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¿Se ha perdido Ryan Adams?

El mercado no puede soportar el exceso de ningún artista, y cuando éste se obstina en crear y publicar sin filtro todo aquello que produce, se enfrenta a una desaparición instantánea, y a simple vista, algo que el ex 'enfant terrible' del 'alt country' está experimentando, siempre, y ahora más que nunca, en plena batalla consigo mismo

El cantautor estadounidense Ryan Adams.

El cantautor estadounidense Ryan Adams. / SARA MARTÍNEZ

Laura Fernández

Laura Fernández

El lugar era el Aula Magna de la Universidad de Lisboa. El año era 2011. La gira era una gira en solitario que podía llegar a recalar en esa clase de lugares. Lugares con butacas y aspecto de clases enormes. Hasta prácticamente una hora antes de que diera comienzo el concierto, ni siquiera había un cartel que indicara que aquel era el sitio. ¿Y si no era aquel el sitio? Los estudiantes de la universidad parecían absortos en sus cosas. No le prestaban atención a aquella aula en la que supuestamente estaba a punto de tocar el por entonces aún admirado enfant terrible del alt country, de una americana post cualquier cosa, intimista y feroz, Ryan Adams. ¿Cómo era posible que en tan sólo una década el tipo que había cambiado una parte del mundo con Heartbreaker estuviese desapareciendo?

Muy sencillo. Adams, que había creado su propio sello, Pax Am, cuatro años después de convertirse en el nuevo Gram Parsons —en un tiempo en el que los clásicos importaban hasta poder convertirse en un apelativo vendediscos, orientador—, estaba apartándose poco a poco de la tiranía del mercado, lo que en su caso quería decir entregarse a una producción desmedida, difícilmente asimilable por una discográfica al uso. Estaba deshaciendo, de alguna forma, el camino que había hecho. Porque a veces parece que el artista sólo desea llegar a algún lugar. Ser reconocido. Encontrar su sitio. Pero ¿qué pasa cuando no es así? ¿Qué pasa cuando la batalla es otra, y es una con uno mismo difícilmente comprensible?

En lo que va de año, Ryan Adams ha publicado cinco discos —uno de ellos, un directo; el resto, material nuevo—, y ha dado comienzo a una cover series, esto es, una serie de versiones de aspecto single —la doble cara del viejo vinilo clásico: dos temas por lanzamiento— que en tan sólo un mes acumula siete publicaciones. La última, reúne a Whitney Houston —I Wanna Dance With Somebody— con los Pixies —Here Comes Your Man—. A su vez, el de Jacksonville está inmerso en una gira europea en solitario tan parecida a aquella que le llevó a actuar en el Aula Magna de la Universidad de Lisboa hace 13 años que podría ser una versión enloquecidamente barroca de la misma. Aunque una cantidad desproporcionada de discos median entre una y otra.

Leyendo La Exégesis de Philip K. Dick descubrí que existe algo llamado epilepsia del lóbulo temporal que se asocia con la hipergrafía —ataques sobrehumanos de escritura— y con cierto tipo de hiperreligiosidad —con un grado inusual de preocupación por la moral, la filosofía y el misticismo— que podría haber afectado, en el pasado, a gente tan distinta como Dostoievski, Emanuel Swedenborg o Vincent Van Gogh. Cuando, después de que su exmujer, Mandy Moore, le acusase de abusos —en un pódcast en el que consideró que había hecho el papel de "madre" en su matrimonio—, y se descubriera que había estado coqueteando online con menores, Adams se apartó de su propia vida, para regresar, al cabo, víctima de cierto misticismo zen y una hipergrafía feroz.

Lo primero que hizo fue dibujar. Hizo cientos de miles de dibujos. Los colocaba sobre la alfombra, en su casa de Los Ángeles, uno al lado del otro, en grupos de puede que 20, o 30, y los fotografiaba. No tenían mal aspecto. Luego empezó a grabarse haciendo versiones de sus canciones. Y se apuntó a la moda del directo de Instagram. A cualquier hora y sin previo aviso, Adams se conectaba y tocaba para quien estuviera conectado. También empezó por entonces a correr, y dejó la bebida y todo tipo de sustancias. Se operó, o quizá ya lo había hecho antes, de manera que el Ryan Adams de 49 años de hoy es más parecido a un Ryan Adams que se hubiera puesto una máscara de una versión extravagantemente ridícula de Ryan Adams que a sí mismo.

Con el inquietante, por excesivo y maldito, Miss MacIntosh, My Darling de Marguerite Young en la estantería —fotografiada en su Instagram, hoy un espejo en el que mirarse y comprobar, likes mediante, que sigue existiendo—, se lanzó también a escribir y publicar novelas. Se diría que su descontrolada y autocomplaciente expansión —no hace más que componer canciones tituladas I Lost My Place, y So Lost— es algún tipo de estertor desesperado, pero ¿lo es, en realidad? Empezó a versionar discos enteros cuando aún ni siquiera había llegado a aquella Aula Magna —primero fue Is This It de los Strokes, mucho después 1989 de Taylor Swift, hace semanas, Nebraska de Springsteen— porque la batalla siempre fue otra, y una que, a su pesar, lo aparta de todo menos de sí mismo.

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