El precio de la creación

Hollywood ningunea a sus leyendas: Coppola, Costner y otros cineastas que se hipotecaron para rodar

Directores con estatus de estrellas se ven forzados a gastarse su propio dinero para sacar adelante sus más recientes proyectos

Francis Ford Coppola, en el festival de Cannes el pasado 16 de mayo.

Francis Ford Coppola, en el festival de Cannes el pasado 16 de mayo. / REUTERS / YARA NARDI

Francis Ford Coppola es, claro, director de El padrino (1972) y otros largometrajes considerados entre los mejores de la historia, y Kevin Costner ganó sendos premios Oscar en las categorías de Mejor Película y Mejor Dirección gracias a Bailando con lobos (1990). Pese a presentar tan imponentes credenciales, ambos han tenido que gastarse su propio dinero para sacar adelante sus más recientes proyectos. ¿Es eso una prueba más de que en Hollywood han perdido definitivamente el respeto por sus grandes autores, y de que ya solo les interesan los reboots y los superhéroes? Tal vez. Pero también es cierto, por otra parte, que a su paso por el Festival de Cannes ambas películas fueron despedazadas con motivo por la crítica y, asimismo, demostraron tener nulas posibilidades de acabar siendo un buen negocio, en buena medida por el tamaño de su presupuesto, el de su metraje -entre las dos suman cinco horas y media- y el del narcisismo que evidencian. ¿Cómo culpar a aquellos en Hollywood que se negaron a invertir en ellas?

Para financiar Horizon: An American Saga - Capítulo 1, primera película de lo que pretende ser una mastodóntica tetralogía sobre la conquista del Oeste americano, Costner -su director, productor, guionista y protagonista- tuvo que hipotecar un terreno en Santa Barbara donde tenía previsto construirse otra casa. Los 38 millones de dólares obtenidos por la operación le alcanzaron también para pagar parte de la filmación de la segunda entrega de la saga, Horizon: An American Saga - Capítulo 2, ya prácticamente completada; durante su visita a Cannes, según afirmó él mismo -esperamos que en broma-, se dedicó a pasearse por el puerto de la ciudad para pedir a los dueños de los lujosos yates allí amarrados dinero con el que pagar las otras dos películas, en caso de que no desista en el empeño de rodarlas. Costner ya invirtió fondos propios en Bailando con lobos, y tambien se jugó parte de su propio patrimonio para completar Mensajero del futuro (1997), ambiciosa epopeya cuyo estrepitoso fracaso lo condenó al ostracismo durante años. “Yo hago estas películas para la gente, no para mí”, ha dicho sobre Horizon. No se lo cree ni él.

Por lo que respecta a Megalópolis, fábula épica sobre un arquitecto obsesionado con la construcción de una ciudad utópica, Coppola ha pasado cuatro décadas tratando de hacerla realidad, y para lograrlo finalmente tuvo que vender parte de su imperio vinícola a cambio de 120 millones de dólares -entre quienes vieron la película en Cannes, una de las preguntas más recurrentes era, ¿a dónde fue a parar exactamente todo ese dinero?-, que probablemente nunca recupere en su totalidad.

También él está acostumbrado a asumir este tipo de riesgos. Con el fin de completar Apocalypse Now (1979) -cuyo rodaje se vio saboteado por un tifón, el ataque al corazón sufrido por el actor Martin Sheen a causa de la ingesta de alcohol y problemas relacionados con prostitutas, drogas, cadáveres robados y guerrillas rebeldes- tuvo que jugarse la casa, el coche y los beneficios obtenidos años atrás gracias a El Padrino; y su siguiente película, el musical Corazonada (1981), fue tal fracaso comercial tras él que tuvo que vender su productora, Zoetrope Studios, y trabajar durante el resto de los 80 exclusivamente para saldar sus deudas.

Por aquella misma época, George Lucas -cofundador de Zoetrope Studio- encontró una forma distinta de jugarse la camisa por amor al arte o, mejor dicho, a su propio arte. Tras el éxito de la primera entrega de La guerra de las galaxias, Una nueva esperanza (1977), varios estudios se ofrecieron a financiarle la segunda, El imperio contraataca (1980), pero él prefiririó pagar por sí solo los 30 millones de dólares que iba a costarle para poder disponer de un control creativo total a la hora de hacerla, y para asegurarse tanto un porcentaje de los ingresos en taquilla como los derechos sobre el merchandising derivado de la película; como resultado, se hizo de oro, aún más.

Pérdidas millonarias y pilotos muertos

No le fue tan bien, en cambio, a quien sin duda fue un cineasta pionero a la hora de echar mano de la chequera con el fin de hacer las cosas a su manera. Inmensamente rico gracias a la compañía proveedora de herramientas para la perforación petrolífera heredada de su padre, Howard Hughes tiró la casa por la ventana para completar su ópera prima como director, Los ángeles del infierno (1930).

Además de filmarla prácticamente entera dos veces -inicialmente la concibió como una película muda, y luego decidió adaptarla a la aparición del cine sonoro-, para rodar sus escenas de acción contrató durante meses a la fuerza aérea privada más grande del mundo, e incluso compró un dirigible con la única intención de quemarlo frente a la cámara; tres pilotos murieron en el set, y él mismo estuvo a correr la misma suerte mientras ejercía de especialista. La película acabó costándole cuatro millones de dólares de la época, que hoy vendrían a ser unos 80 millones. Recaudó poco más de la mitad de esa cantidad.

En ocasiones, lo que impulsa a los cineastas a arriesgar su propia fortuna en sus películas no es la búsqueda de autonomía artísitica, sino las creencias religiosas. Mel Gibson venía de ganar cientos de millones de dólares y un montón de premios gracias a Braveheart (1995) cuando decidió exhibir su filiación al tradicionalismo católico recreando el Via Crucis a través de una película extremadamente violenta y rodada parcialmente en arameo. Tuvo que reducir sus bienes en 45 millones de dólares para poder completar y estrenar La pasión de Cristo (2004), que acabó recaudando 600 millones en taquilla. Por su parte, John Travolta pasó una década esforzándose por producir y protagonizar Campo de batalla: La Tierra (2000), basada en una novela del fundador de la Iglesia de la Cienciología, L. Ron Hubbard y hoy considerada una de las peores películas de la historia. En el proceso perdió 15 millones de dólares, y una parte considerable de su reputación.

Apestados en Hollywood

Para otros, en cambio, la autofinanciación no fue una elección o un capricho, sino un requisito para seguir dirigiendo. M. Nigh Shyamalan pasó de ser considerado un genio a convertirse en un apestado en Hollywood tras los estrepitosos fracasos de Airbender: El último guerrero (2010) y After Earth (2013) y, a modo de castigo, ha tenido que adelantar su propio dinero -después recuperado tras llegar a acuerdos de distribución- para pagar sus siguientes cinco películas. Y el gran Orson Welles pasó toda su carrera endeudado hasta las cejas, y aceptando papeles alimenticios como actor para pagar las facturas generadas por sus proyectos personales como director. Llegó a robar el abrigo de visón usado por su personaje en La rosa negra (1950) para usarlo después en el rodaje de una de sus obras maestras, Otelo (1951).

Algunos autores, por último, pusieron en peligro mucho más que su solvencia financiera para hacer sus proyectos realidad. Pasaron 18 años desde que Terry Gilliam empezó a filmar El hombre que mató a Don Quijote (2018) hasta que logró estrenarla, y entretanto sufrió inundaciones, dificultades de financiación, disputas judiciales y hasta un derrame cerebral.

Durante el demencial rodaje de Fitzcarraldo (1982) en la selva amazónica, Werner Herzog estuvo a punto de perder para siempre la cabeza a causa de los problemas logísticos -un conflicto armado entre Perú y Ecuador-, de su propia megalomanía -que lo llevó a contratar a cientos de indígenas para que transportaran un barco por una montaña- y del comportamiento del actor Klaus Kinski, a quien uno de los nativos se ofreció a asesinar.

Y los delirios faraónicos exhibidos por Michael Cimino durante la filmación del wéstern La puerta del cielo (1980) resultaron en un desastre financiero tan inmenso que acabó arruinando a los estudios United Artists y convirtiéndolo a él no solo en persona non grata en Hollywood hasta su muerte en 2016, sino también en mención inevitable cada vez que se debate si una película, cualquiera, merece un precio tan alto.

“Siempre he estado dispuesto a arriesgarlo todo para hacer mis sueños realidad, y no voy a cambiar”, dijo Coppola al respecto meses antes del estreno mundial de Megalópolis en Cannes; días después, tras presentar allí el primer capítulo de Horizon, Costner afirmó: “Después de este proyecto, nunca más invertiré mi jodido dinero en una película”.