LA ENTREVISTA

Alain Vigneau, clown y terapeuta: "Todos somos asesinos en potencia, sólo necesitamos que se den las circunstancias"

Presenta hoy en Espacio Ronda, Madrid, 'El camino del clown' (ed. La Llave), su tercer ensayo: una oda a todas aquellas infancias rotas que nunca dejaron de soñar gracias al entusiasmo

Alain Vigneau, clown y terapeuta.

Alain Vigneau, clown y terapeuta. / Elizabeletta

Maestro de clowns, profesor universitario de drama, pedagogo y terapeuta de la risa y el amor, ensayista. Alain Vigneau (Pau, Francia, 1959) fue un niño aterrorizado por el asesinato de su joven madre a manos de un amante enajenado; tenía 7 añitos. Poco después moría su abuela trasteando con una bomba perdida de la II G.M. Vivió una adolescencia dolorida: rabia, drogas y violencia. Se amparó en la literatura y la filosofía, y durante 10 años fue pastor en los rigores de la alta montaña pirenaica. Pero la ira no le abandonaba, hasta que abrazó aquella pasión de su madre por los payasos: así se vengó de su muerte. Durante 25 años encaramado a los escenarios, se formó en una peculiar psicoterapia, fusión de las técnicas del clown y la Gestalt. La semana que viene imparte su taller terapéutico en una cárcel de México y, en unos meses, fundirá en un curso a víctimas ucranianas y rusas. 

-¿Usted sabe por qué los niños más pequeños tienen miedo a los payasos?

Sí, porque son sanos (risas).

-¿A caso la tristeza que todo payaso esconde no escapa a su extrema intuición?

No, no es eso. El miedo al payaso está descrito, se llama coulrofobia. Vivimos en una sociedad dominada por el miedo y, sin darnos cuenta, transmitimos a los niños ese temor hacia lo extraño que excede el canon de la normalidad. Además, el circo es un espacio expectante, lleno de luces, colores, olor de animal, instalado en un suburbio… Los payasos eran con frecuencia gente no profesional, sino montadores o personas recogidas por la compañía que hacían los sketches ya establecidos en el circo; usaban la brutalidad, el engaño, el golpe; se maquillaban grotescamente para ser vistos de lejos, y cargaban con una leyenda de terror (el payaso asesino): todo esto a un niño no le hace ninguna gracia, porque su mente es sana.

-Fue la suya una infancia marcada por dos tragedias espeluznantes. ¿Cómo llegó a la conclusión de que sólo el humor podría curarle?

El humor cura cuando se enmarca en una apertura emocional, un tránsito desde el dolor, la frustración, el anhelo. En absoluto es la panacea, pero yo logré llegar a un humor celebrativo y compasivo. Mi madre dibujaba payasos por todas partes, era su figura totémica, y convertirme en payaso fue una forma de vengar su muerte, de no dejarla morir del todo.  

-Antes se había refugiado en la lectura y a continuación fue usted pastor durante 10 años en los Pirineos. ¿Por qué y qué aprendió de la soledad del pastor?

Salí de la adolescencia en muy mal estado, como un barco a la deriva; había probado todas las drogas posibles y era muy agresivo, pero me había hecho fuerte y quería vivir. Empecé estudios de literatura y filosofía, fui heredero del mayo del 68, busqué la locura en los libros y me sentí reflejado. Y quise vivir un sueño siendo pastor de vacas y ovejas en los Pirineos, alta montaña: busqué junto a los animales la simplicidad de la vida, quería huir de mí mismo. Allí nacieron mis dos primeros hijos (tiene cuatro), en condiciones extremas, una cabaña sin agua caliente; aprendí cosas esenciales en contacto con lo más arcaico, pero todo terminó de forma turbulenta.

-Así que a continuación fue payaso durante 25 años para acabar curando a los otros con las artes del clown. Ha llegado a trabajar con asesinos en cárceles, ¿ha perdonado?

¿Qué es perdonar? (Largo silencio) La aceptación tal vez sea más profunda, porque implica entender. Pero el olvido no nos es posible; y no, no soy yo tan bueno: perdonar es ser un santo. Estoy en el trabajo de la aceptación. Todos somos asesinos en potencia, sólo necesitamos que se den las circunstancias. Yo sentí mucho odio, sí, quise ser asesino de asesinos, y terminé siendo el payaso sanador que pintaba mi madre.

-Alain, ¿qué es el "entusiasmo sagrado" sobre el que versa su nuevo libro?

La resiliencia, que es la resistencia de los metales al impacto, y que yo comparo con la capacidad de los niños de no perder la fe en la vida y seguir buscando luz. Es esa fuerza vital que permite a los niños amar la vida y que sigue presente en el niño interior que todos llevamos y debemos cultivar, porque restablecer una relación sana con este niño te convierte en un adulto más completo.

-¿En qué se fundamenta la cualidad curativa de un payaso, su arte-terapia de clown?

Mi especialidad es celebrar el aspecto tragicómico del ser humano. Contagiar un amor reverencial por la vida, incluso su en lado más trágico, y enseñar la capacidad de transformar nuestro pasado en un patrimonio que nos devuelva la dignidad. Poder volver a sumergirnos en el entusiasmo, espontaneidad, alegría, ligereza, atrevimiento, asombro, creatividad, y traerlo a nuestra condición adulta. La faceta más importante de mi trabajo es despegar el concepto de clown del cliché de máscara de la comicidad. No, yo trabajo la transparencia y la generosidad. 

-La utiliza habitualmente en sus talleres como antídoto contra una de las mayores crueldades infantiles: el bullying. ¿Cuánto daño puede hacer un comentario en apariencia sardónico en un niño?

El humor cura si se emplea desde la luz, pero usado desde la maldad es un arma asesina. El humor sarcástico, la burla que todos hemos sentido en nuestra infancia en uno u otro momento, pone a la criatura en evidencia mientras el resto se ríe; en ese momento el niño es una criatura asesinada, por su diferencia, a manos de alguien que encierra una rabia y se la está haciendo pagar, disfrazada de humor. El bullying envenena la vida de los adolescentes.

Alain Vigneau.

Alain Vigneau. / Elizabeletta

-¿El humor es la cosa más seria del mundo?

En cuanto fenómeno emocional que vincula a las personas entre sí, el humor merece ser estudiado con mucha seriedad, sí.

-¿Reírse de uno mismo es condición sin la cual no somos libres?

Se podría incluir en la caja de herramientas hacia una buena salud mental, sí.

-Lo aprendió de Tomás Moro (“Bienaventurado el que sabe reírse de sí mismo, porque siempre tendrá de qué divertirse”). ¿Es así porque implica amarse a uno mismo?

Sí, yo no puedo reírme de mí mismo de forma sana si no me quiero lo suficiente.

-¿Un ser acomplejado ha de curarse para poder reírse de sí mismo o cura su complejo riéndose de sí mismo?

Ambas cosas. Estamos enfermos de santa seriedad, nos tomamos demasiado en serio nuestra identidad, posición, apariencia… Y esto no funciona si no lleva aparejado un humor celebrativo. En cierta ocasión le preguntaron al dalái Lama cuál era su pasatiempo favorito y él respondió: la risa. Y cuando se reunió con Desmod Tutu para escribir El libro de la alegría y les preguntaron cómo había sido su trabajo juntos, dijeron: nos hemos reído todo el tiempo. 

-¿Y por qué cree usted que es tan importante la risa para su santidad, tal vez para acercar su filosofía a los demás?

Pudiera ser, pero su facilidad para reírse le viene dada por su capacidad para quitarse de en medio. La risa está muy vinculada a la meditación, porque en ese estado uno sale de sí mismo para relacionarse con algo más amplio y así, olvidarse de los apegos que le impiden formar parte de una entidad mayor y colectiva. Si uno tiene demasiados apegos, es incapaz de reírse de sí mismo.

-Cita usted a Nietzsche diciendo: “El arte es dolor hecho luz”. ¿No hay creación sin sufrimiento previo?

En la raíz de toda creación hay una inquietud, porque lo contrario es conformismo. Y esa inquietud puede tener su origen en una frustración o sufrimiento, pero podría ser sólo inconformismo. Lo que sí es necesario para crear es tener hambre de vida (lo que yo llamo entusiasmo sagrado) y voluntad para formar otra realidad distinta. La cuestión nuclear es el trabajo sobre la conciencia para la sanación de las heridas; en mi caso, esas heridas necesitaban un escenario, y ya luego el arte permite que las sombras vean la luz. El sufrimiento crea rabia y en ella hay mucho potencial, que puede derivar en algo muy negativo pero también, creativo.

-Alain, el llanto y la risa, ¿serían aquello que nos hace iguales como seres humanos?

No. Es el amor, sentimiento nuclear de todos los seres humanos, y la pertenencia. Pero sí, todos reímos y lloramos en el mismo idioma. Tal vez encuentre mi salvación definitiva en el taller con rusos y ucranianos, tal vez.