ENTREVISTA

Bibiana Fernández: "El amor, si tiene que llegar, llegará. Lo que ya no hago es esperarlo... No creo que la felicidad dependa de eso"

La actriz vuelve a los escenarios con 'La señora', un montaje inspirado en el estreno en la década de los 70 de 'Las criadas', de Jean Genet

La actriz Bibiana Fernández.

La actriz Bibiana Fernández. / EFE / GEMA GARCÍA

Resulta complicado plantarse frente a alguien como Bibiana Fernández (Tánger, 1954) y no caer inmediatamente rendido a sus pies. Y ya no solo porque la actriz conserve una gran fachada a sus 70 años, que lo hace, sino porque además es de ese tipo de estrellas que derrochan carisma y una insólita naturalidad, lo que siempre es de agradecer para aquellos que se dedican a hacer entrevistas. Desde luego, tablas le sobran, puesto que lleva alrededor de cinco décadas entregada a la farándula, un mundo donde empezó haciendo números de cabaret que explotaban el morbo por su condición de mujer trans y actuando en películas como Cambio de sexo (1977), de Vicente Aranda, que le sirvió para darse a conocer a nivel nacional. Ahora lleva ya unos cuantos años combinando programas de televisión con obras de teatro, y estos días vuelve a los escenarios —concretamente al del Teatro Pavón de Madrid— con La señora, un montaje dirigido por Pablo Quijano e inspirado en el estreno en la década de los 70 de Las criadas, de Jean Genet, uno de los hitos del teatro español protagonizado por Núria Espert.

P. En esta obra encarna a una actriz retirada de los escenarios a la que sus hijos quieren convencer para que vuelva a actuar. ¿A usted la tuvieron que persuadir para aceptar un papel así?

R. No, a mí no. Además, no me gusta jugar con el tiempo de los demás. Es cierto que al leerla tuve mis dudas, ya no por el personaje sino por la cantidad de tiempo que requiere el teatro una vez que te comprometes con él. Por lo demás, no me costó mucho pensarlo. Además, me parecía un desafío. A fin de cuentas, tampoco soy una Carmen Machi o una Núria Espert, actrices con una trayectoria teatral que se podría poner en peligro si se equivocan o si no les va bien con un proyecto. ¿Cuántos actores y presentadores hacen cosas que luego no van bien? Eso no significa que sean mejores ni peores. No puedes sentir miedo por eso. Por otro lado, me emociona mucho trabajar con gente joven, haciendo además un personaje que me hace salir de la zona de confort.

P. ¿Tampoco se ha planteado nunca, como su personaje, hacer un parón indefinido?

R. No, no. Yo hago bautizos, bodas, comuniones… ¡De todo! Me gusta lo que hago. Durante mucho tiempo necesité seguir trabajando por temas económicos. Ahora mismo sí podría permitirme el lujo de rechazar un proyecto por motivos económicos, pero la verdad es que nunca digo que no. Trabajar en muchas cosas te hace tocar teclas distintas. Y, aunque todas guardan cierto paralelismo, cada una tiene su propio lenguaje. A mí la radio, por ejemplo, me gusta hacerla desde el estudio, viendo cómo se enciende el micrófono, cómo llega el invitado que toque... El día que la hago por teléfono es porque estoy en otro sitio y no me queda más remedio. El teatro también tiene otra impronta, porque en otro medio tú no puedes calcular cómo está recibiendo el espectador aquello que estás diciendo, pero aquí sí. Es maravilloso seguir teniendo la posibilidad de hacer muchas cosas distintas.

P. Ha hablado de sus problemas con Hacienda en varias ocasiones. ¿Los pudo solucionar al fin?

R. Pude solucionarlos, sí. Y menos mal, porque aquello duró 12 años y fue una cosa tremenda. El problema no era la deuda en sí, sino que, al no poder pagarla en el momento, se iban generando intereses, multas... Se fue haciendo una bola. Tenía que ir a pagar el teléfono a Correos, porque resulta que tú tienes un dinero en el banco y piensas que cuando llegue la factura del teléfono se va a pagar de ahí, pero no, porque de pronto ves que ya te han quitado el dinero ese. Aquello me tenía sometida a una especie de temor, porque nunca sabía qué iba a pasar. No se trata de quejarse por el dinero que hay que pagar, porque Hacienda somos todos y no hay queja ni lamento por eso. Lo que hay es el no saber, el darte cuenta de que en principio tienes una deuda de 400.000 euros y, al final, acabas pagando cerca de 2 millones, y que tú no tienes capacidad de generar semejante cantidad de dinero. Aquello era un sinvivir, y más para alguien como yo que tiene ansiedad anticipatoria. Ahora, afortunadamente, no estoy ya en esa situación.

P. Volviendo al tema de La Señora, María vive obsesionada con una obra (Las criadas) que en su día no pudo representar porque fue prohibida. ¿Qué relación ha mantenido usted con la censura?

R. Viví la censura durante los primeros años de mi carrera. Empecé a trabajar durante la última bocanada del franquismo, y en esa época la policía estaba untada. En la Cadena Ferrer se permitían ciertas cosas que no estaban permitidas en otros lugares. La policía igual venía, se llevaba a alguna chica que le gustaba y se la follaba por el morro. Y cuando trabajé con Juanito Navarro también te decían qué chistes podías contar y cuáles no. Yo he vivido esa época, soy hija de esa transición. Pero también viví la movida, toda la eclosión cultural aquella. Las drogas y todo aquello que había entonces ya existían antes de que la movida empezara, lo que pasa es que solía darse en círculos privados y con la llegada de este movimiento se democratizó, como cuando se dice que Zara ha democratizado la moda.

P. Algunos creen que la corrección política es una nueva forma de censura. ¿Qué opina?

R. Creo que es así. Se debe distinguir una agresión de aquello que no lo es. Ahora no, ahora todo está en el mismo plano, donde dices con el mismo tono ‘te quiero’ que ‘me cago’, como si fueses una presentadora de telediario, cuando resulta que no son la misma cosa. Un piropo no tiene por qué ser una agresión en un momento dado, de la misma forma que si un tío se pasa contigo, ese tío sí es un cabrón. Recuerdo que en Pachá me llegaron a tirar los tejos algunas tías que me dejaban pensando: "¡Qué pena que no me pase esto mismo con el hombre que me gusta!" o "¡Qué pena que a mí no me gusten las tías!". Lo que quiero decirte es que la intencionalidad de molestar es lo que a ti te debe molestar, no el hecho en sí.

Lo políticamente correcto es un coñazo. Una debe intentar ser educada, pero con lo que se dice pasa como con lo de los penaltis en el fútbol, que la intencionalidad cuenta

P. Pablo Quijano ha comentado que le ofreció el papel de María porque siempre pensó que usted tenía “una vena dramática por explotar”. ¿Está de acuerdo con él?

R. Ni yo misma era consciente de eso. Nunca me había planteado lo de ‘Quiero hacer un drama, porque me apetece hacer otra cosa’. Pienso que una actriz siempre debe estar preparada para hacer cosas nuevas, y que es bonito encontrarse en un camino nuevo, transitando por calles que no conocías...

P. ¿Cree que los cineastas con los que ha trabajado supieron realmente explotar su talento?

R. Es algo que tampoco me he planteado. Siempre estoy contenta, o no contenta, con las cosas que he hecho, pero no pienso en esas que no hice. Si lo haces, la vida siempre te va a salir a perder. Me pasa lo mismo con los novios. Cuando después de una separación los he perdonado, o bien he seguido teniendo buena relación con ellos, intento recordar por qué me enamoré de esa persona: los primeros besos, las primeras salidas juntos, esos viajes en los que no tenías ojos para nadie más que para esa persona... Esos seres que me dieron aquellas cuotas de felicidad que igual no fui capaz de alcanzar en otros ámbitos de mi vida son merecedores de mi respeto y de mi más grato recuerdo.

P. ¿Está satisfecha entonces con su carrera interpretativa?

R. Sí. Además, soy de las que piensa que la vida está por llegar. Siempre me acuerdo de Chiquito de la Calzada, al que conocí a principios de los 70, cuando él cantaba flamenco acompañando a Pepito Vargas y hacía giras por Japón. ¿Quién le iba a decir a Chiquito que acabaría haciéndose famoso como humorista en vez de como cantaor, y que sería un referente en lo suyo? Afortunadamente, la vida siempre es una sorpresa.

P. La obra es un alegato a favor de la ficción como el mejor aliciente para soportar la realidad. ¿Alguna vez se le hace cuesta arriba vivir?

R. Te diré que hubo una etapa en mi adolescencia en la que viví la mitad del tiempo en una ficción y la otra mitad en la realidad. Utilizaba la ficción como un terreno natural. Y, además, se trataba de dos realidades paralelas que convivían juntas. Me refugié en esa realidad, soy hija de la ficción. Yo vivía en un patio de vecinos, ¿qué iba a saber yo de arquitectura? Pero a mí me parecía que formaba parte de Niemeyer, igual que de Paco Rabanne... Me parecía que eso era el futuro. Cuando una tiene 13 años se imagina el futuro como una cosa exótica, algo de colores, con formas extrañas y volúmenes diferentes a los que ve en su entorno cotidiano. Recuerdo que me quitaba la careta de Fantomas, el personaje de una serie de películas francesas, y que debajo de ella aparecía cualquiera de esas mujeres a las que yo admiraba: Ursula Andress, Brigitte Bardot... Y que luego me fui quitando y quitando caretas, hasta que conseguí hacer la cara que yo tengo. Sé que soy hija de mi imaginación.

Soy una persona que se ha hecho a sí misma con recortes de sus recuerdos, de las cosas que le gustaban, de aquellas mujeres a las que admiraba, del cine, de la moda, de la arquitectura...

P. Una vez comentó que, durante mucho tiempo, “el amor fue mi bandera, mi patria y mi religión”.

R. ¡Y mi destino! Como si fuera un puerto, vamos.

P. ¿Y ya está retirada de los hombres?

R. No, yo no me he retirado de nada en la vida. En todo caso podría decir que la vida me ha retirado a mí [risas]. No contemplo la posibilidad de mantener relaciones por teléfono y todo ese tipo de cosas. Yo necesito que alguien me mire, ponerme nerviosa cuando veo que lo hace... Todo eso forma parte del juego de la seducción que a mí me gusta. Nunca he tenido novios de esos de carpeta. Necesito que sea alguien de carne y hueso, que huela, que sienta, que grite, que bese... Pero el amor es como un accidente. Puede pasar que un día abras la puerta porque un hombre ha venido a traerte un paquete y que entonces surja algo que tú no esperabas, bien porque tenías ya una mochila, porque tienes tres perros y mucho trabajo... El amor, si tiene que llegar, llegará. Lo que ya no hago es esperarlo. Y, sobre todo, no creo que la felicidad dependa de eso. Durante mucho tiempo pensé que mi felicidad dependía de los otros, pero me he dado cuenta de que, básicamente, depende de mí. Que otras personas puedan interferir en eso y hacerte todavía más feliz es un plus, es como el IVA, que es un ‘además de’, no un ‘en lugar de’.

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