no salir más que para hacer brevísimas interacciones con gente minuciosamente seleccionada, gente que emplearía las mismas palabras que tú y les atribuiría el mismo sentido exacto". Drástica renuncia para asegurarse no hacer a nadie sufrir tan siquiera una microofensa, "puesto que esa era la obsesión de nuestra época de criaturas lloricas y quebradizas y deseosas de garantizar su seguridad emocional: jamás de los jamases enfrentarse a una palabra que pudiera herir su sensibilidad".