EL DÍA

"Soy pensionista, cobro mil euros y vivo debajo de un puente desde hace un año"

Seis personas viven en la trasera de la asociación Azorín y tres en chabolas del Pancho Camurria

Moisés, el vecino más antiguo de los tres que quedan en la trasera del Pancho Camurria.

Moisés, el vecino más antiguo de los tres que quedan en la trasera del Pancho Camurria. / Arturo Jiménez

Humberto Gonar

Mucho se ha hablado, y escrito, del poblado conformado con más de una treintena de chabolas en la trasera del pabellón del Pancho Camurria a finales de los años noventa, que el concejal del Centro Canario Nacionalista (CCN) Ignacio González llegó a denominar barrio ochenta y uno de la capital en Tenerife.

De aquella configuración, hoy quedan tres chozas, tantas como moradores, mientras otro asentamiento cobra vida en la vecina trasera de la asociación Azorín, donde se reúne media docena de personas. Perfiles diferentes: los residentes de la trasera del Pancho Camurria proceden de Guinea Conakry o Marruecos, frente a los locales que habitan en iglús que montan cada noche detrás de la asociación y otros dos bajo el puente de la piscina municipal. 

Moisés, en Tenerife desde 1998: "Pagué 300 euros por mi chabola"

Moisés es el vecino más antiguo del Pancho Camurria. Llegó a la capital tinerfeña en 1998 de Sierra Leona y gracias a la mediación de Cruz Roja logró asilo político. En Gran Canaria abandonó el barco en el que trabajaba porque consideraba insuficiente el salario. Natural de Guinea Conakry, su padre era comerciante y hacía negocio en la minería con la venta de oro y diamantes. El mayor de tres hermanos, se formó como marinero y estuvo embarcado doce años. Recuerda que llegó a Tenerife el mismo día que el representativo blanquiazul disputaba un partido en el estadio Heliodoro Rodríguez López, en la época de Antonio Pinilla y En la isla ha trabajado en la construcción de edificios en Reyes Católicos o en Pérez Armas; también en el Sur, donde perteneció a Construcciones Carolina. "Cobraba 120.000 pesetas y pagaba 25.000 por una habitación que me alquilaba uno de los socios de la empresa". También trabajó en la construcción de los lavaderos del parque de El Sauzal y de polideportivo y el de La Vera.

Buscó trabajo en Bilbao, donde se dedicó al mantenimiento forestal, en Calatayud (Zaragoza), en la recogida de cereza, o en Barcelona, en una empresa de cimentación, hasta que se estableció en Las Chumberas durante los nueve años que trabajó como carpintero de aluminio. Acabó el trabajo en la construcción y le quitaron el piso por impago del alquiler, por lo que en 2017 se estableció en el Pancho Camurria, en una caseta que compró por 300 euros a un compatriota que se marchó a Bélgica. "Estoy aquí hasta que me den una alternativa alojativa". A sus 54 años, lleva 26 en Tenerife. "Tengo los papeles en regla y estoy en lista de espera por una vivienda". Moisés subsiste a la semana con los 80 euros que gana con lo que vende cada domingo en el rastro.

Mohamed, abogado y vecino de El Toscal

De la trasera del Pancho Camurria, a las escaleras de acceso al pabellón. Mohamed, de 53 años, estudió en su Marruecos natal Derecho Privado cuatro años y pasó otros dos como pasante en el despacho de un abogado; para montar su propio bufete debía alquilar, pero "como soy pobre, no me daba el dinero". En 2001 se trasladó a Tenerife; los dos primeros años de su estancia, a la espera de legalizar su situación, se ganó la vida limpiando y trabajando en fincas. "La gente de Granadilla es muy buena".

Ahora vive en una casa abandonada de El Toscal, y también dedica palabras de agradecimiento a sus vecinos. "Aquella vivienda no tiene dueños reconocidos; fue construida en 1900». Alterna ahora su formación con su contratación en un convenio municipal para el mantenimiento de jardines, cuenta mientras espera que llegue el mediodía cuando el albergue ofrece el almuerzo. 

Hace ocho años convive con Ana, su pareja, con la que tiene un niño de cuatro años. "Mi padre falleció en noviembre el mismo día que me contrataron. A ver si cuando acabe el convenio puedo irme a ver a mi familia en Marruecos; no me lo quito de la cabeza".

Raúl, maestro albañil de Cádiz

Al lado de Mohamed, duerme sobre unos cartones Raúl, que se incorpora durante la conversación con su vecino. Tiene 49 años y llegó hace ocho o nueve a Tenerife desde Cádiz, donde trabajó como maestro albañil. Casado y dos hijos, tiene roto este vínculo familiar porque "ni siquiera tengo teléfono". Recaló en la Isla porque vino a Remar antes de entrar a prisión para cumplir una condena por pegar a un policía. 

Como trabajador de la construcción restauró iglesias, su especialidad. Atrás quedó cuando vivía en el Camino de Las Peras, en La Laguna, antes de quedarse en paro. Subsiste con 510 euros de pensión por la huella de un ictus. "No me da para vivir". "Hace cuatro meses estaba en el albergue, pero me echaron por recaer en el alcohol".

Visita al hijo que vive enfrente, en la calle

Concha García está jubilada después de trabajar durante 35 años como pinche de cocina en el Hospital de La Candelaria. Separada y madre de tres varones y una hembra –esta última falleció por un infarto–, reside en la casa de la que fue su segunda pareja, que falleció, y con uno de sus dos hijos fruto de esa relación. 

Concha se levanta y cada mañana va a dar con José Pablo, que duerme sobre cartones detrás de la asociación de vecinos Azorín, uno de los seis moradores que se localizan en este enclave. Esta madre asegura que su hijo vivía con su padre en una vivienda de La Salud que sufrió un incendio el 4 de enero de 2022. Después de ese suceso, un vecino falleció y su hijo culpa a José Pablo de la casa incendiada, hasta el punto de que lo ha amenazado y agredido, por lo que aunque la vivienda ya fue rehabilitada no se atreve a volver por miedo. 

Óscar, agricultor de Buenavista

Junto a Concha, Óscar, de quien nada hace sospechar que esté viviendo en la calle. De 55 años, presume de saber los secretos del cultivo de la platanera, si bien le metía mano a todo. El consumo de alcohol le pasó factura. Después de dejar las fincas trabajó en un centro de mayores en Garachico gracias a la oportunidad que le brindó el alcalde de la localidad, después de que se formara como auxiliar de geriatría. "Me querían tanto que en todos los bares me invitaban a un refresco". En Garachico conoció a su pareja, de Icod, con la que tuvo una hija, hace 23 años. Y recayó con el alcohol. "Al mes de dar a luz me echaron de la casa que había construido". "Hace siete años vi a mi hija por última vez", precisa, para añadir que es familiar del exalcalde Aurelio Abreu, de Buenavista del Norte. 

En 2016 se marchó a trabajar a Granadilla hasta que acabó el trabajo y hace unos años se instaló en el Pancho Camurria. Agradece la atención del IMAS: "Estamos así de bien gracias a ellos", que le han gestionado la paga del ingreso mínimo vital. Va a almorzar al albergue pero no pernocta, mientras muestra las manos con unas llagas que cuenta que son de la plaga de chinches que afectó al centro de acogida. "El albergue debe de ser para personas sin recursos, no para quien cobra más de mil euros y hasta tiene casas", denuncia.

Pedro, tres años en la calle

Natural del Polígono Padre Anchieta, Pedro, de 47 años, dejó la vivienda familiar por enfrentamientos con su madre y hasta hace tres años vivía en pensiones de La Laguna gracias al dinero que le abonaba el ayuntamiento de Aguere. Hasta hace unos meses, que no acudió a firmar, percibía 517 euros al mes. Es el tercero de siete hermanos, "pero como si no tuviera ninguno".

Francisco, mecánico electricista que montaba taxímetros

"Nací en el bloque 1 de Somosierra". Con sentimiento de propiedad a la ciudad que lo vio nacer se presenta Francisco, que antes de acabar trabajando como vigilante de seguridad fue mecánico electricista especializado en el montaje de taxímetros en la Cooperativa del Taxis San Cristóbal. 

Separado y sin hijos, tiene casa propia en Chimisay Alto aunque en la actualidad no tiene ingreso, aunque está a la espera de que fructifiquen los trámites hechos. Francisco disfruta de la conversación con Enrique y Jesús en el parque Manuel Castañeda, mientras espera que pase la vida, porque "el día de siete a siete –que es cuando abre el albergue (donde almuerza) es muy largo". 

Enrique, pensionista de 63 años; duerme bajo el puente

Junto a Francisco, echa la mañana Enrique, vecino de El Sobradillo y cerrajero que acabó en la calle cuando falló el trabajo y no pudo afrontar el alquiler de su vivienda. 

Ya disfruta de una pensión que le garantiza unos mil euros al mes, cantidad que no le da para costearse un alojamiento porque "hay muchos gastos". Esta situación lo ha llevado hace un año vivir bajo el puente de la piscina municipal que se localiza a la entrada de Santa Cruz. Separado, tiene una hija de 35 años. Estar en la calle sin un techo "ha marcado un antes y un después con ella». Se lamenta de que lo peor de dormir a la intemperie son los robos. "Es difícil conservar un móvil".

Jesús, duerme en la calle frente a las casas que hizo

Natural de El Boquerón (Valle de Guerra, en La Laguna), a sus 63 años cuenta que trabajó más de media vida en la construcción para acabar durmiendo bajo el puente, junto a Enrique. "¿Ves esos balcones de la barriada de Cepsa? Parecen de madera, pero son de mampostería. Todos pasaron por estas manitas". "Cuando empezamos aquí había cuatro casitas". Explica en los escalones del parque Manuel Castañeda mientras se refiere a la barriada de Cepsa que tiene a sus espaldas. "Llevo ya en la calle once o doce años. Compré un terreno en Guamasa donde edifiqué mi casa y una huerta. Problemas familiares acabaron con todo eso".

Hace tres años sufrió un ictus, recuerda, para poner en valor que fue testigo de la transformación del barrio, o incluso de cuando el surtidor que se localiza a la salida de Santa Cruz se transformó en gasolinera. Hoy cobra una ayuda de 450 euros.

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