ÓBITO

Muere la actriz francesa Anouk Aimée, el rostro misterioso e inolvidable de 'La dolce vita' y 'Un hombre y una mujer'

La intérprete trabajó con lo más granado del cine europeo y con importantes directores americanos, convirtiéndose en un icono internacional a partir de mediados de los 60

La actriz francesa Anouk Aimée.

La actriz francesa Anouk Aimée. / ARCHIVO

Jacobo de Arce

Jacobo de Arce

La actriz Anouk Aimée, protagonista de filmes tan emblemáticos del cine europeo como Un hombre y una mujer, La dolce vita o Lola, ha fallecido en París este martes a los 92 años, según ha comunicado su hija Manuela Papataki, que anunció en su cuenta de instagram que estaba junto a ella “cuando falleció esta mañana, en su casa de París”. Actriz emblemática del cine europeo, su rostro se hizo reconocible internacionalmente cuando interpretó el papel de Maddalena en La dolce vita (1960), quizá el que mejor dibujó el icono en el que se convertiría la actriz: frente a la voluptuosidad, la inocencia y lo evidente que encarnaba Anita Ekberg, célebre por la escena de la Fontana de Trevi, Aimée ya se perfilaba ahí como la mujer misteriosa, elegante e intelectual, sujeto en lugar de objeto sexual, que acabaría representando en la memoria de tantos espectadores.

De su peso en el cine continental da idea el hecho de que trabajase con directores de la talla de Jacques Becker, Jacques Demy, Bernardo Bertollucci, André Delvaux o Marco Bellocchio, o con grandes cineastas americanos como Sidney Lumet, George Cukor o Robert Altman, entre otros. Aunque fue otro francés, Claude Lelouch, quien la lanzó a la fama definitivamente con aquella estetizada historia de amor entre un piloto de carreras viudo interpretado por Jean Louis Trintignant y la script también viuda a la que daba vida ella, un apasionado romance que debía lidiar con el recuerdo de las personas a las que perdieron. La película le dio un Globo de Oro a la mejor actriz y la nominación al Oscar. Ganadora de la Palma de Oro en el Festival de Cannes de 1966 y célebre también por su archiconocida banda sonora tarareada de Francis Lai, el enorme éxito internacional de la película llevó a que Lelouch realizase un par de secuelas con los mismos protagonistas: Un hombre y una mujer: 20 años después (1986) y Los años más bellos de una vida (2019). Esta sería su última aparición en la gran pantalla.

Personaje esquivo a la fama, escondida siempre detrás de su gafas de sol y que en sus últimos años vivía apartada del mundo en su apartamento de Montmartre en compañía sus gatos, la joven Nicole Dreyfus (Anouk Aimée sería su nombre artístico) se crio en una familia de actores entre París y un pequeño pueblo de la Charente. Su padre, de origen judío, tuvo que sacarla temporalmente de la capital para evitar las denuncias de sus compañeros de colegio, que la señalaban como hebrea, y las detenciones masivas llevadas a cabo por los nazis y el gobierno de Vichy. Terminada la guerra y con solo 14 años, el director Henry Calef la descubre en un restaurante y le da un papel en su película La maison sous la mer (1947), donde da vida a un personaje, el de Anouk, del que acabaría adoptando, para el resto de su carrera, el nombre de pila al que luego añadiría Aimée ("amada").

Clásicos del cine francés y 'nouvelle vague'

Durante sus años de juventud trabajará con lo más granado del cine francés de calidad de la época. Directores como Marcel Carné y Julien Duvivier, actores como Serge Regianni y con el poeta Jacques Prevert o el director Max Ophuls en su faceta de guionistas. Con Jacques Becker hará uno de sus papeles más destacados entonces, como la estudiante de la que se enamora un Modigliani en horas desesperadas, en el biopic sobre el artista Los amantes de Montparnasse (1958). Con otro grande, Georges Franju, y codo con codo con Charles Aznavour, rodará el fantástico drama psiquiátrico La cabeza contra el muro (1959). Son esos los años, cuando Aimée ya se ha hecho un nombre entre la intelectualidad bohemia y existencialista de París, en los que irrumpe la Novuelle Vague, la generación de directores que renovará el cine francés. Con el Jacques Demy más nuevaolero tendrá el primero de sus personajes inolvidables, Lola (1961), cantante de cabaret perdida entre diversos amantes y un rol que debería haber liderado el reparto de un sofisticado musical, pero por razones presupuestarias acabó siendo otra cosa mucho más rudimentaria y probablemente interesante, canción célebre de Michel Legrand incluida (la actriz era doblada en la parte cantada). Reaparecería con el mismo personaje en Estudio de modelos (1969), también dirigida por Demy.

En paralelo, Aimée inicia una fructífera carrera en Italia. Después de trabajar con Fellini en La dolce vita (1960), el director la vuelve a llamar para otro de sus films más célebres, Ocho y medio (1963), ambos con Marcello Mastroianni como protagonista. También trabaja con nombres de la talla de Vittorio de Sica, Alessandro Blasetti y Dino Risi. Se consolida entonces su propensión, elegida o no, a hacer personajes de mujeres conflictuadas, marcadas por la tragedia, escindidas entre amores, pero también dueñas de su destino. Su estética existencialista y sus rasgos felinos y misteriosos se prestan a ese tipo de personaje que es el que interpreta en la joya extraña que es Una noche, un tren (1968), de André Delvaux, fábula sobre la incomunicación en la que la actriz, esposa de Yves Montad en la película, aparece y desaparece misteriosamente de un tren durante el reencuentro de la pareja, cuya relación está condenada.

A finales de los 60 Anouk Aimée es una estrella de fama internacional. Durante el rodaje en Roma de Una cita (1969), que dirige Sidney Lumet con guión de James Salter y donde encarna a mujer que desata los celos de su marido, conoce a Omar Sharif, con quien tiene una breve relación. A esas alturas ya se ha casado tres veces, con el cineasta Nikos Papatakis, con el periodista Edouard Zimmermann y con el cantante Pierre Barough, del que se divorcia el año que presenta la película de Lumet. Poco después volverá a casarse con otra estrella del cine europeo de la época, el actor británico Albert Finney. Durante su matrimonio con él, que durará ocho años, pondrá en pausa su carrera, aunque su única hija, Manuella, es fruto de su unión con Papatakis.

Retomará su trabajo ya en los 80, con filmes en general menos memorables, aunque Salto al vacío (1989), de Marco Bellocchio, donde encarna a la psicológicamente inestable hermana de un juez con el que mantiene una extraña y cómica relación, le dará un premio de interpretación en Cannes. Son años en los que también rodará con Bertolucci o con Agnes Vardá, aunque será Robert Altman quien la rescate de una carrera ya mermada, con un papel en su célebre cinta coral sobre la moda Pret-à-Porter (1995). En el teatro, los 90 serán años en los que dé vida a la Melissa de Cartas de amor, la obra de A. R. Gurney basada en un relación epistolar entre un hombre y una mujer, que le llevará a compartir protagonismo con varios grandes de la pantalla y la escena francesa como Alain Delon o Gerard Dépardieu. Cuando en 2002 recibe el César de Honor a toda su carrera, la actriz, que siempre creyó que todo lo había conseguido por azar, dijo ante el público de los premios del cine francés que ella nunca había tenido "una carrera de verdad". Echando hoy la vista atrás es fácil ver cuánto se equivocaba.