LA CIUDAD QUE PUDO SER

El rocambolesco plan de los Borbones para que Madrid tuviera salida al Atlántico: todos los disparates que paralizaron la capital

Ángel del Río, cronista oficial de la Villa entre 1999 y 2022, recoge en un libro las operaciones urbanísticas, proyectos arquitectónicos y decisiones administrativas que han marcado el devenir de la urbe

El cuadro 'La pradera de San Isidro' (1788), de Francisco de Goya, con el río Manzanares de fondo.

El cuadro 'La pradera de San Isidro' (1788), de Francisco de Goya, con el río Manzanares de fondo. / MUSEO DEL PRADO

Pedro del Corral

Pedro del Corral

Ponga atención. Y, cuando salga a la calle, tras leer esta pieza, dé una vuelta sobre sí mismo. Lo más probable es que no encuentre ninguna cruz a su alrededor. Lo normal, ¿no? En 2024, sí. Sin embargo, en 1805, reconvertidas en un símbolo ornamental, lo habitual era verlas a cascoporro decorando la capital… hasta que José de Marquina Galindo, corregidor de Madrid, tomó la decisión de eliminarlas. A través de un bando-decreto, las fulminó alegando que interrumpían el tránsito de peatones. Una decisión que, tal y como alegaron los vecinos de entonces, trajo consigo incendios y terremotos. La ira de Dios, vaya. Ahora bien, sorpresa, sólo un crucero sobrevivió: el de la Puerta Cerrada. Según la tradición, se salvó para tener un recuerdo de la conquista cristiana. Aunque, en realidad, así lo afirmó el pueblo, fue para marcar el manantial del arroyo de San Pedro. Ésta es una de las historias que conforman Disparates, el libro de Ángel del Río que recoge los despropósitos y las torpezas que han convertido a Madrid en la ciudad que es hoy.

“A lo largo de los tiempos, y todavía en la actualidad, se han cometido errores que han marcado el devenir de la ciudad. En algunos casos se perpetraron por ignorancia o falta de previsión. En otros, con premeditación. Y, en varios más, con alevosía, por afán de lucro. Muchos permanecen, otros han sido eliminados, pero todos y cada uno de ellos tienen detrás la parte menos brillante del desarrollo de la capital de España”, escribe el autor, Cronista Oficial de la Villa entre 1999 y 2022. Entre sus páginas se entremezclan operaciones urbanísticas, proyectos arquitectónicos y decisiones administrativas que terminaron en auténticos desaguisados.

Un puerto en el Atlántico

El proyecto era ambicioso: hacer navegable el Manzanares, a través del Tajo, para alcanzar Lisboa. Ésta era la única forma de que Madrid tuviese su puerto de mar… a 600 kilómetros de distancia. Lo intentaron en tres ocasiones, pero la cordura acabó imponiéndose. La primera tuvo lugar en 1581, cuando el ingeniero Juan Bautista Antonelli realizó dicha propuesta a Juan II. “La idea incluía dar caudal suficiente al río, mediante un sistema de esclusas, para que los barcos pudieran acceder a la zona del puente de Toledo. Dicen que, en el fondo, subyacía la intención de hacer posible que los galeones cargados de oro y especias, procedentes de América, arribaran aquí”, anota Del Río. No obstante, tras el fallecimiento de ambos, que no llegaron a fraguarlo, Felipe III no consideró oportuno retomar un plan que revivió con los Borbones: entonces, el empresario Pedro Martiengo se comprometió a desarrollarlo a cambio de ciertos privilegios. Así, en 1770, comenzaron las obras de construcción del primer tramo. E, incluso, se dispusieron 18 barcas de transporte. Con Carlos III, el objetivo fue decayendo y lo transformó en un anhelo personal: aliviar el camino polvoriento al que se enfrentaba cada vez que visitaba Aranjuez. Si bien se descartó en 1859, hubo un tercer intento más en 1909 sin recorrido alguno.

Vista panorámica de Madrid Río, al paso del río Manzanares.

Vista panorámica de Madrid Río, al paso del río Manzanares. / AYUNTAMIENTO DE MADRID

El barrio que se independizó de España

Querían expropiarles, así que se independizaron de España. Este podría ser el titular del episodio secesionista que el barrio Cerro Belmonte protagonizó en 1990. “Los vecinos, tras una protesta, pidieron asilo político a la embajada de Cuba. Argumentaban que Fidel Castro expolió a los ricos para dárselo a los pobres, no como en Madrid, donde el Ayuntamiento hacía lo contrario”. Hubo huelgas de hambre y encierros en iglesias hasta que, en septiembre, celebraron un referéndum de autodeterminación. El colegio electoral fue la casa de una de las afectadas, donde votaron 214 personas: 212 a favor del sí. Redactaron una Constitución que abolía la expropiación y concedía asilo a quienes se sintieran maltratados por el Ejecutivo local. Cerraron fronteras y, además, exigieron un pasaporte a todo aquel que quisiera entrar. Compusieron su himno y diseñaron su bandera. Sin olvidar la moneda que acuñaron: el belmonteño equivalía a 5.018 pesetas, justamente el precio que habían puesto al metro cuadrado de sus casas. El Reino de Cerro Belmonte duró una semana, el tiempo que el Consistorio tardó en dar marcha atrás.

Villa Esperanza, una de las casas del barrio Cerro Belmonte.

Villa Esperanza, una de las casas del barrio Cerro Belmonte. / WIKIPEDIA

Madrid, capital de Armenia

Sí, Madrid fue capital de Armenia. Ocurrió en 1375, cuando los mamelucos de Egipto secuestraron al rey León V. Durante los siete inviernos que estuvo preso, dado que no quería cambiar de religión, envió cartas a distintos reinos cristianos para que pagasen su rescate. Una angustia que cesó con la respuesta de Juan I de Castilla, que pagó una cuantiosa cantidad por su liberación. Entonces, como había perdido sus dominios, emprendió una ruta por Jerusalén, Venecia, Padua y Barcelona en busca de apoyos para recuperarlos. En Badajoz, conoció a Juan I, con quien había mantenido el contacto por carta. Fruto de su efusiva amistad, éste decidió hacerle un último regalo: “Le ofreció el señorío de Madrid, Andújar y Ciudad Real, así como una renta superior a los 150.000 maravedíes. Escogió el Alcázar para asentarse y decidió que la nueva capital de su perdido reino sería Madrid”. Las protestas no tardaron y, a pesar de los intentos por acercarse a la ciudadanía, bajando impuestos y protegiendo a los funcionarios, el nombramiento fue matizado: sería a título personal y, tras su muerte, Madrid volvería a ser española. No hizo falta esperar tanto: “Nunca le gustó la ciudad y se marchó a Francia, donde acabó sus días en París el 29 de noviembre de 1393. Dos años antes, Enrique III rectificó el error”.

Panorámica de Ereván, la actual capital de Armenia.

Panorámica de Ereván, la actual capital de Armenia. / ARCHIVO

Un Disneyland a la española

“En 1986, en plena canícula de agosto, el gobierno del Ayuntamiento, presidido por Juan Barranco, anunció su gran proyecto de ocio: la construcción de un segundo parque de atracciones, lejos del que ya funcionaba en la Casa de Campo, si en la siguiente legislatura obtenía mayoría suficiente para sacar adelante obras de esta naturaleza, que inicialmente no contaban con el apoyo de la oposición, al considerar que la ciudad tenía otras prioridades a la hora de hacer fuerte inversiones”, relata el escritor. El objetivo era levantar la instalación más rompedora del momento, adelantándose así al Disneyland que París abriría en 1992. Sin embargo, más allá del tema político, por aquel entonces, tuvo lugar un accidente mortal en el parque de Batán que consternó a los vecinos: un niño de ocho años falleció después de que su asiento saliera disparado y fuese arrollado por el propio aparato. Aún así, se realizaron los estudios correspondientes. Sólo se puso una condición: esperar a la siguiente legislatura ya que el tiempo para hacerlo en ésta era limitado. Lo que Barranco y los suyos no esperaban es que el PSOE no sacaría la mayoría absoluta para hacerlo realidad. De igual modo, tampoco se crearon los centros para actividades culturales propias de la región. Se distribuyeron los grupos, pero los locales no llegaron.

El parque de atracciones de Madrid, situado en la Casa de Campo, abrió sus puertas en 1969.

El parque de atracciones de Madrid, situado en la Casa de Campo, abrió sus puertas en 1969. / ARCHIVO

Un colegio sólo para “niñas guapas”

Situado en la calle de la Reina, en 1630 se levantó el polémico Colegio de Nuestra Señora de la Presentación. Detrás de él se encontraba Andrés Spínola, genovés afincado en Madrid que lo fundó para evitar situaciones de dudosa moralidad. Estaba pensando, tal y como recogía el acta fundacional, para pequeñas de 6 a 10 años que cumplieran cuatro requisitos: “Deben ingresar las de mejor parecer por la mayor ocasión de perderse y que de ninguna manera se recibiese a las que tuvieran defectos físicos que las impidiesen conseguir salida para casada, religiosa u otro destino con el que pudieran vivir con decencia”. Según Del Río en Disparates, “se trataba de chicas abandonadas o con familia que aún teniendo recursos pudieran ser objeto de abuso o explotación”. Existió durante casi tres siglos y desapareció con el proyecto de la Gran Vía en 1911. En su lugar, se construyó el actual edificio de la Gran Peña, en el número 2. También desapareció la Casa del Ataúd, que dio paso al famoso Metrópolis. Sin olvidar el Palacio Masserano, conocido por ser el hogar del escritor francés Víctor Hugo durante su infancia.  

El Colegio de Nuestra Señora de la Presentación desapareció en 1911 con el proyecto de la Gran Vía.

El Colegio de Nuestra Señora de la Presentación desapareció en 1911 con el proyecto de la Gran Vía. / MEMORIA DE MADRID

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