QUÉ HACER EN MADRID

Cócteles exquisitos y una galería de fotografía 'barroca': Pictura, un pequeño Prado en el Mandarin Oriental Ritz

Tomarse la mejor copa posible en un hotel de lujo rodeado de una galería de ilustres de la cultura madrileña puede ser un capricho para ocasiones especiales, pero sin duda es un gran plan de noche

La barra de Pictura, en el Hotel Mandarin Oriental Ritz, con los retratos de Paula Anta al fondo.

La barra de Pictura, en el Hotel Mandarin Oriental Ritz, con los retratos de Paula Anta al fondo. / ALBA VIGARAY

Jacobo de Arce

Jacobo de Arce

Quédese con esta pista: si a mitad de Martini (el cóctel también conocido como Dry Martini, no el destilado de esa conocida marca italiana) le cambian la copa porque consideran que la que está utilizando ha subido de temperatura y ya no respeta la adecuada a la que se debe tomar ese combinado emblemático (es decir, prácticamente helado), es que está en el bar correcto.

Aunque algunas de las cosas que se digan aquí puedan sonar snob a oídos de algunos, de ninguna manera se pretende. Por ejemplo: que afirmemos que una de las mejores coctelerías de Madrid ahora mismo está en uno de los mejores (y más caros, sí) hoteles de la ciudad. El bar es Pictura, y su lugar de residencia, el Hotel Mandarin Oriental Ritz, antigua parada de reyes y celebridades que hoy por hoy forma parte de una de las grandes cadenas mundiales de la hotelería de lujo.

Pictura hizo su debut después de la pandemia, cuando el antiguo Ritz renació tras la más que necesaria renovación a la que le sometió su nueva marca, y que lo había mantenido cerrado por reformas durante varios años. El bar con más personalidad de un hotel que acoge diferentes propuestas gastronómicas (el chef multiestrellado Quique Dacosta está detrás de sus conceptos iniciales, y en algunas sigue controlando su día a día) fue pensado como un espacio en el que evocar a ese ilustre vecino que es el Museo del Prado. Arte, cultura, Madrid, buena bebida y algo de picar que esté al nivel: algo así debió de ser el briefing del que se partió.

Los retratos de Paula Anta en Pictura.

Los retratos de Paula Anta en Pictura. / ALBA VIGARAY

Galería de retratos

La parte artística del asunto se le encargó a la fotógrafa Paula Anta, que recibió esa directriz de homenajear al Prado y también al Siglo de Oro español a través del retrato. Anta se mueve más en la fotográfía de naturaleza, pero ya tenía alguna serie anterior en esa línea. Había trabajado, incluso, "con esos esquemas tanto de luz como de pose y temáticas del Barroco. Lo debieron de ver y por eso me llamaron”, razona. Lo que no le dijeron fue a quién tenía que fotografiar, así que fue ella la que propuso hacer una galería de personajes del mundo de la cultura de Madrid pertenecientes a distintos ámbitos, pero que reunieran una característica especial: tener unos rasgos faciales un tanto particulares, que recordaran "a esos estereotipos que tenemos asociados a la pintura de aquella época”.

Anta se fue al Prado y tomó un montón de referencias. “El autorretrato y el retrato del artista tienen unas características muy especiales, porque no es como el retrato de corte o de la aristocracia, donde lo que se quiere mostrar es el poder o la riqueza -explica-. En el artista lo que se quiere mostrar es su genialidad, y aunque hay elementos que ayudan, como los ropajes o incluso el pelo, casi toda la carga está en la mirada. Por eso los retratados miran tanto a las personas que están ahí tomando algo”.

Efectivamente, quien se sienta en la barra o las mesas de Pictura se siente observado por los 14 personajes que han acabado decorando sus paredes. Una colección de ilustres en la que están, entre otros, la escritora Elvira Lindo, el dramaturgo Alfredo Sanzol, el músico Jorge Pardo, el arquitecto Alberto Campo Baeza o el fotógrafo Jorge Fuembuena. Aunque quizá el retrato más impresionante sea el de la coreógrafa y video-artista Melania Olcina. No solo por su tamaño, el mayor, sino también por su posición: mientras el resto están agrupados al lado de la barra, ella está sola, casi vigilante y con una pose regia a la que ayuda el collar isabelino, en una pared desde la que su mirada abarca toda la sala.

El retrato de Melania Olcina por Paula Anta vigila la sala de Pictura.

El retrato de Melania Olcina por Paula Anta vigila la sala de Pictura. / ALBA VIGARAY

La fotógrafa cuenta que sus sesiones de trabajo se vieron trastocadas por la pandemia. Lo que iba a disparar en su estudio se acabó haciendo en su propia casa. Aunque ya había trabajado con ese tipo de fotografía, dice que el retrato fue un reto para ella. "Soy bastante tímida y cuando retratas a alguien tienes que interactuar con esa persona y entenderla, mientras que cuando trabajo en la naturaleza, porque mi foto está muy relacionada con el paisaje, estoy en mi salsa”. También explica que su propósito cuando hace este tipo de fotografía de personajes es realizar el camino inverso a la pintura. “Igual que la pintura intenta ser realista para captar las pieles, las texturas o las miradas, yo le intento quitar algo de realismo a la fotografía para llevarla a la pintura”. En Pictura, el efecto de sentirse en una pinacoteca, sin que esto tenga nada que ver con lo kitsch, es bastante real.

El arte de mezclar y de servir

Más allá de las incisivas miradas de las Lindo, Sanzol y compañía, el ambiente de Pictura tiene toda la discreción que se espera de él. La iluminación es baja y la música está al volumen adecuado para que no haya conversaciones a gritos que molesten o que nos metan a la fuerza en las vidas de los otros.

Uno de los estigmas que arrastran lugares como este es que suelen imponer: no solo por sus precios, sino porque del bar de un hotel de lujo se suele esperar que el ambiente sea más bien... estirado. Ninguna de estas cosas deberían ser un freno aquí. Sobre el tema de los precios: un cóctel perfectamente preparado con un servicio digno de reyes cuesta aquí 18 euros. No es económico, claro, pero ya solo con probar los aperitivos que acompañan a la bebida (ojo a los anacardos con trufa blanca y a las almendras con chili y limón) uno se da cuenta de que la experiencia va a merecer la pena. Luego están las comparaciones, a menudo odiosas pero siempre inevitables: en muchos locales pretendidamente de moda de la capital están cobrando 13 euros por un simple Moscow Mule elaborado sin gracia y servido con desgana, porque así de disparatado está Madrid. ¿Merece la pena la diferencia? Creemos que sí.

Pedro Montero, preparando uno de sus cócteles en Pictura.

Pedro Montero, preparando uno de sus cócteles en Pictura. / ALBA VIGARAY

Precisamente el trabajo de sala, y el ambiente que genera, es lo que hace que uno se acabe de sentir a gusto en un local de esta categoría. Lo que hacen Pedro Morillas, supervisor del bar que se curtió durante años en el grupo El Paraguas, y su equipo, ya desde el momento en que Paloma Laguna nos recibe y nos acomoda, tiene bastante de coreografía invisible: como ya se ha explicado, ellos se darán cuenta de que la copa se ha calentado antes de que lo haga uno mismo, y la van a reponer, con un fugaz traspaso del líquido, sin que apenas se mueva el aire. También serán ellos los que recomienden qué picar, de una carta corta pero adecuada, si no se quiere que los alcoholes caigan en vacío. Todo lo hacen con la simpatía y el desenfado adecuados para que cualquiera, aunque no sea parte de esa élite internacional que es la que frecuenta el hotel, se pueda sentir no como en casa, sino mejor. ¿Las horas punta? Sobre las 19h y las 23h, antes y después de la cena, son las más animadas.

Otro Pedro, en este caso Montero, y su compañero David Pérez, son quienes se ocupan de la alquimia tras la barra. En Pictura se ha optado por la coctelería clásica, porque para hacer experimentos ya están otros locales, así que aquí muchos nombres serán conocidos aunque tendrán su personalidad. El Ginfizz tiene el huevo batido en la medida justa, en el Infante el sirope de Orgeat es casero y está muy bien equilibrado con la base de tequila para que no se desmande el dulce, y el Pendennis Club, que aunque es originario de Kentuky no es un cóctel de whisky, sino de ginebra, lo proponen como el perfecto para dar el siguiente paso después de enfrentarse a uno tan seco como el Martini, pero sin caer en el pozo del azúcar. Por supuesto, ese House Martini (así lo llaman) lo ofrecen en las dos versiones canónicas que popularizó la saga James Bond: removido o agitado. ¿Y a quién no le apetece que le traten como en una película?