LIBRO

El cine, la arquitectura, la economía, la publicidad, la revolución sexual... Cómo las ideas de la Viena de entreguerras configuraron el mundo actual

Richard Cockett, historiador y editor de 'The Economist' recopila los nombres propios y acontecimientos que se derivaron de aquel momento en 'Viena. La ciudad de las ideas que creó el mundo moderno'

Centros comerciales, sexología, 'Con faldas y a lo loco', la bomba nuclear, la filosofía... Viena se convirtió en el periodo de entreguerras en un laboratorio de ideas que ayudó a construir el mundo actual

Centros comerciales, sexología, 'Con faldas y a lo loco', la bomba nuclear, la filosofía... Viena se convirtió en el periodo de entreguerras en un laboratorio de ideas que ayudó a construir el mundo actual / EPE

Ángeles Castellano

Ángeles Castellano

¿Has ido alguna vez a un centro comercial? ¿Te has parado delante de un escaparate? ¿Has oído alguna vez la expresión imagen de marca? ¿Has visto la película Con faldas y a lo loco, de Billy Wilder, o El dormilón de Wood Allen? ¿Sabes lo que es la Organización Mundial del Comercio? La publicidad, la psiquiatría, la arquitectura, el diseño, el comercio, la salud infantil, la música, el cine de Hollywood, la música, la bomba atómica, la economía de mercado... Mires a donde mires, en los orígenes de todas esas disciplinas, aparece una persona que se crio en la Viena de las primeras décadas del siglo XX. En la vieja capital del Imperio Austrohúngaro, desde finales del siglo XIX, se dio la situación social y política que permitiría un desarrollo intelectual único. Bajo la idea de favorecer una sociedad abierta, con la confianza en el progreso, el intercambio de disciplinas y el método científico, Viena se convirtió en una capital de ideas que la llegada del nazismo no destruiría del todo, sino que la dispersaría por el mundo. Y aquellas ideas ayudaron a gestar el mundo actual.

Esta es la tesis del libro Viena. La ciudad de las ideas que creó el mundo moderno, publicado en España por la editorial Pasado & presente, en el que su autor, el periodista e historiador británico Richard Cockett, que en la actualidad es editor en la revista The Economist y miembro del Institute for Advanced Study de Princeton. En él cuenta tantas historias que su lectura es abrumadora. Organizado en tres partes, el libro narra qué decisiones contribuyeron a que se diese el contexto ideal para que fluyese el desarrollo intelectual; quiénes lo protagonizaron y en qué áreas, y cómo han llegado esas ideas hasta nuestros días. Por supuesto, también se cuenta el papel de Hitler en todo esto, del pueblo judío y de cómo unas ideas que originalmente estaban al servicio del socialismo terminaron conformando el marco neoliberal que tiene atrapado al mundo hoy.

El libro está lleno de paradojas: como que el ex presidente de Estados Unidos y candidato a serlo de nuevo, Donald Trump, representante de una corriente política que rechaza la inmigración, sea el dueño de una mansión que fue decorada por un inmigrante judío y vienés, Joseph Urban. La finca Mar-a-Lago, cuyo centro es una extravagante residencia ("una invención disparatada de estilos y materiales europeos mezclados con comodidades sureñas que incluyen un campo de golf", dice Cockett en el libro), le mantuvo ocupado cuatro años por encargo de una rica heredera de una compañía de cereales, mientras, además, trabajaba como diseñador de decorados para el cine (fue el primero en hacerlos en Estados Unidos).

El primer ministro húngaro, Viktor Orban, se ha reunido recientemente con el candidato a la presidencia de EE UU en Donald Trump en la extravagante mansión de Mar-a-Lago en Florida diseñada por el arquitecto de origen vienés Marion Sims Wyeth

El primer ministro húngaro, Viktor Orban, se ha reunido recientemente con el candidato a la presidencia de EE UU en Donald Trump en la extravagante mansión de Mar-a-Lago en Florida diseñada por el arquitecto de origen vienés Marion Sims Wyeth / EFE / Zoltan Fis

Cockett explica, en videoconferencia con este periódico, que el libro tiene su origen en otro que escribió hace 30 años sobre los economistas originarios de Austria, llamado Thinking the Unthinkable: Think-Tanks and the Economic Counter-Revolution, 1931-1983 (Pensando lo impensable: laboratorios de ideas y la contra-revolución económica, 1931 - 1983, no publicado en español) y "cómo influyeron en Thatcher y Reagan", explica. "Después de eso, trabajando como periodista seguí profundizando en otros temas, y constantemente me iban apareciendo en el camino intelectuales austríacos, fuera lo que fuera. Y pensé que tenía que estudiarlo mejor e ir al origen. Luego me di cuenta de que, pese a que había muy buenas biografías individuales, de personalidades como Wittgenstein, Adolf Loos, Gustav Klimt o Victor Gruen, nadie se había preguntado cómo había surgido toda esta gente desde un lugar tan pequeño y tan duro, que tuvieron una influencia tan extraordinaria en el mundo. Muchas de estas personalidades son muy conocidas, pero nadie las había puesto en el contexto vienés".

También las mujeres

Las mujeres también jugaron un papel importante, y el libro dedica un capítulo exclusivamente a algunos nombres propios, aunque sus contribuciones salpican toda la narración. Anna Freud, por ejemplo, no solamente fue la hija y principal defensora del legado de Sigmund, sino que tuvo un papel fundamental en el impulso del estudio de la primera infancia. Lise Meitner, otro nombre propio rescatado en el libro, fue una física investigadora responsable del descubrimiento del elemento químico proactinio y de la fisión nuclear, aunque su contribución fue adjudicada a su colega, hombre, Otto Hahn, que recibiría el Premio Nobel de Química en 1944 por el descubrimiento de ella. Algo parecido le ocurrió a Herta Herzog, pionera en la introducción de la investigación sociológica en la publicidad a través de los estudios de mercado (llegó a ser vicepresidenta de la multinacional McCan además de ser la mujer más poderosa en la industria).

Se produjeron algunos avances para las mujeres, pero desde otras disciplinas como la filosofía, la psiquiatría o incluso la sexología, los intelectuales siguieron defendiendo el sostenimiento del patriarcado (algunas grandes figuras como Gustav Klimt, Stefan Zweig o Sigmund Freud fueron grandes misóginos). "Fue una generación pionera, mujeres de clase media nacidas a principios del siglo XX, aunque quizás no se vieran a sí mismas como feministas ni estaban organizadas políticamente. Pero pudieron estudiar en la universidad y desarrollar carreras profesionales que tuvieron un impacto considerable, forzando su camino, porque no lo tuvieron fácil", explica el autor.

El origen de la efervescencia: las leyes del imperio

A finales del siglo XIX, la política adoptada por el Imperio Austrohúngaro de permitir la libertad de movimiento dentro del territorio hizo que muchos judíos y personas de diferentes rincones y de diferentes orígenes étnicos se asentaran en Viena. "Los judíos prosperaron gracias a la educación", explica Cockett. "Muchas familias eran pobres, pero tenían la idea de que a través de la educación podían progresar, y fue la filosofía que mantuvieron, la de la superación intelectual personal para avanzar social y económicamente. Muchos de ellos se hicieron doctores, cirujanos o progresaron en las finanzas y esto les permitió acceder a la burguesía y moverse en las zonas de nuevos ricos, el ensanche recién construido de Viena, y de ahí continuaron progresando. Nunca se convirtieron en terratenientes ni quisieron acercarse a la aristocracia, hicieron mucho mecenazgo, en universidades, en las artes... Siempre con la idea de la mejora intelectual personal, impulsaron otras carreras universitarias que permitió entrar a otros judíos".

Esto, además de impulsar el desarrollo intelectual de Viena antes y después de la Primera Guerra Mundial, también levantó mucho resentimiento y una reacción antisemita. "Todo el sistema se basaba en la libre circulación de personas y de ideas, en la tolerancia, el liberalismo y abrazar los valores diferentes de diferentes partes del imperio, de religión... Aprendieron a estar en desacuerdo de una manera constructiva, porque de alguna forma creían en la mejora personal, en el progreso, etc, compartían el objetivo. Pero el éxito que alcanzaron provocó mucho resentimiento de todos los que se sentían excluidos", indica Cockett.

Richard Cockett, historiador y periodista, editor senior en The Economist, autor del libro 'Viena. La ciudad de las ideas que creó el mundo moderno'

Richard Cockett, historiador y periodista, editor senior en The Economist, autor del libro 'Viena. La ciudad de las ideas que creó el mundo moderno' / Cedida

El primer partido populista y abiertamente antisemita alcanzó el poder en Austria a finales del siglo XIX, una tendencia que se agudizaría después de la Primera Guerra Mundial, a pesar de que Viena se mantuvo aislada del resto del país. La mayor salida de vieneses se produjo después de la ocupación nazi del país en 1938. Algunos de los intelectuales citados en el libro murieron en el Holocausto, o perdieron a familiares y amigos. Los supervivientes se vieron obligados a dejar su país y en su nuevo lugar de origen trataron de continuar el trabajo que había comenzado en Viena. Algunos, de una manera asimilada, cambiando incluso su nombre para parecer más americano o tomando clases de dicción para eliminar el acento ("¿quién sabía que Billy Wilder era vienés?" se pregunta Cockett) y otros, manteniendo su identidad centroeuropea. "Hay una lección para EE UU en esto también. Prácticamente todos los campos del siglo XX que hicieron al país protagonista en el mundo estuvieron liderados por inmigrantes que habían llegado al país y pusieron su talento al servicio de la sociedad, del progreso. Son los que construyeron, de alguna manera, el país actual".

Contribuciones involuntarias

"El libro está lleno de paradojas", contesta Cockett sobre algunas contribuciones involuntarias de estos emigrantes centroeuropeos. Fue el caso de Victor Gruen, arquitecto creador de los centros comerciales modernos, que detestaba el urbanismo estadounidense y dedicó toda su carrera profesional a intentar reproducir en EE UU la vida vienesa. Así nació la propuesta de primer centro comercial que, aunque en las afueras, permitiría a la población caminar, tomar un café, intercambiar ideas y compartir tiempo juntas, como en los centros de las ciudades de la vieja Europa. Y de paso, por qué no, hacer algunas compras. El primero fue el Southdale Shopping Center, hoy todavía en funcionamiento, que se inauguró en Edina (Minessota) en 1956. Cuatro años después, ya había en todo el país, 4.500. En 1975, llegaron a ser 16.400.

Algo parecido -aunque con peores consecuencias para él- le ocurrió a uno de los impulsores, muy a su pesar, de la revolución sexual que tuvo lugar en Estados Unidos en los 70, considerado un gurú por Norman Mailer y los escritores de la generación beat, entre otros. Wilhelm Reich, que escribió La revolución sexual y La función del orgasmo, fue profeta sin quererlo. Aunque pretendía una mejora en la sexualidad de los hombres, lo hizo pensando en el bienestar de la familia tradicional. Llegó a crear una máquina, el acumulador de orgón, que a través de la liberación de energía supuestamente beneficiaba la potencia orgásmica. El aparato gozó de mucha popularidad (dice el libro que, entre otros, el actor Sean Connery fue un firme defensor de su uso), pero también sufrió de grandes ataques e incluso parodias: como el orgasmatrón que aparece en la película El dormilón, de Woody Allen.

En el plano ideológico, aquella Viena socialista (que recibió el sobrenombre de Viena roja) formaría intelectuales en la economía que terminarían perfilando el neoliberalismo que aplicarían sin piedad Ronald Reagan o Margaret Thatcher en los años 80, entre otros, y que se convertiría en el único sistema económico en el mundo. ¿No es esto paradójico, que intelectuales socialistas terminasen creando instituciones económicas supranacionales con más poder que los Estados? "Bueno, ellos luchaban por la libertad económica", defiende Cockett. "Hay que entender el contexto: crecieron en un marco político, el Imperio Austrohúngaro, con un poder fuerte y centralizado que facilitaba pero intervenía poco, con libertad de movimiento -no había pasaportes-, especialmente para los judíos, no había impuestos ni censura y había libertades civiles y religiosas. Los ideales de estos intelectuales eran la libertad y la riqueza y esto es lo que trataron de recrear. El Estado para ellos no es que fuese malo, pero era esencialmente una entidad peligrosa, porque podía abusar muy fácilmente. Ellos conocieron un grado de opresión, pobreza y genocidio insuperable y esto les marcó definitivamente, lo tuvieron siempre presente".

En cualquier caso, su legado, insiste Cockett, es la idea de sociedad abierta. Un legado que continúa hasta hoy. Los ideólogos de izquierdas también miran hacia los intelectuales de la Viena de principios de siglo. Las teorías de Karl Polanyi, que defendió en su día que había elementos que no se debían mercantilizar, como la naturaleza, en su libro La gran transformación, comienza a colarse en los discursos de algunos líderes políticos europeos, que defienden una economía que no amplíe la crisis climática. "La sociedad abierta está compuesta de valores atemporales, ese es su principal legado, nuestra tarea es tomar esas ideas y actualizarlas al mundo de hoy", concluye el autor.

'Viena. La ciudad de las ideas que creó el mundo moderno'

Autor: Richard Cockett

Traducción: David León Gómez

Editorial: Pasado & Presente

464 páginas | 34 euros