LA CAJA DE RESONANCIA

Pulseras luminosas en conciertos: ¿emociones teledirigidas?

Mientras que encender el mechero o la luz de móvil era un acto espontáneo que dependía de la voluntad del espectador, las pulseras LED de los macroeventos se programan a distancia para generar el gigantesco efecto mágico

Fans con pulseras luminosas durante el concierto de Coldplay en el Estadi Olímpic Lluis Companys.

Fans con pulseras luminosas durante el concierto de Coldplay en el Estadi Olímpic Lluis Companys. / ARCHIVO

Ya es un ingrediente habitual de los macroconciertos: antes de acudir a tu localidad, alguien te entrega una pulsera con un dispositivo destinado a encenderse para contribuir a los gigantescos mosaicos luminosos que acompañarán diversos momentos clave del espectáculo. Esas escenas con miles de puntos brillantes que acumulan ‘likes’ en Instagram y TikTok.

Aunque estos brazaletes comenzaron a asomar en el j-pop y el k-pop, fue Coldplay el primer grupo en aplicarlo a gran escala, en el Mylo Xyloto tour, de 2012. Luego vendrían Taylor Swift, Ed Sheeran, Ariana Grande… También se han visto en eventos no musicales, como la Super Bowl. Este verano se han generalizado, circulando en conciertos de lo más variado, como los de Estopa o Luis Miguel (este, aprovechándolo como soporte publicitario de una marca de tequila).

Lo de decorar los graderíos con luces portadas por el público viene de lejos y se remonta a los años 70 e incluso un poco más atrás. El 15 de agosto de 1969, los asistentes al recital de Melanie en Woodstock encendieron sus mecheros cuando empezó a lloviznar en señal de apoyo moral (ella escribió luego Candles In The Rain). Unos días después, el 13 de septiembre, otra escena similar, en el Toronto Rock and Roll Revival, pero esta propiciada por el organizador, Kim Fowley, que pidió al público que recibiera con cerillas y mecheros al viento a un John Lennon inseguro, que no pisaba un escenario desde hacía tres años. La portada del disco en vivo Beforetheflood (1974), de Bob Dylan con The Band, acabaría oficializando el acto ritual.

Hoy casi nadie lleva un mechero encima, el móvil lo reemplazó en los conciertos y ahora las pulseras LED señorean. El cambio eleva un gesto emocional a la escala industrial. Mientras que antes tú podías decidir activar o no tu punto de luz, si la situación te emocionaba, ahora tu papel en el mosaico se te escapa de las manos, porque se activa por control remoto. Claro que puedes meterte el brazalete en el bolsillo o pisotearlo, aunque el ambiente creado te haría sentirte íntimamente un cafre y un aguafiestas.

Es cierto que las pulseras tienen una función democratizadora: anulan las distancias entre las distintas zonas del estadio, ‘premium’ y demás, y permiten al espectador sentirse parte del show aun en el asiento más alejado (suavizando el mal rollo de haber pagado un pastón). Pero diría que el efecto cálido, mágico o bello lo es un poco más cuando es espontáneo y no procede de una pauta programada para fabricar momentos inolvidables.