LA ENTREVISTA

Alejo Stivel, músico y productor: "Si la fama no la asimilas, es tan mortal como las drogas"

"Hacíamos 120 conciertos al año, grabábamos, ensayábamos y teníamos una promoción brutal: vivíamos en el micromundo Tequila", comenta el fundador del grupo Tequila

El músico argentino Alejo Stivel.

El músico argentino Alejo Stivel. / JEOSM

Salvador Rodríguez

Alejo Stivel (Argentina, 1959) emigró en 1977 a España, donde formó la banda Tequila, que arrasó a finales de los setenta y principios de los ochenta. También ha sido, y es, productor, y en la actualidad compagina su carrera como cantante en solitario con el programa de radio Música para Animales. En Yo debería estar muerto (Espasa) realiza un recorrido por su vida, un viaje desde el ambiente cultural de Argentina en su infancia, en los años previos al golpe de Estado, a una España que se estrenaba en la democracia y al ambiente musical y juvenil de esos años: las giras, las drogas, la pérdida de algún miembro de la banda... Y, como no podía ser de otra manera, jura que todo lo que cuenta es rigurosamente verdad

Esto de “Yo debería estar muerto” me remonta a lo de Joaquín Sabina cuando canta: “Superviviente, sí, maldita sea, nunca me cansaré de celebrarlo”. O sea, una mezcla, por una parte, de nostalgia y, por otra, de celebración. ¿Es ese el sentido de su libro? ¿Cuál ha sido su principal motivación para escribirlo?

¿La motivación? (ríe) Pues más que nada la insistencia más allá de lo insoportable de la editorial, que casi practicó conmigo el acoso y la amenaza (vuelve a reír). Y eso fue lo que me convenció para ponerme a escribir como quien va al matadero. Eso sí, empecé a escribir y me empezó a gustar y, aunque en principio no tenía muchas ganas, ahora, después de pasar por todos los estados emocionales posibles, puedo decir que la experiencia me ha resultado de lo más interesante. He llorado, he reído…y te diría que, más que recordar, lo que me ha pasado es que he revivido todas las historias que cuento, porque me puse en situación y ¡vaya! Que, al cabo, a estas alturas me alegro mucho de que me hubieran acosado de esa manera.

–Juan Cruz ha escrito que este libro es algo así como la crónica de alguien que ha vivido una vida especial y arriesgada. ¿Acierta con ambos adjetivos?

–Sí, sí. Juan Cruz es una persona muy aguda y con un criterio fuera de serie. Él apreció eso, y yo creo que de manera acertada.

–La droga, y sus consecuencias, está muy presente en este libro. Un día un músico de rock me dijo que estaba harto de que le preguntasen por la relación con las drogas, porque daba mala fama al rock y porque, aunque los empresarios y ejecutivos de los bancos también se drogan, a ellos nunca les preguntan por eso. ¿Debería hacerle caso a ese músico?

–Yo en este libro lo que quise, e hice, fue sacar para fuera todo lo que tenía dentro. En Yo debería estar muerto no solo hablo de drogas, sino de otras muchas experiencias, historias… de muchas cosas. La idea era contar todo lo posible porque, ya que escribes una biografía, en cuanto te alcance la memoria, hay que guardarse lo menos posible, y por eso, una vez escribiendo, decidí contar todo lo que pudiera y no esconder nada de lo vivido.

–Como lo de la fama, maldita palabra y, sin embargo, es lo que casi todos los artistas buscan cuando empiezan, incluso antes que dinero. Pero ¿cuándo o por qué un famoso siente que esa fama le puede matar o le está matando?

–Realmente, a mí la fama nunca me comió la vida, ni siquiera me afectó negativamente, porque yo vengo de una familia de actores y de gente que ya era muy famosa cuando yo era un niño, al punto de que puede decirse que me crié entre famosos, allá en Argentina. Y no solo por mis familiares, sino también por sus amigos, que en su mayoría era gente muy conocida. Así que, ya te digo, la fama no es algo que me haya comido de ninguna manera; la fama, en mi caso, es algo a lo que no le doy tanto valor en el sentido de que muy tempranamente me percaté de que es pasajera, que es algo que viene y se va, y que por lo tanto no hay que creérsela mucho, porque la verdad es que no sirve para mucho más que para que te den mesa en un restaurante que está lleno.

–Usted estaba preparado, pero la mayoría no.

–¡Claro, por supuesto! La fama, en alguien que no la sabe administrar, dosificar o asimilar, sin duda que puede llegar a ser mortal, como las drogas. Así tenemos tantos innumerables casos de famosos que terminan muy mal, sobre todo los que tuvieron éxito muy jóvenes, porque es cierto que la fama es algo que puede desequilibrar muchísimo a quienes no tengan las herramientas para poder convivir con ella.

–En Tequila, o la mitad de Tequila, eran ustedes argentinos y rockeros, y a su lado lado, estaban los grupos de la movida, muy lúdicos y extravagantes. ¿Qué mirada se echaban entre ustedes y la gente de la movida?

–Te voy a ser muy sincero. Nosotros hacíamos 120 conciertos al año, grabábamos un disco anual, con todo lo que significa de componer las canciones, los ensayos, los encierros en los estudios, los arreglos… y, encima, hacíamos una promoción brutal. Con lo cual no nos quedaba ni un minuto libre y, por lo que a mí respecta, no tuve tiempo ni para apreciar siquiera de qué iba la dichosa movida. Vivíamos en una especie de micromundo donde, la verdad sea dicha, no teníamos mucha vida fuera de Tequila. A mí la movida fue algo que me pasó por el lado.

Nosotros no competíamos con nadie, porque no teníamos rival, no "jugábamos" para ganarle a alguien

–Es como hacen en los buenos equipos de fútbol, que más que fijarse en los rivales, se concentran en “lo que nosotros sabemos hacer”.

–Sí, con la diferencia de que nosotros no competíamos, no había un rival, no estábamos jugando a ganarle a nadie, era simplemente andar nuestro propio camino.

–En las imágenes de los conciertos de Tequila, las chicas apasionadas siempre figuran en primera fila, como en las de los Beatles. ¿Pensaban especialmente en ellas cuando componían sus canciones?

–No, para nada, y además eso no era exactamente así. Teníamos muchas chicas fans, pero también otros muchos chicos, digamos que mitad y mitad, lo que pasa es que los chavales siempre se dejan notar menos (ríe). No, no, con nosotros no pasaba lo que pasaba con los Pecos o Miguel Bosé.

El músico Alejo Stivel.

El músico Alejo Stivel. / JEOSM

–También los Beatles daban esa imagen en sus inicios…

–Bueno, ya sabes que las chicas son las que más gritan. Y eso era potenciado por la campaña de marketing. Yo estoy seguro de que detrás de las chicas que gritaban en los conciertos de los Beatles, también había muchos chicos. Pero, ya te digo, nosotros siempre componíamos lo que nos salía… de dentro.

– Está muy bien triunfar, pero aún está mucho mejor comprobar que las canciones de Tequila también son muy del gusto de las nuevas generaciones. ¿Dónde está la clave de esa frescura mantenida, de que sus canciones no envejezcan?

–No tengo la menor idea. Si supiera por qué ocurre eso, en lugar de tener quince o veinte canciones que han sobrevivido, tendría trescientas, porque hubiese replicado esa fórmula muchas más veces. Yo no lo sé, pero pienso que el que crea que lo sabe se equivoca, porque aquí entramos en el terreno de la magia. Cuando si, en mi adolescencia, yo estaba componiendo “Salta” o “Dime que me quieres”, o “Me vuelvo loco”, “Vamos a tocar un rock and roll a la plaza del pueblo”, “Quiero besarte… hubiese entrado en mi habitación un señor de traje negro, corbata y gafas oscuras y me hubiese dicho “¡Eh, tú, esta canción que estas componiendo ahora dentro de 50 años se va a seguir oyendo en la radio, en los bares, en las casas de la gente... y que cuando salgas a un cierto todo el mundo la va a corear contigo”, pues hubiese creído que me estaba tomando el pelo. Por eso estas cosas hay que atribuírselas a la magia, porque no tienen explicación racional.

– Años después de su disolución también hubo una reaparición, un regreso de Tequila. ¿No temieron romper el mito? ¿Por qué lo hicieron?

–Supongo que creímos que valía la pena y por eso lo hicimos. Y sucedió que lo que creímos a priori lo confirmamos a posteriori. Porque la verdad es que lo pasamos fantásticamente bien, aquello fue divertidísimo para nosotros y para la gente, y además en mis conciertos actuales yo también canto canciones de Tequila y compruebo que me gusta hacerlo, y al público también.

– Antes de que se pusiesen de moda en España, los grupos de réplica ya se estilaban mucho en Argentina. ¿Qué le parece este, llamémosle, fenómeno musical?

–Te confieso que no estoy muy al tanto de esto. He oído hablar de réplicas de los Beatles y me consta que en Londres hace unos años un grupo argentino ganó un concurso como los mejores imitadores de los Beatles.

–Pues los hay de Queen, Pink Floyd, Dire Straits…

–Me parece un divertimento simpático.

– ¿Qué condiciones le pondría a unos chavales que se dirigiesen a usted y le dijesen: “Queremos hacer un grupo de réplica de Tequila”?

– Ninguna, qué va. ¡Viva la libertad! En primer lugar, legalmente no puedes impedir que otros canten tus canciones pero es que, además, ¡qué bueno y qué bonito es que alguien quiera cantar tus canciones! Me parece fabuloso.

–No sé si será creyente, pero aunque sea metafóricamente. ¿Jura que todo lo que cuenta en Yo debería estar muerto es la verdad, la pura verdad y nada más que la verdad?

–Lo juro.

"Sugerí a Sabina que mostrase la aspereza de su verdadera voz"

–Bastaría su trabajo en “19 días y 500 noches” para que fuese usted considerado un gran productor. ¿Que conjunción de astros tuvo que producirse para que ese disco saliese tan… redondo?–El primero y principal que Joaquín Sabina estuviese en el momento más inspirado de su carrera, y más cuando daba la sensación de que iba en declive porque sus discos anteriores, aunque tenían buenas canciones, él no estaba considerado todavía un superstar. Pero cuando me llamó, yo me encontré con un material fabuloso, increíblemente lúcido, y sin eso no hubiera sido posible el resultado final ese disco. Por mi parte, yo creo que pude haber aportado algo de mi visión, mi creatividad y mis habilidades como productor para completar ese trabajo para que tuviese la mayor calidad y repercusión posible. Pero, reitero: ahí lo principal estriba en el talento de Joaquín.–¿Fue usted quien le aconsejó que, en ese disco, su voz sonase tal cual era de áspera, y que no la “suavizase”, como ocurría con los álbumes inmediatamente anteriores?–Tuve mucho que ver con eso, sí, porque, básicamente, esa fue la razón por la cual me llamó. Es que un día le pregunté por qué no grababa los discos igual que los cantaba en su casa, sin pretender embellecer algo “in-bellecible” (si es que existe esa palabra), porque así ganaría en hondura y en expresión. Bueno, él ya lo dice en una de las canciones: “por las arrugas de mi voz que filtra la desolación”.–¿Y musicalmente?–Procuré que las bases que lo acompañaban no fuesen tan procesadas, porque eso le restaba verdad a sus letras, y que optase por la desnudez, por el color que él realmente tenía para que transmitiese toda su expresión.