MÚSICA

Malevaje, el último grupo de La Movida: "Ser joven y no ser de izquierdas es raro"

Malevaje surgió en 1984, en plena Movida Madrileña.

Malevaje surgió en 1984, en plena Movida Madrileña. / ALBA VIGARAY

Carlos H. Vázquez

A Antonio Bartrina no le molesta que le tuteén, solo si quien lo hace es alguien de una operadora para ofrecerle algo por teléfono. Se recuesta en su sofá con una cerveza en la mano. Se le ven los tatuajes, varios en los dos brazos. En el antebrazo izquierdo, un ave fénix con los apellidos de su familia; en el derecho, su esposa vestida de sirena y la frase “nunca más” en honor al cuento El cuervo de Edgar Alan Poe. Debajo, parte del pictograma que resuelve Sherlock Holmes en Los bailarines, de Arthur Conan Doyle. Desde hace 27 años se dedica a encuadernar libros.

Habla Antonio con deje de barrio, hace pausas en su relato y echa otro trago al botellín. A sus 65 años, la voz de Malevaje sigue llevando patillas de hacha. Trabajó un tiempo con su padre (técnico electrónico), todavía de chaval, mientras estudiaba el Bachillerato: “Por las tardes me iba a currar con mi viejo al taller”. Guarda de aquella época una colección de radios que quiere vender por no poder darles el mantenimiento adecuado. El posible comprador debe saber que las 47 piezas no se venden por separado. “Mi padre, en los últimos años de su vida, se dedicó a restaurar aparatos antiguos de radio que iban desde los años 20 hasta los 70. Me gustaría no desarmar esa colección. Desde que murió mi padre los he enchufado unas cuantas veces; hay que probarlas, cambiar los condensadores... Y yo no sé ni tengo paciencia para eso”.

Mucho antes de formar Malevaje, Bartrina se ganaba las lentejas como fotógrafo de la agencia Crono Press. “Estuve en un laboratorio que se llamaba Fotografía Montero, en Carabanchel Alto. Revelábamos las fotos esas que había antes en los hoteles, que eran de tres metros por dos. Era otro rollo. Ahora disparas y ves la foto”. Dice que hacía de todo, que a veces le tocaba cubrir partidos de fútbol, sucesos o una corrida de toros en Ávila. De esa tarde solo recuerda que toreaban Palomo Linares y Manuel Benítez El Cordobés y que pasaron “muchas cosas”. Aprovechando el viaje hasta Ávila, al reportero que iba con Antonio Bartrina se le ocurrió ir a ver a Adolfo Suárez para hacerle unas fotos y tener una entrevista. Sin avisar ni seguir el protocolo. “Llegaron los maderos de la secreta y nos dijeron que, si no nos íbamos de ahí, nos iban a tener que detener”. Y se largaron. ¡Vaya si lo hicieron!

Otro tiento al botijo. Vuelve El Gorila a su padre, a una cinta de Carlos Gardel que le regaló entrando en la adolescencia. La leyenda cuenta que aquel presente venía del tanguero Carlos Acuña, el cual, por amistad, le hizo entrega de la mencionada cassette. “Ahí se me vino encima el tango otra vez. En mi casa había una gramola y siempre había música. Todavía tengo discos de pizarra de aquella época en Carabanchel. También estaba mi abuelo. Yo nací en la calle de La Palma, y recuerdo que mi abuelo, cuando nos íbamos a pasear por la Plaza del Dos de Mayo, iba cantando tangos a su bola y yo iba pillando bola”. Pero no fue hasta que recibió esa cinta cuando empezó a entender las letras del tango. “Esa fue mi perdición”, bromea Bartrina. Todos los caminos conducen a Gardel.


P. ¿Cuándo empezaron a llamarle El Gorila?

R. Eso me lo pusieron en mi barrio, en el poblado C de Carabanchel, que ahora es el barrio de Las Águilas. Yo cantaba una canción de Georges Brassenss que se titulaba Le gorille. Luego, Javier Krahe y Moncho Alpuente hicieron una adaptación cada uno, y yo creo que tocaba la de Moncho Alpuente, que se llamaba Aventuras y desventuras sexuales de un gorila macho. Era muy cachondo. Yo la cantaba en mi barrio con mi guitarrita y un amigo, Juanjo, empezó a llamarme El Gorila. Debía tener 15 ó 16 años.

P. Para el tango, ¿basta con tener una buena voz o hay que ser un gran letrista?

R. Hay que tener un poco de voz, para el tango y para todo. Yo ahora escucho cada cosa que madre mía... Hombre, ha cambiado mucho la vida, pero joder... Gardel tenía un vozarrón, era un portento, un tenor. A su manera, todos han cantado bien.

P. ¿Cuándo conoció a Roberto Grandi?

R. A Roberto Grandi lo conocí porque cantaba en restaurantes de La Pampa. Es el que me presentó al bandoneonista Osvaldo Larrea. Los dos eran de Mendoza. Estábamos grabando Margot, nuestro segundo disco, y Grandi me llevó a Larrea y flipó al ver a unos chavales jóvenes haciendo tango. Metió el bandoneón en dos temas (Aquella cantina de la Ribera y Margot) y luego vino de gira con nosotros. Estuvo siete u ocho años aquí.

P. ¿Les representaba entonces Carlos Zabaleta?

R. Carlitos, sí. Llegó cuando nosotros estábamos empezando. No teníamos ninguna idea de que esto tuviera continuidad. Se hacía unas octavillas y las iba repartiendo cuando íbamos a tocar. Es un gran actor, un dramaturgo, pero flipó cuando nos vio una vez en El Salero y se enrolló con nosotros.

P. En El Salero iban para un día y al final fueron más de los pensados...

R. Rafa Laborda, el dueño, me dijo: “¿Por qué no vienes un día a tocar en el escenario de mi garito?”. Cuando estábamos de farra, Ulises Montero se ponía a tocar la armónica o lo que tuviera. Había un montón de gente que tocaba y yo cantaba tangos, así que fui a El Salero con los músicos que conocía, que eran de rock: Edi Clavo, Fernando Gilabert y Ramón Godes. Algunos ya habían escuchado tango. La madre de Ramón Godes era profesora de piano. Creo que no he conocido a nadie que supiera tanto de música como Ramón. Se dejaron liar y tocamos. Gustó y luego nos prorrogaron y tocamos a la semana siguiente. En una de esas, Edi, que ya estaba con Gabinete Caligari, llevó a alguien de DRO. Entonces grabamos nuestro primer disco. Hicieron una tirada de 1.000 copias y se vendieron enseguida. Nos propusieron firmar un contrato y ahí es cuando se empezó a complicar la cosa.

P. ¿Cuánto se complicó?

R. Eso significaba grabar tres discos y hacer giras. Era meterse en el mundo de la música.

P. ¿No era lo que querían?

R. No lo teníamos planeado. Estos eran músicos de Los Coyotes, Gabinete... Pero yo era fotógrafo en aquella época y no tenía ninguna idea de hacer contratos. Había empezado a tocar la guitarra con nueve años y luego, al principio con Malevaje, la dejé; tenía músicos muy buenos y yo era muy mediocre y no quería estorbar. Pero mi idea no era dedicarme a la música. Son esas cosas de la vida. Ahora, a lo tonto, ya son casi 40 años.

P. Que no son nada, ¿no?

R. ¡Joder que no!

P. ¿En qué momento supo que Malevaje estaba haciendo el tango como había de hacerse?

R. Empezamos a hacer el tango más razonablemente con Larrea. Cuando llegó, nos enseñó a hacer el tango. Nos enseñó a mejorar pero sin perder nuestra personalidad. Era un tío de esos grandes que te encuentras en la vida.

P. ¿Y Ariel Hernández?

R. Otro de los genios con los que he tenido la suerte de poder trabajar.

P. ¿Con cuántos genios se ha cruzado en la vida?

R. Con algunos. Musicalmente, he tenido la suerte de trabajar con unos pavos flipantes: Osvaldo Larrea, Jorge Lema, Ariel Hernández, Sacri Delfino, Ramón Godes...

P. ¿La música le dio independencia económica desde el principio?

R. Muy al principio. Porque teníamos un montón de trabajo y fue creciendo en dinero también. En el 85 y en el 86 empezamos a girar por Francia, que en aquella época casi nadie salía de España. Hacíamos una gira al año. Así estuvimos cinco o seis años. Y, luego, íbamos a todos los festivales importantes. Yo trabajaba además de discjockey en un montón de bares: Cuatro Rosas, King Creole, Chenel... Cada día de la semana trabajaba en un bar. Con lo de Malevaje todos querían que pusiera música en sus garitos.

Antonio Bartrina, en la actualidad.

Antonio Bartrina, en la actualidad. / ALBA VIGARAY

P. El Cuatro Rosas, de los Gabinete, tuvo que cerrar porque decían que allí no pagaba casi nadie.

R. Se pagaba, hombre. Lo que pasa es que había un montón de gente que no pagábamos.

P. ¿“No pagábamos”?

R. Yo curraba allí y no pagaba. Y los músicos tampoco pagaban. No creo que los Gabinete abrieran ese bar para hacer negocio, sino por tener su sitio ahí, donde se reuniera la gente de aquella época.

P. Los Gabinete cambiaron su sonido después de la mili, porque allí se escuchaba otro tipo de música, como Los Chichos. ¿Qué se escuchaba cuando fue usted?

R. No recuerdo. Supongo que se escucharía de todo. Yo estuve haciendo la mili en un polvorín de Burgos. Todos estábamos castigados, era un destacamento de castigo. Allí había delincuentes de todos los colores

P. ¿Por qué estaba castigado?

R. Por mis ideas políticas. En aquella época era muy importante eso. Había un montón de delincuentes comunes, delincuentes políticos... El capitán era ludópata y yo no cobré nunca. Me fui para la mili en el año 78. El único que no estaba castigado era el sargento artificiero.

P. ¿Le causaron muchos problemas sus ideas políticas?

R. Sí. Me causaron problemas en aquella época. Es que ser joven y no ser de izquierdas es raro. Yo estaba en el Partido del Trabajo hasta que me fui a la mili. Después hubo elecciones y se disolvió. Había un montón de partidos, porque todo el mundo quería que esto cambiara.

P. ¿Y ha cambiado?

R. Bueno, en aquel momento cambió; en los 80, este fue un país distinto a lo que había sido antes. Pero ahora se va acercando otra vez a todo aquello. Estamos retrocediendo bastante.

P. ¿Qué sabían en aquel momento de la droga?

R. Al principio de todo aquello, muchas veces la policía no sabía muy bien qué hacer. O no te hacían ni caso, o se quedaban patidifusos o se liaban a porrazos. Todavía eran los grises. Luego les cambiaron el uniforme, pero seguían siendo los mismos. Poca gente tenía conocimiento de las drogas. Toda la época de la heroína me pilló en la mili y muchos amigos míos murieron por el caballo. Yo fumaba porros en la mili, pero cuando la acabé dejé de hacerlo, porque no me gustaba quedarme atontado. Hay gente a la que les sientan bien, pero a mí no.

P. ¿Había mucha droga?

R. En aquella época sí, como me imagino que ahora también. Pero la heroína hizo mucho daño y un montón de gente se fue por ella. Yo tuve esa “suerte”, porque ni me acerqué. Cuando volví a Madrid, todos los que conocía se habían muerto. Eso no me gustaba. También había bastante desconocimiento. Pero fue una época de conocer, ver y de hacer cosas, y desgraciadamente hubo muchas bajas.

P. ¿Los 90 fueron una travesía por el desierto?

R. En los 90 empezó a interesar más la pasta que la música, creo yo. Nosotros estábamos en DRO y Warner la compró, y como no vendíamos más de 50.000 discos rescindieron nuestro contrato. Ahí es cuando entramos con Paco Lucena (Discos Don Lucena).

P. Cuenta Paco Lucena que perdió dinero (80 millones de pesetas) con todos los discos menos con el álbum de Malevaje Con su permiso, Don Carlos, que vendió unas 30.000 copias.

R. No lo sé. Supongo que lo haría mal, porque en aquella época la gente compraba discos. La verdad es que nunca presté atención al rollo de la industria musical. Pero lo de Paco era una discográfica pequeña con la que grababa a la gente que trabajaba con él. No tenía los medios que podía tener EMI o una discográfica grande. Él tampoco creo que hiciera la discográfica para forrarse. Luego vendió el catálogo a Rama Lama.

P. ¿Se canta el tango como antes?

R. No. Creo que no. El tango ha evolucionado en la música, en la letra y en la forma de cantarlo. La música que no evoluciona termina desapareciendo.

P. ¿Y se bebe como nunca?

R. Antes bebía más, pero ahora no bebo mucho, porque no aguanto. Si me paso un poco, estoy dos días inutilizado. No me lo puedo permitir. Antes aguantaba lo que fuera, como todo el mundo.


P. ¿En qué momento los rockeros dejaron de ser tipos duros?

R. Siempre han sido duros. Cada uno era como era: había gente muy dura y gente muy blanda pero que iba de dura.

P. Cómo por ejemplo...

R. Había varios. Había mucha gente muy dura y muy mala que tiraba de bardeo rápidamente. Y luego había gente buena y dura también.

P. ¿Y quiénes van ganando: los buenos o los malos?

R. Yo creo que siempre ganan los malos, en general. Tienen menos pudor y más codicia.

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