MÚSICA

Metallica ahuyenta en Madrid los espíritus negacionistas del rock

El grupo estadounidense efectúa una abrumadora y contundente descarga de metal ante 60.000 seguidores en la capital de España repasando temas de sus más de cuarenta años de carrera

Metallica, durante su actuación anoche en el estadio Metropolitano de Madrid.

Metallica, durante su actuación anoche en el estadio Metropolitano de Madrid. / Mariscal / EFE

Juanjo Talavante

Juanjo Talavante

Volumen, devoción, contundencia, oscuridad, éxtasis, instinto, lo viejo, lo nuevo, todo se entremezclaba este viernes por la noche en el primero de los dos conciertos que ha ofrecido Metallica en Madrid ante 60.000 almas dentro de su M72 World Tour. En el estadio Metropolitano el verde del césped, esta vez oculto, cedía el protagonismo a un espectacular escenario circular rodeado por ocho torres de sonido de grandes dimensiones convertidas en pantallas circulares, con cientos de luces disparando en todas las direcciones, un foso serpentino y no taurino, con unas cuantas almas privilegiadas contemplando desde más cerca que el resto al cuarteto metalero después de desembolsar una cantidad al alcance de muy pocos para obtener esa privilegiada ubicación.

Lo que ha hecho Metallica este viernes en la capital de España ha sido un completo ejercicio de reivindicación y afianzamiento del género del metal para decenas de miles de fieles que, ataviados en su mayoría de las preceptivas camisetas negras de la banda, se dejaron embriagar por el martilleante embrujo del cuarteto estadounidense. Un embrujo áspero, rotundo, aplastante y abrumador.

¿Qué hay de improvisación en un concierto de esta magnitud? Probablemente muy poco, pero esa premeditada sofisticación garantiza también que todo funcione, y en un show así hay muchos elementos en juego. También la caja, porque Metallica arrastra un negocio de gran volumen.

James Hetfield, de Metallica, anoche en el estadio Metropolitano.

James Hetfield, de Metallica, anoche en el estadio Metropolitano. / Mariscal / EFE

La ceremonia comenzaba aún con el estadio semivacío con Mammoth WVH, el grupo californiano liderado por el hijo de un tal Eddie Van Halen. Si te llamas Wofgang por la devoción que sentía tu padre por Mozart y tu progenitor además es uno de los mejores guitarristas de rock de todos los tiempos pareces predestinado a ser músico, y Wolfgang toca y muy bien. Suya fue una dosis necesaria de rock para el precalentamiento de la parroquia. Mammoth arrancó com Another Celebration at the End of the World, de su segundo y último trabajo. Van Halen jr. deleitó a los ya presentes con un manejo de la guitarra que incluyó algunos tappings marca de la casa, o de la familia, para ser más exactos. Un buen puñado de riffs poderosos y un sonido por momentos ochentero completaron el lote. En total, seis temas y media hora de reloj clavada. Sonido fresco y desenfadado. Se habría agradecido algo de más de tiempo para ellos. 

Después llegaba el turno de Architects, que sonó como una eficaz apisonadora. Banda británica de metalcore que practica una música más cruda y descarnada, con un sonido más industrial. Y electrónico, porque no rehúye de la inclusión de teclados. Su vocalista, el inglés Sam Carter, vistió una camiseta de la selección española de fútbol que rompía el riguroso negro del resto de miembros de la formación. Con 20 años de trayectoria y nueve discos en el mercado, hicieron una docena de canciones a lo largo de una hora de actuación. Contaron con la simpatía de los fans de Metallica hasta que Carter se despojó de la elástica de España y mostró la de la selección inglesa, lo que provocó una enorme pitada. Un gesto provocador que le hizo mostrar una sonrisa cargada de retranca y sarcasmo. Después retornaron los aplausos. Lo que la música ha unido que no lo separe el fútbol. 

La salida de los Four Horsemen se había cocinado a fuego lento, quizá demasiado lento para tratarse de julio. A las 21:10, con unos minutos de retraso y el estadio Metropolitano salpicado de butacas vacías sonó It´s Long Way to the Top (If You Wanna Rock’n’Roll), himno de AC/DC que anuncia protocolariamente la inmediatez de la aparición de Metallica en escena. Forma parte del conocido ritual de la banda. El largo camino hacia la cima lo conoce (y lo ha padecido) el grupo de San Francisco. Arrancaron hace más de cuarenta años. Su primera actuación en vivo fue un fiasco, despidieron a su guitarrista Dave Mustaine (que fundó Megadeth), perdieron a su amigo y bajista Cliff Burton en un accidente de tráfico, pasaron por críticos momentos cuando James Hetfield debía apartarse y buscar solución a sus problemas de adicción con el alcohol… Pero ahí siguen, aglutinando masas de seguidores por todo el mundo dispuestos a rascarse el bolsillo para vivir una experiencia que pocas formaciones pueden hoy garantizar.

Los cuatro irrumpieron sobre la superficie del Metropolitano aún con la luz diurna con cientos de fans recibiéndolos en un pasillo con más miembros de seguridad de los que probablemente puedan presumir muchos jefes de Estado.  

Tras AC/DC sonó como de costumbre en los directos de Metallica The Ectasy of Gold, obra maestra de Ennio Morricone para la película El bueno, el feo y el malo. Con imágenes del filme en las pantallas, la mecha ya se había prendido. La clásica elección de Metallica puede tomarse como un tributo al Western, a su épica, al drama, también a esos primerísimos planos del director Sergio Leone, ahora utilizados como una especie de presagio de lo que se avecinará sobre el escenario, donde esta vez la confrontación acaba en comunión, con cuatro músicos encarando a su audiencia y protagonizando un cruce de miradas de complicidad y devoción.

Con Creaping Death las pantallas gigantes se tiñeron de rojo con las guitarras rugiendo y enmascarando un tanto la voz de Hetfield. Algunos de los asistentes lamentaron que al vocalista de la banda no se le escuchase del todo bien. Era el primer peldaño de un setlist que resultará totalmente distinto al de este domingo. Es una táctica de marketing que tiene también algo de “éxtasis del oro”: garantiza que muchos fans se rasquen los bolsillos y pasen por caja para repetir otra experiencia y propuesta diferente, aunque también genere algunos sinsabores para los devotos que no puedan permitírselo. El batería Lars Ulrich elige los temas que se tocan cada día, los presenta al grupo y estos pueden ‘discutir’ la presencia o idoneidad de hasta tres temas. Así, cada directo tiene su parte de imprevisibilidad, y eso tiene también su punto de atractivo para los fans.

Con Harvester of Sorrow, el segundo tema interpretado e incluido originalmente en su álbum ... And Justice for All, la banda Metallica se reafirmaba en su sonido pesado y aplastante. Es su estilo, su sello, su creación de los primeros años. Miles de fieles replicaban las poderosas embestidas de las guitarras con un coro que se asemejaba al de un ejército. Robert Trujillo aprovechaba para abandonar el escenario y se paseaba por la pista y por el interior del anillo que lo circunvalaba, para asombro y deleite de unos cuantos cientos de fans. 

Lars Ulrich, batería de Metallica, anoche en Madrid.

Lars Ulrich, batería de Metallica, anoche en Madrid. / Mariscal / EFE

"Are you ready?", preguntaba a sus fieles James Hetfield, interpelación retórica donde las hubiere, porque abajo, a los pies del vocalista y guitarra de Metallica, se agolpaban miles de huéspedes invitados este viernes por la noche a una fiesta del metal sin concesiones ni treguas.

Cyanide se consumó como la tercera descarga de la noche, manteniendo la atmósfera y la excitación por todo lo alto en la que Hetfield denominó a lo largo de la noche en varias ocasiones "Metallica family".

Llegó después, ya comenzando a anochecer, King Nothing, un nuevo ataque decibélico con la luces tomando ya mayor protagonismo. Lars Ulrich cambiaba entonces de batería y de ubicación. Se trataba de sentirse cercano a todos las partes del estadio en una propuesta visual de 360 grados.

Con 72 seasons y Darkness Had a Son, el grupo de San Francisco se dejó caer por los temas de su trabajo más reciente. Sonaron rotundos, con una producción más esmerada que las de antaño, pero con ese espíritu de juventud de la banda con destellos de thrash metal. Tras ello, en el escenario se quedaron el bajista Robert Trujillo y el guitarrista Kirk Hammett para llevar a cabo su tradicional Doodle, un guiño que busca crear complicidad con la audiencia de cada país. Trujillo, de ascendencia mexicana, anunciaba con un marcado acento estadounidense: "Hemos compuesto esto sólo para ustedes, solo para Madrid". Los asistentes agradecieron el detalle, aunque el tema parecía tener mucho de improvisación, algo de embarullamiento, quizá contagiado o embriagado todo por aquello de titular su composición Sangría brain.

El ritmo volvió a acelerarse con The Day that Never Comes, ya con los juegos de luces dándole otra dimensión al concierto y parpadeando al ritmo que establecían Ulrich y Trujillo, escoltados por riffs de guitarra trepidantes. Hetfield mostraba un buen estado de forma vocal y se empleaba a fondo con Shadow Follows antes de desembocar en Orion, un tema instrumental que tenía mucho del talento del malogrado Cliff Burton, con trepidantes cambios de ritmo y un poderoso y dominante bajo sonando al frente de la banda. El volumen iba creciendo y las butacas comenzaban a vibrar. Había llegado el momento de echar el freno y, paradójicamente, alcanzar uno de los puntos de mayor clímax del concierto con la interpretación de la balada Nothing Else Matters. Las luces de miles de teléfonos móviles se encendieron como si se tratase de una armada de luciérnagas. Fue uno de los momentos mágicos de la noche, con miles de gargantas participando de un coro que parecía pigmentarse con el azul y el blanco de las pantallas que iluminaban el recinto.

Kirk Hammett, guitarrista de Metallica.

Kirk Hammett, guitarrista de Metallica. / Mariscal / EFE

A continuación, Metallica mantuvo la efervescencia en el ambiente con Sad But True, de su exitoso Black Album. Se trata de uno de sus clásicos, y Trujillo lo adornó saltando a la Snake Pit, donde le aguardaban los VIP, o al menos los que más dinero habían soltado.

La contundente pegada metalera continuó con Battery y Fuel, que provocaron otra explosión colectiva. El ritmo frenético que dictaba la batería de Lars Ulrich servía como faro para guiar al grupo. Su solvencia como músicos está fuera de dudas y en Madrid volvieron a demostrarlo. Con Seek and Destroy hicieron rugir a una audiencia entregada, buceando en las raíces de sus inicios, en ese tiempo de Kill' Em' All, su primer trabajo. En las pantallas la banda tenía el detalle de mostrar las entradas de su primer concierto en Madrid, hace 37 años.

El cierre llegó con Master of Puppets y una apabullante exhibición luminotécnica proyectando imágenes rojas y verdes acompañadas de las características cruces que aparecían en la portada de su disco homónimo. Fue otro de los grandes momentos de la noche.

Robert Trujillo, bajista de Metallica, durante el concierto de este viernes en Madrid.

Robert Trujillo, bajista de Metallica, durante el concierto de este viernes en Madrid. / Mariscal / EFE

Como si se tratase de un particular cambio climático aplicado al ámbito musical, aunque con menos consecuencias nefastas para la faz de la Tierra, los derroteros musicales que trajo consigo el nuevo siglo han cuestionado el futuro y supervivencia del rock y del heavy metal. Los nuevos grupos del género no acaban de adquirir dimensión, las emisoras siguen pinchando a los clásicos, a las viejas leyendas y a banda, como Metallica, que cargan sobre sus espaldas más de cuarenta años de trayectoria y el peso añadido de mantener latente el género. Con esa pesada mochila, la noche de este viernes el grupo de San Francisco dejó patente que ellos no tiran la toalla. Tampoco los miles de fans que abandonaban el Metropolitano con la sensación de sostener, también ellos, una música a la que las nuevas generaciones han dado la espalda. Metallica descargó la contundencia, rabia, indignación y desconsuelo que supuran muchas de sus letras más críticas. Con toda esa artillería combatieron a los espíritus negacionistas que pronostican el ocaso definitivo del rock. Puede que hoy el cuarteto estadounidense sea la ‘medicina global’ más sólida y eficaz contra ese ‘negacionismo’. Y este domingo en Madrid el 'doctor' extiende otra receta.