PATRIMONIO

Crecepelos, juergas y cuchillos: el mapa de los comercios históricos a los que Madrid dio la espalda

No han sobrevivido al paso del tiempo, pero han dejado una huella imborrable: Enrique Ibáñez y Gumersindo Fernández diseccionan en 'Comercios históricos' aquellos establecimientos que marcaron la capital

Fachada de la frutería y huevería que se localizaba en la calle Carranza, 15.

Fachada de la frutería y huevería que se localizaba en la calle Carranza, 15. / ARCHIVO

Pedro del Corral

Pedro del Corral

La Movida estaba dando sus últimos coletazos cuando la sala Agapo abrió sus puertas. A diferencia de garitos míticos como Rock-Ola y Carolina, en el número 22 de la calle de la Madera sonaba rock underground. Un hito teniendo en cuenta que el género sobrevivía como podía entre los popularísimos Nacha Pop, Alaska, Los Secretos, Los Nikis, Gabinete Caligari… La abrieron los hermanos Álvaro, Marisa y Enrique Ruiz en el madrileño barrio de Universidad, donde encontraron un pequeño local en traspaso. Les gustó tanto que apenas hicieron reformas. Y, en semanas, subieron la persiana. Corría 1985 y por su escenario pasaron Los Ronaldos, Burning y Siniestro Total. “Aunque no actuó, se cuenta que Joe Strummer, solista de The Clash, se mezcló con el público en alguna ocasión”, recogen Enrique Ibáñez y Gumersindo Fernández en Comercios históricos de Madrid, una guía de establecimientos que cerraron pero dejaron huella en la capital.

Poco a poco, fue convirtiéndose en un lugar de culto: se presentaban discos, se grababan programas de radio, se descubrían fanzines… e incluso, dado el furor que desató, los propietarios editaron un vinilo con grabaciones en directo de sus grupos habituales. “Los horarios eran amplios, demasiado para los vecinos que habían de sufrir el ruido que procedía del interior y del exterior. Abría a las ocho de la tarde y proseguía hasta las seis de la mañana cuando hacía horas que otros ya habían cerrado. Por ello, la calle se saturaba de juerguistas. A rebufo de la concentración de gente que propiciaba Agapo, El Palentino despachaba sus bocadillos de anchoas y tomate”, escriben los autores, que han basado su investigación en documentación y prensa antiguas.

Sin embargo, como consecuencia del estruendo social que provocó, las denuncias no tardaron en llegar. Tras diversos conatos, el Ayuntamiento le retiró la licencia en noviembre de 1994. No es el único que ha acabado desapareciendo del imaginario gato: el hotel Florida, la chocolatería La Española, la joyería Trust, el café de la Santa Cruz y la farmacia Agua de Carabaña, entre otros, corrieron la misma suerte. Y, hoy, el lugar que aquellos iconos urbanos ocuparon, en el mejor de los casos, han mantenido la fachada… aunque en su interior ahora ofrezcan café por cinco euros: “Mientras en París se desarrollaban los grandes almacenes de inspiración norteamericana, en Madrid triunfaba aún el gran bazar”. Y apuntan: “Deseamos que, cuando alguien entre en un comercio histórico, sepa apreciar no sólo la calidad, sino que admiren la historia que atesora”. Como la de los cinco que recuperan las próximas líneas.

Fábrica de Perfumes Gal

Detrás de Perfumes Gal se encontraban Salvador y Eusebio, dos hermanos de familia acomodada que crearon un gel revolucionario: en 1895 lanzaron un crecepelos que, a base de petróleo puro, les hizo de oro. “Como a principios del siglo XX el negocio se quedaba pequeño, decidieron encontrar apoyo financiero. Lo obtuvieron de Lesmes Sainz de Vicuña y, una vez establecida la empresa, buscaron las instalaciones adecuadas para incrementar la producción. En 1906, se instalaron en la calle Ferraz, 25”, anotan Ibáñez y Fernández. Al tiempo, a raíz de un viaje por Asturias, concibieron la colonia y el jabón Heno de Pravia. Un pelotazo que les hizo crecer como la espuma. Para entonces, la sede empezó a quedarse pequeña, por lo que decidieron levantar su propia nave. Un proyecto que encargaron a Amós Salvador Carreras. No obstante, el brillo que les rodeaba empezó a apagarse con la Guerra Civil: los combates dañaron la fábrica, que además sufrió distintos saqueos. Desde entonces, todo fue cuesta abajo. Hasta que, en 1963, se desplazaron a Alcalá de Henares y el viejo edificio se demolió.

La fábrica de Perfumes Gal, en construcción.

La fábrica de Perfumes Gal, en construcción. / AYUNTAMIENTO DE MADRID

Cuchillería Nietos de la viuda de Gesse

Hubo una época en la que los cuchillos perduraban gracias a la labor de afiladores como Nicolás Gesse. Dedicado a la venta, afilado y vaciado, se volvió uno de los profesionales más demandados en la capital: por su taller pasaban peluqueros, sastres, zapateros y cualquiera que precisara sus servicios. Según los autores, “lo mantuvo en el número 10 de la calle Silva poco más de una década. En 1882, por razones que no nos constan, se mudó al 22 de Esparteros. Hacia 1891 realizó su tercer traslado, esta vez sin cambiar de avenida, pues se marchó al 6. En esta dirección lo recuerdan aún muchos vecinos, ya que la tienda llegó a ver el siglo XXI”. Fue tal su éxito que se convirtió en el proveedor de la Casa Real durante el reinado de Alfonso XII. Sus descendientes se hicieron cargo de ella y, a partir de 1918, registraron la marca Hijos de Gesse. Durante su gestión, falleció su padre y, entonces, éste pasó a la viuda. Y, posteriormente, a la siguiente generación, que la renombraron como Nietos de la viuda de Gesse. Cerró hace unos años.

Nicolás Gesse se convirtió en unos de los profesionales más demandandos de Madrid.

Nicolás Gesse se convirtió en unos de los profesionales más demandandos de Madrid. / ARCHIVO

Gabinete de daguerrotipos de Manuel Herrero

Creado por Louis Daguerre, el daguerrotipo fue el primer procedimiento fotográfico anunciado y difundido en 1839. Consistía en una superficie de cobre y plata que, gracias a la luz, reaccionaba y copiaba una imagen. Uno de los primeros en traer a España esta técnica fue Manuel Herrero, que abrió su gabinete en la Plaza Mayor, 26: “Se abastecía con materiales procedentes de París y se animaba no sólo con soportes clásicos, en lámina cuadrada o rectangular, sino también en medallones, alfileteros y tazas. Trabajaba aprovechando las mejores horas de sol, de diez de la mañana a cuatro de la tarde”. El coste era alto, por lo que sólo las clases altas podían permitírselo. Paso a paso, fue perfeccionando su método, jugando con colores, luces y fondos, y el reclamo se disparó. Así que tuvo que moverse a Jacometrezo, 4. Y más tarde a Príncipe, 12. En 1851, tras varios tropiezos judiciales y políticos, se asoció con Charles Clifford, copropietario del estudio Veloz. La unión duró tres años, momento en el que dejó el oficio.

Uno de los daguerrotipos de Manuel Herrero.

Uno de los daguerrotipos de Manuel Herrero. / MUSEO NACIONAL DEL ROMANTICISMO

Huevería-lechería de Carranza

“Fundada en 1883, su primer propietario fue Ramón San Perio, que no la tuvo ni un lustro antes de dejarla en manos de Manuel Diego. Cerró en 1897 y, durante dos años, el local fue empleado como carbonería, propiedad de Manuel García. Ni tres temporadas duró el nuevo negocio para proseguir en una demencial sucesión de dueños: Félix Jimeno, Concepción Collero, Agustín Paro, Vicente Ceballos, José Pellicer y así hasta 1904 cuando volvió a echar el cierre. No acabó aquí la historia, pues los García la reabrieron después y con los González llegó al fin la estabilidad”, relatan. Aunque se trataba de una huevería y lechería, aquí se despachaban artículos de todo tipo. La mayoría de ellos acaban expuestos en la calle, organizados por género y tamaño, en parte, por culpa de la mala ventilación del espacio. La leche, en cambio, pasó a un segundo plano por sus facilidades para contaminarse y por la progresiva extensión de la venta ambulante. Finalmente, se trasformó en una pollería… la última actividad que albergó hasta su desaparición.

Fachada de la frutería y huevería que se localizaba en la calle Carranza, 15.

Fachada de la frutería y huevería que se localizaba en la calle Carranza, 15. / ARCHIVO

Bazar X

Que el nombre no les lleve a confusión: la X es casual y no tiene nada que ver con el tipo de producto que ofertaban. En pleno auge de los pasajes comerciales, Federico Ortiz y López dejó su quincallería de la calle Atocha para establecerse en uno de los locales que acogía el recinto levantado en Espoz y Mina, 6. Estaba formado por 34 espacios y a él le tocó la sección X: “En 1886, era ya el más importante de la galería comercial y, además, el dueño tenía su vivienda encima de la tienda con la que se comunicaba a través de una escalera de caracol”. Sin embargo, un incendio estuvo a punto de echarlo a perder. Por suerte, Federico tenía su capital asegurado y pudo restaurar el negocio, lo que acabó impulsándolo aún más. Con su muerte, Vicente de Gregorio Yuste lo adquirió y decidió orientarlo a los juguetes. De este modo, ampliaba el público al que se dirigía. Un éxito que se extendió hasta 1930, cuando entró en declive, lo que llevó a poner el foco en otros enseres como menaje y bisutería. El cambio no fue suficiente para mantener el tirón y, el 4 de agosto de 1924, cedió el testigo al cine Carretas.  

Ilustración de la galería que acogía el Bazar X.

Ilustración de la galería que acogía el Bazar X. / BNE