MÚSICA

Toto despliega una efectiva y virtuosa operación nostalgia en las Noches del Botánico

El colectivo musical californiano recordó más de cuatro décadas y media de rock amable con la emoción esperable y un lucimiento instrumental que por momentos resulta excesivo

De izda. a dcha., Steve Lukather, Joseph Williams y John Pierce, durante el concierto de Toto en Madrid.

De izda. a dcha., Steve Lukather, Joseph Williams y John Pierce, durante el concierto de Toto en Madrid. / Víctor Moreno

Jacobo de Arce

Jacobo de Arce

Pocas veces se puede ver en directo a una colección de virtuosos como los que forman Toto. No será aquí donde defendamos ese rock de lucimiento instrumental que tanto predicamento tuvo en los 80 y 90, pero contemplar cómo un músico profesional saca el mejor partido a su instrumento siempre provoca cierto placer, aunque el ejercicio no debe alargarse demasiado. Quienes forman o han formado este grupo han tocado con (o incluso compuesto para) Michael Jackson, Paul McCartney, Ringo Starr, Santana o Miles Davis, por nombrar algunos. Suya fue la banda sonora del Dune de David Lynch. Y si nos fijamos en sus ADNs, dos de sus miembros más insignes son hijos nada menos que del maestro de la música de cine John Williams y de uno de los grandes arreglistas del jazz de los 50 y 60, Marty Paich. Pero ojo, que no hay que hablar de otros para hablar de ellos: sin ayuda de nadie, este grupo nacido en un instituto de secundaria de Los Ángeles ha vendido 40 millones de discos, tiene una enorme colección de Grammys y ha sido capaz de morir y renacer varias veces.

Quizá Toto, un colectivo por el que han pasado un sinfín de músicos, no sea exactamente una banda, en el sentido de esas formaciones que se mantienen estables y con una marcada identidad de grupo a lo largo de su carrera, o quizá ya no lo sea en 2024. Pero las que siguen estando ahí, inalterables, son sus canciones. Y un puñado de ellas son muy buenas: con su punto hortera para según qué oídos, pero temazos que, muchos años después, siguen divirtiendo y conmoviendo a un público que no es precisamente pequeño. Anoche en Madrid, con todo el papel vendido para su concierto de las Noches del Botánico, demostraron que, a pesar de todo, esa música tantas veces denostada por cierta crítica de probada autenticidad rock sigue sacudiendo corazones y caderas como lo hacía una o dos generaciones atrás.

No era muy complicado que Toto emocionasen al público que abarrotaba el Botánico. Su franja principal estaba compuesta por hombres entre los 50 y los 60, en buena parte con camiseta negra o algún tipo de detalle rockero bien estudiado para la ocasión. Pero no era ese el único fenotipo. Había familias enteras que acudían juntas a presenciar lo que sería una especie de ceremonial rock a la antigua usanza, parejas maduras recordando momentos importantes y también mucha pandilla de hombres jóvenes, algunos incluso con estética surfera. Probablemente, todo el que ha tocado alguna vez una guitarra o una batería en Madrid estaba en el jardín complutense. El gran protagonista de la noche, Steve Lukather, guitarrista de nivel y único miembro fundador que resiste en una banda por la que han pasado un sinfín de músicos de sesión extraordinarios, lo llegaría a preguntar en un momento del show: “¿cuántos de aquí sois músicos?” Se levantaron cientos de manos. Javier Vargas y su Blues band ya se habían encargado de ir metiendo en ambiente a una audiencia ávida de ver dedos virtuosos deslizarse por el mástil y las seis cuerdas.

Todo el concierto fue una alternancia de esos soliloquios instrumentales de calidad probada y una efectividad melódica que se reflejaba sobre todo en algunos estribillos, casi siempre románticos, fáciles de recordar y de corear. Arrancaron con uno de sus temas más animados y bailables, Girl Goodbye, con unas guitarras casi metaleras y la voz de Joseph Williams (sí, el hijo del gran John) al borde del falsete, la batería a velocidad de trote. El público estaba tan ocupado en grabar con sus teléfonos el momento inicial de la noche que apenas se movió. Pero no tardaría en hacerlo con la segunda canción, con la que la banda decidió desplegar ya, sin más dilación, la artillería pesada: Hold The Line, el que fue primer hit de toda su carrera allá por 1978 y pieza clave de su disco superventas Toto IV, es un himno clásico, bien soleado y californiano, de eso que se dio en llamar yacht rock, con el estribillo perfecto para que las 4.000 gargantas presentes se desgañitaran. Iban seis minutos de concierto y la emoción ya se había instalado en el Botánico. Se quedaría el resto de la noche, como también lo harían los insistentes solos de guitarra de Lukather.

El protagonismo vocal lo llevó Williams en la mayor parte del concierto, con unas cuerdas vocales que demostraron un excelente estado de forma, sobre todo en los tonos más altos, donde parece no tener límite. Pero también hubo algunos temas que cantó Lukather, mucho más modesto en la voz y más inclinado a las baladas: lo hizo en 99, una canción que alguna vez pretendió ser sexy pero ya no lo es, o en I’ll Be Over You, que aguanta mejor el tipo, sobre todo en directo, y que el guitarrista dedicó a su mujer. El público volvió a emocionarse y hasta su solo encajó mejor que en otros momentos del concierto en los que, salvo para los muy cafeteros, sobraba parte del lucimiento instrumental en canciones que funcionan mejor en su parte vocal. En Jake to the Bone hay tanto quiebro del ritmo y tal protagonismo de la guitarra que uno llega a despegarse un poco de lo que sucede en el escenario.

Fue gracioso descubrir, en un medley instrumental de piano con el veterano Greg Phillinganes solo en el escenario, esos acordes iniciales de I Won’t Hold You Back que años más tarde samplearía Roger Sánchez en la housera Another Chance. El interludio pianístico se resolvió con el regreso de los otros seis músicos al escenario para enfilar Burn, un tema de los últimos años y una de esas canciones construidas in crescendo que desembocan en un momento explosivo coronado por potentes guitarras y el público dando palmas. Los mismísimos Coldplay podrían haber inspirado algo así. Cuando llega I’ll Supply the Love, con otro estribillo facilito para que se desate el karaoke, uno vuelve a preguntarse si de verdad son necesarios tantos solos que cortan el desarrollo de la canción.

El momento emotivo de la noche llegó cuando Lukather recordó a su compañero tempranamente desaparecido Jeff Porcaro, a sus hermanos (fueron tres los Porcaro que pasaron por Toto) y al resto de miembros originales de la banda. Aprovechó para hacerlo con una versión del Little Wing de Jimmy Hendrix que recordó como una de las canciones que escuchaban durante sus primeras giras por Europa, aunque en realidad era una nueva excusa para lucirse, y vaya si lo hizo, con la guitarra.

El más divertido, en cambio, fue cuando presentó a los músicos actuales, todos ya veteranos y con los que lleva compartida mucha vida y mucha carretera. Fue el momento de darse cuenta de con quién nos las estábamos viendo. Para introducir a Greg Phillinganes, Lukather empezó a tocar el archiconocido riff de guitarra del Beat It de Michael Jackson, que él mismo compuso para un disco, Thriller, en el que Phillinganes se ocupó de los sintetizadores. Contó que se conocían desde que ambos compartían local de ensayo en Los Ángeles al inicio de sus carreras, Lukather tocando con Boz Scaggs y su compañero con Stevie Wonder. Con el percusionista, viento y voz Warren Ham han acompañado, por ejemplo, a Ringo Starr. Y cuando presentó al batería Shannon Forrest preguntó si entre el público había algún swiftie, porque sí, Forrest ha tocado con la gran reina del pop actual. Más gracioso fue cuando contó que su amigo Joseph Williams, entre otras mil cosas, había cantado en una película que quizá la gente recordase. El vocalista se puso entonces a entonar Hakuna Matata.

Todo estaba ya preparado para el remate final. Quizá sea ya una canción demasiado tópica en los conciertos de músicos veteranos que quieren celebrar sus muchos años juntos y los de comunión con su público, pero su aproximación al With a Little Help from My Friends de The Beatles, aquí en una versión lenta y soulera que hizo que Williams se transmutase por unos minutos en Joe Cocker, fue espectacular. Luego llegó Rosanna, un hit tan absolutamente yacht rock que podría hacer estallar las costuras de ese subgénero de finales de los 70 rescatado por los modernos hace unos años.

Solo faltaba por sonar su gran hit, el que conocen incluso los que nunca han oído hablar de la banda. Una de esas canciones eternas que valen toda una carrera. Y llegó. Africa resonó en el Botánico porque era imposible que en una noche de nostalgia no hiciera su aparición ese viaje a un pasado más feliz para que la ceremonia alcanzase su cénit. Faltaba David Paich, uno de los últimos miembros fundadores en abandonar la formación y quien la cantó originalmente, allá por 1978, aunque sus compañeros se las apañaron sin problema. En una noche de cielos despejados y calor extremo en Madrid, solo unos minutos antes de que sonase esa canción de letra sin sentido que bendice (¿por qué no?) las lluvias en el continente africano, habían caído cuatro gotas en el diáfano rincón de la capital que es la Ciudad Universitaria. Hay coincidencias que parecen magia, y este sábado en el Botánico algo de esta parece que hubo.