LA CRÓNICA DEL ARTE

Ruta de expos: del flúor lumínico de Eva Lootz al espíritu zen de James Lee Byars

Dos muestras madrileñas y otra cordobesa recogen el trabajo de tres nombres importantes del arte contemporáneo español e internacional, con diferente acierto.

Vista de la exposición de Eva Lootz en Alcalá 31 'Si aún quieres ver algo...'

Vista de la exposición de Eva Lootz en Alcalá 31 'Si aún quieres ver algo...' / Cedida

A cada generación le llega su melancolía. O tempora, o mores, etcétera, etcétera. Siempre hay un mundo que desaparece y otro (habitualmente, amenazante y de peor calidad) que viene a arrasar con lo poco bueno que quedaba. "Si aún quieres ver algo, date prisa: todo está desapareciendo". Con esta advertencia, escrita con caligrafía redondilla en letras de espejo, se abre la exposición de Eva Lootz (Viena, 1940) en la sala Alcalá 31. La muestra, comisariada por Claudia Rodríguez-Ponga, se divide en dos capítulos bien diferenciados. El primero, instalado en la planta baja, consiste en una habitación oscura plagada de elementos luminiscentes. En la cartela de entrada se entremezclan teorías de la visión, el progreso tecnológico, el decaimiento del patrón oro, las desapariciones forzadas, las extinciones masivas, el expolio de los recursos naturales, reivindicaciones decoloniales y un puyazo al dualismo cartesiano, pelele de todas las batallas.

Aunque la artista haya querido trabajar con "frecuencias lumínicas y sonoras que se encuentran más allá del rango perceptivo humano", lo cierto es que vemos y oímos todo lo que se nos presenta: los montículos minerales, las columnas de espirulina, las fresqueras con nombres de secuestrados o el polvo de huesos brillan, perfectamente visibles, bajo las luces negras que alumbran la sala; y la voz de la artista resuena dentro de las "columnas parlantes" sin la menor dificultad. La propuesta, que bascula entre lo onírico y lo discotequero (los colores flúor y sonrisas de Cheshire que aparecen cada vez que el visitante abre la boca), no consigue, por más sugerente y efectista que resulte el montaje, articular los cuerpos de trabajo tan dispares que allí se reúnen.

Vista de la exposición de Eva Lootz 'Si aún quieres ver algo, date prisa: todo está desapareciendo', en Alcalá 31.

Vista de la exposición de Eva Lootz 'Si aún quieres ver algo, date prisa: todo está desapareciendo', en Alcalá 31. / Guillermo Gumiel

En la primera planta, y bajo el título de Dibujos que piensan, se exponen en forma de paneles un amplio conjunto de obras sobre papel que "dan cuenta del salto cognitivo" que la artista sufrió al "desgranar la narración tradicional acerca del descubrimiento de América". Largo me lo fiais. Los dibujos conforman un totum revolutum de digresiones textuales y formas naífs que conceden al espectador curiosear los procesos mentales de la artista. La exposición se completa con un catálogo ingeniosamente diseñado por This Side Up (brilla en la oscuridad) que contiene, entre otras cosas, dos interesantísimos ensayos firmados por Rodríguez-Ponga y Lootz. Por cierto, el Reina Sofía inaugurará otra exposición de la artista el próximo 12 de junio.

'Retrato de María Luisa Santos con flores en la boca', de José Val del Omar.

'Retrato de María Luisa Santos con flores en la boca', de José Val del Omar. / Archivo Val del Omar

A Val del Omar (Granada, 1904 – Madrid, 1982) también le preocupó lo que podía verse y oírse, y para ello se sirvió de todos los dispositivos tecnológicos de los que disponía en su época. Y los que no tenía, se los inventó. El Centro de Creación Contemporánea de Andalucía (C3A) le dedica una ambiciosa retrospectiva brillantemente comisariada por Lluis Alexandre-Casanovas, que trata de contextualizar las inquietudes formales, plásticas y temáticas del cineasta mostrando sus conexiones con los movimientos pedagógicos, artísticos y científicos de su época.

Al meticuloso apartado de documentación (inéditos incluidos) se le suma la concurrencia de obras históricas, como una copia de La visión de san Francisco del Greco o la Virgen de los faroles de Julio Romero de Torres, así como una colección de fonógrafos y reproductores. También, la proyección del Tríptico elemental de España, cuya fiera modernidad sigue (sorprendentemente) vigente setentaitantos años después. Más allá del siempre feliz encuentro con la obra de Val del Omar (su semblanza excede el espacio de esta crítica), Una técnica con T mayúscula contribuye a desbaratar el tramposo espejismo del genio que cae como un aerolito y crea desde la nada –a mi juicio, un inestimable servicio en estos tiempos que corren–.

En el Palacio de Velázquez (una de las sedes del Reina Sofía en el parque del Retiro) se acaba de inaugurar una exposición de James Lee Byars (Detroit, 1932 – El Cairo, 1997) comisariada por Vicente Todolí. Nos recibe una gran instalación de esferas de cristal de color rojo, que dibujan un ángel o una T historiada. La luz incide sobre ellas provocando pequeñísimos destellos encarnados sobre el pavimento. Unos metros más allá, un enorme redondel de vidrio con un huequecillo dorado en el centro (la pieza servía, originalmente, para una performance en la que el artista, embozado, ponía la oreja de un lado y escuchaba cómo los espectadores disertaban sobre la idea de perfección).

De izda. a dcha., las piezas de James Lee Byars 'Self-Portrait' (ca. 1959), 'The Capital of the Golden Tower' (1991) y 'Five Points Make a Man' (1993), que se exponen en el Palacio de Velázquez.

De izda. a dcha., las piezas de James Lee Byars 'Self-Portrait' (ca. 1959), 'The Capital of the Golden Tower' (1991) y 'Five Points Make a Man' (1993), que se exponen en el Palacio de Velázquez. / Archivo Fotográfico del Museo Reina Sofía

Vitrinas de madera dorada con formas geométricas de mármol, una esfera de rosas (que se va secando) enfrentada a otra de arenisca, una mesa con un paño abullonado sobre el que reposa el cuerno de un narval (que, como se sabe, se asemeja al de un unicornio), una cúpula dorada, una columna dorada, una circunferencia y un monolito de mármol también sobredorado completan, a grandes rasgos, la exposición. La obsesión de Lee Byars por las capacidades trascendentes del arte, su japonofilia y su interés (tan de los 60) por el zen, sumados a la hermosa amplitud del edificio, presentan Perfecta es la pregunta como una exposición de una belleza calmada y, en ciertos momentos, conmovedora. Pero a medida que avanza la visita, la reiteración de los mismos elementos (simplísimos en su mayoría) y artificios termina haciéndose aburrida. De la alquimia a la fullería hay apenas un paso.