DIARIO CÓRDOBA

Personas sin hogar ante el calor de Córdoba: vivir en la calle cuando el termómetro no para de subir

Cruz Roja recorre las calles de la ciudad a través de su Unidad de Emergencia Social para ofrecer algo de comida, bebida y apoyo humano a las personas sin hogar que con esta canícula ven cómo se acrecienta su situación de vulnerabilidad

El voluntario José Antonio sirve gazpacho a una de las personas sin hogar en la zona de la Avenida Cádiz.

El voluntario José Antonio sirve gazpacho a una de las personas sin hogar en la zona de la Avenida Cádiz. / VÍCTOR CASTRO

María José S. Guardiola

Alrededor de 70 personas duermen a diario en las calles de Córdoba. Detrás del número, vidas truncadas en las que determinadas circunstancias han propiciado esta situación de extrema vulnerabilidad. En unos días llegará oficialmente el verano y las altas temperaturas serán una constante. El termómetro irá subiendo poco a poco hasta provocar temperaturas extremas con las que el mercurio superará los 40 grados, una cifra habitual en el estío cordobés. Ante las previsiones climatológicas, Córdoba ha activado el plan Ola de Calor. A través de este programa, el Ayuntamiento da cobijo en la Casa de Acogida de Campo Madre de Dios a personas sin hogar para evitar que pasen en la calle las horas del día en las que se alcanzan las temperaturas más altas. Por su parte, Cruz Roja también pone su granito de arena y ayuda a las personas sin hogar, además de a mayores y a familias en situación de extrema vulnerabilidad, a combatir los efectos de la subida de las temperaturas.

Una noche con la UES

Especial relevancia tiene la labor que Cruz Roja realiza con personas sin hogar a través de su Unidad de Emergencia Social (UES), que recorre las calles de la capital los martes, jueves y sábados para ofrecer comida, bebida y apoyo humano a estas personas cuya situación de vulnerabilidad se acrecienta con la canícula. Sobre las 20.00 horas José Antonio, Ángeles y Maite preparaban el jueves todo para poder salir durante la noche a recorrer la ciudad. Los voluntarios de la entidad van metiendo en el furgón las bolsas de comida que repartirán a los usuarios que se encuentran en la calle, a quienes ya conocen y quienes los esperan en los puntos cercanos en los que habitan. "Muchas veces pasas por la calle y parecen invisibles, cuando llegas aquí te quitas los prejuicios y te das cuenta de que son personas como tú y como yo que, por circunstancias de la vida, están en esta situación", indica Ángeles, quien lleva unos seis meses como voluntaria.

A las 21.00 de la noche, ya con todo preparado, toca iniciar la ruta. Una de las primeras paradas es en un pequeño parque detrás de la Subdelegación del Gobierno. Allí aguardan un grupo de 10 personas, la mayoría hombres de nacionalidad española, el perfil mayoritario en estos casos. "Solemos atender entre unos 50 a 80 personas cada día, dependiendo de la época del año", indica José Antonio. "En septiembre y octubre habrá unas 80 personas, y con las olas de frío o calor hay menos porque muchos se van a los albergues y casas de acogida, pero cuando pasan las olas, vuelven a la calle. Por ejemplo, en invierno atendíamos a unas 40 personas", afirma. Noviembre también suele ser una de las fechas con mayor número de personas sin hogar en la calle, puesto que muchos llegan de paso para trabajar en la recogida de la aceituna.

Ver cómo se ilusionan porque les llamas por su nombre o les dedicas 5 minutos, eso no tiene precio

Al bajarse de la furgoneta, Ángeles y Maite van anotando la identificación de cada persona, mientras que José Antonio reparte la bebida, a elegir entre café, cola cao o gazpacho, esta última, la opción más aclamada. En invierno el gazpacho se sustituye por caldo calentito. "A veces somos las únicas personas con las que hablan en el día, por lo que nos cuentan sus cosas y buscan entablar una conversación", cuenta Maite. Aunque la comida es fundamental, la importancia de sentirse escuchado por alguien es muy reconfortante para estas personas, "ver cómo se ilusionan porque los llamas por su nombre o le prestas cinco minutos de atención, eso no tiene precio", dice Ángeles.

La ruta continúa. La siguiente parada es en la plaza de Andalucía. Allí esperan otras 12 personas. No todos están en el mismo lugar en el que aparca el furgón de Cruz Roja, pero, una vez que los voluntarios se bajan del vehículo, empiezan a llegar los usuarios. Francisco Bermejo es uno de ellos. Lleva viviendo en la calle desde hace ocho años. "Me divorcié y me tuve que ir de la casa", explica de forma amable este vecino del Campo de la Verdad, que trabajaba en Sadeco, y quien, a pesar de tener familia, confiesa que "no hay relación" con ella. De la veintena de personas a las que Cruz Roja ha atendido al llegar a este punto, es el único que ha querido compartir unas palabras con este medio. El resto prefiere mantenerse al margen. Alguno de los usuarios de este servicio de Cruz Roja viene acompañado por su fiel amigo canino, la familia que ha formado en la calle. "A la gente sin hogar con mascotas le ves unos valores increíbles, las quieren como a su familia, a lo mejor están ellos más deteriorados que su propio perro, al que ponen por delante", explica Ángeles.

El equipo de Cruz Roja sigue el camino hacia la zona centro, pero antes paran cerca de la Mezquita-Catedral, donde han recibido un aviso. Además de los puntos habituales, cuando tienen indicios de que alguna persona sin hogar está refugiada en otro lugar van a comprobarlo para que en caso de que así sea poder prestarles ayuda. "Al estar aquí en este proyecto ha surgido algo muy bonito entre nuestros conocidos, por ejemplo, mis amigas saben que soy voluntaria, y cada vez que salen y ven a alguna persona en la calle durmiendo o pidiendo, me escriben para que lo tenga en cuenta. Aunque ellos no sean voluntarios, pero son cómplices para ayudar", dice Maite.

Se hace de noche y en el centro otro gran grupo aguarda entre la fuente y los bancos del inicio del bulevar de Gran Capitán. En esta parada hay varios jóvenes de diferentes países, la mayoría, sin hablar español. Al ser preguntados para salir en este reportaje, todos se muestran reacios, aunque, al rato, uno de los jóvenes muestra su teléfono: "Hola, no hablo español, pero si quieres podemos hablar por aquí". Estas eran las palabras que marcaba el traductor de su móvil, la forma por la que el hombre de 33 años se comunica con los demás. Mediante este medio explica que vive cerca de la estación de trenes y que lleva tres años y medio en España. "Vine aquí para buscar trabajo", dice Djamel, aunque, como reconoce, la situación es complicada por la falta de "papeles". "Trabajas, te dan 30 euros al día en los campos de cebolla, pero hay gente para la que trabajas y no te da dinero", expone el joven de Argelia. Llega la despedida, y tras una sonrisa cómplice, vuelve a mostrar su móvil: "Muchas gracias. Sois buena gente".

Son las 22.30 pasadas y el equipo sigue hasta el Marrubial, donde continúan dando las bolsas de comida. Esta noche tocaba bocadillo. Otros días reparten tortillas o comida en conserva. También el segundo jueves de cada mes ofrecen bolsas de aseo donde guardan desodorante, gel, cepillo de dientes o cuchillas y compresas.

Usuarios de la casa de acogida de Campo Madre de Dios pasan su tiempo libre en el patio común.

Usuarios de la casa de acogida de Campo Madre de Dios pasan su tiempo libre en el patio común. / A. J. GONZÁLEZ

Cruz Roja atiende una media de 50 a 80 personas en su recorrido, en función de la época del año

"Ni me acuerdo", esa es la respuesta de Ana al ser preguntada cuánto tiempo lleva viviendo en la calle. La mujer, de 49 años, ha perdido la cuenta del tiempo que lleva sin un hogar. Durante el día, Ana intenta ganarse la vida como puede. "Pido limosna o comida, aunque prefiero comer al dinero", reconoce. Como explica, "en la calle se vive fatal, no te puedes fiar de nadie", aunque lo tiene claro, "prefiero vivir debajo de un árbol que meterme en una casa; yo pienso en las personas, aunque estés en la calle, no tienes que saltar". Respecto a las calores que se sufren en la calle durante el verano, "se llevan fatal, hay que irse cerca de una fuente", explica.

Entre parada y parada los voluntarios conversan. "El salir a la calle y estar en la UES te hace ver cuáles son las cosas importantes, aprendes a no juzgar y a quitar prejuicios, mi vida se enriquece, además de lo que le podemos aportar a ellos", dice Ángeles, a lo que Maite añade que "esto te implica tanto que cuando pasas por algún sitio donde sabes que está alguien, te paras a ver como está". Ambas, junto a José Antonio, prosiguen la ruta hasta más de la media noche.

Casa de acogida municipal

La Delegación de Servicios Sociales del Ayuntamiento de Córdoba activó el 1 de junio el plan Ola de Calor para atender en la casa de acogida de Campo Madre de Dios a quienes acudan allí para quitarse de las peores horas de calor. Se estima que dicho plan se mantendrá activo hasta el 30 de septiembre en horario de 13.00 a 20.00 horas. Serán diez plazas diarias las que se pongan a disposición de los usuarios, que tendrán servicio de almuerzo, merienda, ducha y la propia estancia diurna.

La casa de acogida de Campo Madre de Dios también tiene su plan de Ola de Calor

Allí se encuentra Rosa Ángela, una mujer de Brasil residente en Pozoblanco, aunque, como explica ella misma, desde que el pequeño comercio que regentaba "se fue a la quiebra", tuvo que venir a la capital para entrar en la casa de acogida. "Con la crisis y la pandemia, me quedé en la ruina". Por ello, la mujer pidió ayuda. Ahora se encuentra a la espera de "renovar papeles y recibir la paga vital". Una vez que obtenga la documentación, volverá a su pueblo.

Sentada junto a ella está Antonia, de 57 años. "¿Por qué estoy aquí? Cosas de la vida", afirma. Esta usuaria trabajaba cuidando a personas mayores, una labor que le gustaría recuperar. En sus ratos libres, junto con el grupo de amigos -convertidos ahora en familia- que están en la casa de acogida, se sientan a charlar o "salimos por aquí cerca a dar un paseo". "Pero todos juntos", añade satisfecha.