NUEVO ESPECTÁCULO

Choro Molina, el bailaor gitano que busca la ligereza

En 'Prender. Acto de combustión' ha trabajado, junto a Rocío Molina y Ernesto Artillo, para liberarse de las ataduras asociadas al flamenco y profundizar en la danza

El bailaor Choro Molina en Madrid.

El bailaor Choro Molina en Madrid. / ALBA VIGARAY

Ángeles Castellano

Ángeles Castellano

El bailaor Antonio Choro Molina (Huelva, 1985) confiesa que, antes de empezar con su más reciente trabajo, se sentía quemado. Cansado. Aburrido. "Necesitaba despojarme un poquito de todas esas ataduras que retenía en mi baile". Se refiere a los clichés que se le presuponen al baile flamenco, en un gitano como él. La pose, los gestos en el escenario, una forma de vestir, una temática que abordar. Molina quería desprenderse de todo eso y buscar la ligereza, bailar la alegría sin perder la profundidad.

No ha sido un proceso fácil. Pero lo ha logrado en Prender. Un acto de combustión, un espectáculo en el que quema, metafóricamente, esas ataduras que le impedían seguir avanzando. "Ahora, bueno, es todo más natural", dice una soleada mañana de primavera en una conversación que mantiene en el tablao Cardamomo de Madrid, en el que se encuentra pasando unos días en los que llega a hacer tres sesiones de baile para el público que acude al local. "Yo no soy nada dramático, todo eso de las penas del flamenco no lo he vivido", confiesa. "Eso fueron otros tiempos, ahora tenemos acceso a una formación, tenemos internet... No tenemos que heredar esa manera sufrida de ver la vida, tenemos que traer el flamenco al presente", dice.

En el camino para estrenar este espectáculo, que pudo verse en Marsella en abril y el Festival de Flamenco de Luxemburgo en mayo pero aún tiene pendiente estrenar en España -podrá verse en la Suma Flamenca de Madrid el próximo octubre-, le han acompañado la también bailaora Rocío Molina y el artista indisciplinar -en sus propias palabras- y colaborador habitual del flamenco Ernesto Artillo. Ambos han hecho un trabajo de acompañamiento. "Dirigir es un trabajo que requiere de un compromiso muy fuerte", explica Molina sobre el término que mejor define su trabajo en esta obra. "No es mi momento para dirigir, pero me ha gustado mucho acompañar al Choro".

¿Qué le atrajo de la idea de trabajar con él? "A mí me encanta como bailaor", responde. "Tiene mucha sabiduría en su baile". ¿Y cuál ha sido su papel? "Bueno, cogerle de la mano y darle un paseo para que vea un poquito más de paisaje, y luego que baile como baila, porque ahí no me meto, es que baila increíblemente bien".

"Somos amigo desde hace mucho tiempo, y quería que fuese ella", explica el bailaor sobre por qué buscó a Molina para este trabajo. "Necesitaba encontrar un nuevo Choro con alguien que me abriera la cabeza más allá de lo que es interpretar un baile, porque yo sigo bailando de la misma manera". ¿Fue esto lo que le dijo para convencerla? "Bueno, yo lo que le dije es que quería hacer un espectáculo alegre, porque en el flamenco todo tiende a ser oscuro, agobiado".

Fútbol, alegría, música de Estopa

Fueron meses de conversaciones, casi un año, "millones de charlas" para encontrar los elementos que definen a Antonio como persona, no como bailaor: el fútbol, una infancia en un barrio de trabajadores de Huelva (El Torrejón), los amigos, y la música. La música flamenca, pero también Estopa. Molina y Artillo le sirvieron como catalizador para poder encontrar qué le define y llevar esos elementos al escenario. "Ahora mi baile es un poquito más alegre, más versátil", admite.

Artillo supo captar muy bien la esencia de su infancia, dice, y permitirle sacar la fragilidad y su parte más vulnerable para construir desde ahí. El artista malagueño coincide. Para él, descubrir esos elementos y no poder llevarlos a escena por la resistencia del propio bailaor fue clave. Su colección de camisetas de fútbol y su pasión por este deporte se convirtieron en imprescindibles. "El fútbol genera una hermandad que propicia unos códigos de lo tradicionalmente masculinos, fundamentalmente entre hombres heterosexuales, que les permite ser vulnerables y compartir mucha intimidad, mucha emoción que en otros espacios no están tan permitidos y quisimos aprovechar eso y ponerlo en el escenario".

En Prender. Un acto de combustión acompañan al Choro el cantaor Jesús Corbacho, con quien mantiene viva otra obra, Francachela, y a quien conoce desde hace años. Con él ha aprendido a disfrutar estar encima del escenario y tuvo claro desde que empezó a idear la obra que quería que estuviese en ella. También Francisco Roca, responsable de la armónica y la flauta. Con ambos coincidió en un montaje que les encargó Rocío Molina en el que no había guitarras flamencas. "Hubo mucha complicidad entre los tres y quería replicar esa sensación", explica. Al trío se unió, después, Francisco Vinuesa como guitarrista para completar el elenco.

'Prender, un acto de combustión' es la más reciente obra del bailaor Choro Molina.

'Prender, un acto de combustión' es la más reciente obra del bailaor Choro Molina. / ALBA VIGARAY

El niño tímido que no quería bailar

Choro Molina fue un niño tímido en una familia de aficionados flamencos. Él nunca quiso bailar, lo suyo era el fútbol, pero el baile se le daba bien y en cada reunión familiar le animaban a marcarse una pataíta. Su timidez le hacía encarar el flamenco con mucho sufrimiento, pero gustaba tanto lo que hacía que le animaron a formarse. Y lo hizo, gracias a una beca, en la escuela de Christina Heeren de Sevilla. Ahí empezaría su carrera profesional, en tablaos y espectáculos de otros artistas: ha trabajado con Eva Yerbabuena, Manuela Carrasco, Estévez y Paños, Vicente Amigo o Miguel Poveda. En la actualidad, además, forma parte del elenco de Peculiar, de Ana Morales, que aún está de gira y en el que comenzó ese proceso de desnudarse como bailaor. "Quitarme la camisa fue difícil y ahora no hay quien me la ponga", bromea.

Fue en 2018 cuando comenzó una andadura con nombre propio, con la obra Gelem, dirigida por Manuel Liñán y estrenada en el Festival de Jerez. Después vendrían Aviso: bayles de jitanos (2020), dirigido por Estévez y Paños y #SiDiosQuiere (2022), dirigido por Juan Dolores Caballero. "Yo lo que quiero ahora es actualizar mi puesta en escena, pegarle un empujoncito, porque mi baile nunca lo he tocado. Sigue siendo el mismo", aclara. ¿Y qué define el baile del Choro Molina? "Yo bailo gitano porque soy gitano", dice rotundo. "Pero eso no va a cambiar porque me ponga una camiseta de un equipo de fútbol. Yo puedo ser el más gitano del mundo con una camiseta del Marsella, no tengo que ir todo el día con el carromato o el cordón de oro".

En el Festival Azul de Marsella, donde lo estrenó el pasado mes de abril, hay una importante comunidad gitana, herederos de españoles que salieron durante la Guerra Civil, pero también de gitanos procedentes de Argelia que dejaron este país cuando se independizó de Francia. Pese a sus miedos por ver cómo iba a ser recibido, el esterno fue un éxito. "En Marsella son muy flamencos, y tenía un poquito de tensión, pero fue todo genial, el público salió entusiasmado".

Caminar con naturalidad por el escenario, sin forzar una pose flamenca, aparecer con un vestuario informal o incluso sin camiseta, quitarse la chaqueta recién estrenada de color oscuro y el pañuelito en el cuello y poder mostrarse tal y como es en su vida fuera de los escenarios han sido algunos de los elemenos de los que se ha querido despojar, o que ha querido quemar. El fuego juega un papel fundamental como símbolo de ese nuevo Choro, pero también por las emociones que estaba viviendo cuando comenzó a trabajar sobre él. "Este mundo del baile se ve desde fuera con mucho glamour, pero después de tantos años bailando estaba quemado, cansado de viajar y pasar tanto tiempo fuera de mi casa", y añade: "Ahora llevo un mes sin ir a Huelva y me queda otro mes por delante. Tengo ganas de ver a mi sobrino". Se detiene y reflexiona y remata: "Supongo que en todas las profesiones pasará, todo el mundo se quema en el trabajo".