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Gregarios al poder

Poseer las cualidades de un líder no garantiza alcanzar la excelencia. Se ha acabado el tiempo de los liderazgos cesaristas y el mundo no se entiende más que desde el liderazgo coral y moral

Se puede ser muy inteligente y poseer la más alta capacitación técnica pero actuar equivocadamente en situaciones de presión

Sepp Kuss, con el maillot rojo, escoltado por sus compañeros de equipo Jonas Vingegaard (izquierda) y Primoz Roglic (derecha).

Sepp Kuss, con el maillot rojo, escoltado por sus compañeros de equipo Jonas Vingegaard (izquierda) y Primoz Roglic (derecha). / Efe

A la ciencia económica le lleva ocupando más de cien años entender por qué algunas empresas triunfan y otras no. Investigadores de varias universidades americanas concluyeron en los años 30 del siglo pasado que el secreto del éxito residía básicamente en el carácter del líder de la compañía. Incluso se atrevieron a concretar media docena de rasgos de personalidad asociados a la gloria empresarial: dinamismo, inteligencia, conocimientos técnicos, confianza en sí mismo, extroversión y deseo de dirigir.

Pronto esos mismos economistas comprobaron con ayuda de varios experimentos empíricos que poseer las cualidades de un líder no siempre garantizaba un comportamiento de liderazgo. Tampoco actuar de un modo ideal era garantía de alto desempeño empresarial. En muchas ocasiones no es suficiente una buena gestión para que los resultados sean excelentes.

Los expertos concluyeron que lo importante no era la personalidad o una conducta determinada, sino cómo reaccionar ante determinadas contingencias. Se puede ser muy inteligente y poseer la más alta capacitación técnica, y actuar equivocadamente en situaciones de alta presión. Una experiencia de éxitos pasados no garantiza tampoco aciertos futuros en la misma función.

Contra las previsiones

Algunas de estas lecciones las hemos visto recientemente en el mundo del ciclismo profesional. España acogió a finales de este verano la Vuelta. Tres semanas de competición que toman el testigo del Tour y el Giro. Este año todas las casas de apuestas daban la victoria a dos corredores que compartían el mismo equipo y venían de ganar las carreras por etapas de Francia e Italia. Jonas Vingegaard y Primož Roglič, dos favoritos dentro de Jumbo, la escuadra más potente de la historia del ciclismo, y además con las mejores cualidades para ganar: experiencia, autoestima, calidad, físico y personalidad. Casi las mismas que los investigadores americanos describieron para el buen líder empresarial. 

Como esos estudiosos del siglo pasado, también los pronósticos erraron estrepitosamente. La carrera la ganó un desconocido ciclista, sin apenas palmarés y cuyo único desempeño conocido era ser el gregario de los dos mediáticos líderes. Para los que no les guste el ciclismo, han de saber que un gregario es un miembro del equipo cuya misión es ayudar a que el líder gane carreras y para ello no ha de dudar en sacrificar su posición en la general o en la etapa. Esperar el líder cuando no está bien, acelerar cuando te lo pide el cabeza de filas o taparle el viento y la lluvia para que no consuma energía. Nadie conoce sus nombres porque no ganan nunca. Pero este año un sin nombre ha ganado la Vuelta. Y de paso nos ha recordado las lecciones de liderazgo en las organizaciones.

No basta con ser el líder para alcanzar la excelencia. Sepp Kuss sin quererlo y cumpliendo con su papel de gregario, se puso a la cabeza de la clasificación en la etapa número ocho. Tantos años ayudando a Roglic y Vingegaard en sus triunfos, ahora le tocaba a él. Pero sus dos colegas no lo entendieron así y le atacaron en las etapas de montaña. Lo nunca visto, un líder abandonado por su equipo. De alguna manera estaban diciéndole que su papel era el de gregario y jamás alcanzaría la gloria que estaba reservada para ellos. Pero Kuss resistió como un titán, aunque fuese por solo ocho segundos. Y llegó el momento de la verdad para Jumbo, su equipo. Un día antes de terminar la carrera, de una manera catártica, se decidió acabar con el lamentable espectáculo de luchar contra tu propio compañero, precisamente aquel al que le debes tus victorias pasadas. Los promotores y patrocinadores del equipo pusieron pie en pared. Tanta inversión y tanto esfuerzo se iba a echar a peder porque hoy la sociedad no perdona la falta de ética. Y Kuss entró triunfante en la meta de Madrid escoltado por los carismáticos líderes de su formación.

La regla no escrita del ciclismo se consagró en esa foto del paseo de la Castellana: sin gregarios no hay victoria. Porque en un equipo de alto rendimiento ha de haber rodadores, escaladores, contrarrelojistas y esprínteres. También ciclistas que corran bien con frío, pero otros que lo hagan con calor o lluvia. En el deporte de las dos ruedas y en las organizaciones. Se ha acabado el tiempo de los liderazgos cesaristas y no se entiende el mundo de hoy más que desde el liderazgo coral y también moral. Un día gregario y otro día ganador. Una contingencia será ideal para tus cualidades y otra situación para las de tu compañero pero nunca traicionarás tu palabra.

Transformacional

Los estudiosos del comportamiento empresarial acuñaron hace unos años el concepto de liderazgo transformacional que sigue vigente hoy en cualquier manual de gestión. Son aquellas organizaciones que consiguen inspirar a sus componentes para lograr resultados extraordinarios. Atrás quedó el tiempo del liderazgo transaccional, aquel basado en las recompensas al seguidor: "Si me sigues, te irá bien".

Kuss comprobó en sus carnes que esa "transacción" no se cumplía cuando sus propios compañeros lo atacaron para quitarle el maillot de líder, pero al mismo tiempo está disfrutando de formar parte de un equipo "transformacional" que le ha permitido estar en lo alto del podio siendo un "sin nombre". Todo líder tiene que saber ser gregario y todo gregario puede llegar a ser líder. En el ciclismo y -aviso a navegantes- también en la empresa y en la política.