MADRID

La desgarradora historia del viaducto de Segovia: "Se tiraban ocho personas al mes hasta que los vecinos dijeron basta"

Una novela repasa los suicidios que tenían lugar en el viaducto madrileño hasta que se instalaron las pantallas protectoras

El viaducto de Segovia salva el desnivel de la calle Bailén

El viaducto de Segovia salva el desnivel de la calle Bailén / Alba Vigaray

Analía Plaza

Analía Plaza

3.261 personas se quitaron la vida en España en 1998, 165 de ellas en la Comunidad de Madrid. Fue en noviembre de aquel año cuando el Ayuntamiento de la capital instaló por fin pantallas protectoras en el viaducto de Segovia. Así lo explicó el entonces concejal de Obras, en declaraciones recogidas por el diario El País: "Era imposible no hacer nada ante las demandas reiteradas del vecindario para que actuáramos a consecuencia del elevado número de suicidios allí consumados". Las pantallas, de casi dos metros de alto, no erradicaron por completo el problema pero sí sirvieron para reducir su incidencia, que en algunas semanas de la época llegó hasta los tres suicidios o intentos de.

"Era algo muy grave. En 1998 la media era de ocho suicidios al mes. Madrid no tiene muchos puntos con una altura similar", relata Alfonso J. Ussía, autor de El puente de los suicidas (Círculo de Tiza), una novela basada en hechos reales sobre los suicidios en el viaducto. Cuenta la leyenda —recogida por el cronista de la villa Pedro de Répide— que a la semana de inaugurar la infraestructura ya intentó suicidarse una chica a la que sus padres no dejaban casarse con un carbonero. Fue en 1874. "Pero el traje le hizo una especie de efecto paracaídas y solo se rompió los tobillos. Al final sus padres le permitieron casarse", dice el escritor. En 1934 se sustituyó ese primer viaducto, en mal estado, por el actual. Desde su nacimiento, el viaducto, construido para salvar el desnivel de la calle Bailén sobre la calle Segovia, ha aparecido en numerosas obras literarias y cinematográficas ambientadas en Madrid.

Las mamparas se instalaron a finales de 1998

Las mamparas se instalaron a finales de 1998 / Alba Vigaray

Ussía escogió este tema y escenario para su novela por dos motivos. "Por un lado, por lo que han aumentado los suicidios. En 1998 fueron 3.261, pero es que en 2021 han sido 4.003. Es muy salvaje. Hay investigación en muchos campos, pero este sigue siendo un melón que no se abre, que es un tabú", dice en entrevista con EL PERIÓDICO DE ESPAÑA. "A nivel narrativo el suicidio es, como dijo Albert Camus, el gran problema filosófico del hombre. Y toda mi obra se centra en Madrid: me gustaba la idea de contar las dos caras de la moneda, que la ciudad sea tan amable y tan cruel al mismo tiempo. Tirando del hilo conocí el bar La Esperanza, que estaba al lado del viaducto y funcionaba como una especie de polo: donde se juntaban el policía que entraba con una foto a preguntar, el quiosquero del barrio, el portero, la gente que entraba a tomar la última... Con eso, tenía la novela escrita".

Tras los pasos de La Esperanza

El bar La Esperanza, que en la novela funciona como punto de encuentro de los vecinos que terminan montando una especie de 'comando antisuicida', existió. Es el local que está en la esquina de la calle Mancebos con Bailén. Hoy es un bar irlandés. La Esperanza, según se aprecia en el histórico de Google Maps, era una cervecería sin pretensiones que permaneció abierta como tal hasta 2012.

Cuenta el autor que los dueños originales traspasaron el negocio a principios de los 2000 "porque no aguantaban más. Llevaban treinta y dos años y justo después de poner las mamparas lo traspasaron. Vivían esos sucesos macabros constantemente, como el portero de la calle Segovia al que la policía terminó dando mantas para cubrir los cuerpos cada vez que oyera el porrazo", continúa el escritor, que como parte de su trabajo de documentación entrevistó a vecinos de la zona, a bomberos y a trabajadores del Samur. "Esa gente vivía una cotidianeidad que no se merecía. Fueron los primeros que dijeron basta, porque hasta entonces el Ayuntamiento y la prensa miraban para otro lado". Tanto es así, añade, que había un vecino que tras cada suicidio pintaba unas cruces negras en el suelo que "el Ayuntamiento se esforzaba en borrar".

El libro relata una serie de historias que sucedieron en la vida real, aunque no todas en ese emplazamiento ni en 1998, año en el que está ambientada la novela. "Hay historias que conozco de forma personal. Otras sucedieron en otros lugares, como la de la pareja de adolescentes que se suicidaron juntos porque creían que su vida iba a ir a peor. Esa es de Canarias", continúa. "De casi todas hay titulares, aunque era complicado: la prensa usaba fórmulas que sigue usando, como 'una mujer se cae de un séptimo piso'. Pero había pistas y titulares que pasaron esa especie de autocensura. A raíz de ellos y junto a las entrevistas pude conectar las piezas para ambientar la historia".

Un bar irlandés sustituyó al bar La Esperanza, uno de los protagonistas de la novela de Alfonso J. Ussía

Un bar irlandés sustituyó al bar La Esperanza, uno de los protagonistas de la novela de Alfonso J. Ussía / Alba Vigaray

En 1998, el suicidio no existía como problema de salud pública. "España vivió de espaldas hasta 2008, aproximadamente", apunta Andoni Ansean, presidente de la Fundación Española para la Prevención del Suicidio. "En ese momento percibimos que las cosas empezaron a cambiar. Y ahora, después de la pandemia, sí que notamos más preocupación de las instituciones, los partidos políticos y los medios de comunicación. Hace diez años no había ningún plan de prevención y ahora todas las comunidades e incluso algunos ayuntamientos lo tienen. Solo había una asociación de familiares que han perdido un ser querido por suicidio y ahora hay 25. Han cambiado muchas cosas: hay hasta un teléfono de atención".

Un asunto "privado"

Uno de los reflejos más evidentes de cómo se percibía el suicidio entonces es la justificación que dio el concejal de Seguridad Ciudadana al instalar las pantallas. "Esta medida no persigue entrometerse en la vida privada de nadie". El Ayuntamiento, por lo que se desprende de las noticias de la inauguración, suponía que las pantallas no serían del agrado de la mayoría de madrileños. El concejal de Obras dijo que asumía "la responsabilidad moral de la obra" porque sabía que acarrearía "críticas", que iban desde lo feos que quedaban los cristales hasta la poca efectividad que tendrían, porque al final el que quisiera suicidarse encontraría la manera.

Las mamparas se veían, eso sí, como una buena fórmula para evitar las muertes de los viandantes que pasaban bajo el viaducto, que las hubo. "A finales de los 80 un hombre saltó y cayó encima del churrero, que estaba comenzando su jornada para repartir pan", cuenta Ussía. "Metí esta historia en la novela trasladándola al año 98".

Desde la Fundación para la Prevención del Suicidio tratan de contextualizar las palabras del concejal. "Seguramente quiso decir que todo el mundo es libre para tirarse desde un viaducto", responde Ansean. "España tiene muy metido que la vida de las personas solo les pertenece a ellas y que si se la quieren quitar no tenemos que convencerles de lo contrario. Nosotros entendemos que hay que prevenir el suicidio, incluso el asistido".

La prevención —ya sea en forma de pantallas protectoras o de teléfono de atención— funciona, continúa el presidente de la fundación. "Cuando se instalaron las pantallas no desaparecieron los suicidios por completo, pero sí disminuyeron. Suele pensarse que la persona que quiere quitarse la vida lo hará de otra manera, pero hay evidencia de que cuando limitas el acceso o pones medidas de disuasión en puntos negros disminuyen los suicidios. No evitas todas las muertes, pero sí las reduces. Además, en este caso concreto, sirvieron para que los vecinos no vieran tantos suicidios cada mes". Ansean pone el ejemplo de otro punto negro reciente de Madrid: las escaleras del Caixafórum, donde tras dos suicidios (en 2019 y 2021) se puso un vigilante de seguridad.

El autor de El puente de los suicidas llama la atención sobre la necesidad de dedicar presupuesto a la investigación del suicidio. "Creo que es una cosa muy impulsiva. Hay un caso real en el libro de un hombre al que la policía vio a punto de tirarse y le dijo: oiga, eso está prohibido. Y el hombre se bajó pidiendo perdón. En esa impulsividad es donde creo que está la investigación", zanja. El experto Ansean considera, por su parte, que la investigación debe enfocarse en las causas del suicidio en niños y adolescentes. "Hay mucha preocupación por conocer en qué consiste este fenómeno y cómo prevenirlo. Aún estamos a años luz de saber cuáles son los mecanismos disparadores del suicidio, pero unos mínimos pasarían por hacer autopsias psicológicas, que en España no son ordinarias, para indagar en qué ha podido suceder".

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