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Fitch Ratings advierte de que la fusión BBVA-Sabadell ampliaría considerablemente la brecha con los bancos domésticos.

Fitch Ratings advierte de que la fusión BBVA-Sabadell ampliaría considerablemente la brecha con los bancos domésticos. / EFE

Hubo un tiempo donde las principales calles de las poblaciones catalanas de cierto tamaño eran un enjambre bien alineado de sucursales de cajas y bancos. Hasta veinte marcas distintas que podían enumerarse casi de memoria. Desde las cajas más pequeñas en proceso de expansión hasta los grandes bancos de raíces cántabras y vascas. Competían en ofrecer los mejores depósitos, los fondos aparentemente más rentables y, sobre todos los mandamientos de las finanzas, en dar la hipoteca con la más apetitosa de las condiciones. Si podía ser, agregando un crédito estupendo para comprarse un bonito coche. Aquellos tiempos de rosas y violines acabaron como el rosario de la Aurora. El sector financiero español, aquel que pasaba por ser uno de los más sólidos del mundo, se despedazó. Cajas y bancos hundidos y rescatados donde acabaron ganando los más fuertes. Darwinismo en estado puro.

Cada uno asumió su parte del pastel. Santander se tuvo que tragar el Popular, que antes se había comido al Pastor, mientras miraba más como crecer fuera que dentro de nuestras fronteras. BBVA, su némesis, seguía fuera, pero dentro acababa engulléndose a seis de las antiguas cajas catalanas. La entidad vasca tenía cierto cariño por Catalunya. El viejo Banco Vizcaya (la V de BBVA) había salvado de la quiebra a la Banca Catalana de Jordi Pujol y compañía allá por 1984. Otro actor con sede en Barcelona ejercía de camaleón pasando de ser caja de ahorros a banco para satisfacer los deseos de la autoridad monetaria. La Caixa de Pensions se transmutaba en Caixabank, que acabó comiéndose de postre a Bankia (CajaMadrid + Bancaja).

De todo ese proceso, alguna entidad, como Sabadell, sobrevivió a base de crecer en otras zonas de España, comprar un banco en Reino Unido (TSB) que logró enderezar no sin pesadillas y cambiar su primer ejecutivo, Jaume Guardiola, por otro, César González-Bueno que sacó el serrucho mecánico para cortar todo aquello que el primero no quiso o no pudo. Las fuerzas vivas del Sabadell -aún hay influyentes accionistas minoritarios- evitaron en noviembre de 2020 que el banco cayera en manos del primer intento del BBVA por comprarlo a precio de saldo una vez había fracasado antes el intento de unirse a Caixa. Josep Oliu, uno de los presidentes del Ibex 35 más longevo en el cargo, decidió esperar.

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Hasta esta semana. El BBVA vuelve a intentar la carga. Quiere pagar con acciones -una fórmula que exige un acto de fe en la estrategia del banco vizcaíno- con una prima razonable y promete lo de siempre: un carguito de vicepresidente, tres consejeros, mantener una de las sedes operativa en Sant Cugat (Barcelona) y la marca. Al menos, durante un tiempo. Cuando no llegas a ser ni el 20% de la nueva entidad ya se sabe lo poco que duran estas promesas.

El consejo de Administración del Sabadell reflexiona una respuesta, aceptar o no una OPA donde el factor emocional pesará más de lo que se augura.