EL CUADERNO DE... (14)

En la guarida de Rulo: "Nunca volveré a subirme a un escenario con quien no iría a cenar después"

El fin de La Fuga no truncó su carrera, le dio alas para explorar una nueva cara artística: junto a la Contrabanda, sigue componiendo canciones que calan con la misma fuerza que antaño

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Entramos en la guarida de Rulo y la Contrabanda.

PI Studio / Alba Vigaray

Pedro del Corral

Pedro del Corral

Rulo se toma el tiempo necesario para responder a esta entrevista. Busca los silencios exactamente igual que cuando compone. Ha encontrado en ellos el sitio ideal para inspirarse, leerse y cantarse. En su casa, de hecho, ha cavado una madriguera repleta de guitarras, cuadros y libretas donde suele guarecerse al menos una vez al día: allí, donde tiene lugar esta charla, se respira un aire particular. Quizá, aquel que sólo puede catarse donde el arte, como el oxígeno, es una prioridad vital.

El rock es vida. Y, como tal, me ha dejado heridas. Aunque, hoy, quizá, ya se han transformado en cicatrices. Hay quien piensa que todo es confeti cuando dedicarte a la música conlleva muchas renuncias. Aún así, estoy contento. Miro hacia atrás y puedo dar gracias a la vida”, dice mientras prepara café. Nada como la cafeína para diseccionar 30 años de carrera.

La última libreta que Rulo está usando para componer sus canciones.

La última libreta que Rulo está usando para componer sus canciones. / ALBA VIGARAY

Al frente de la Fuga grabó ocho álbumes, de donde salieron algunas de las canciones más populares de la banda. Estaban en la cresta de ola cuando Raúl decidió marcharse. Diversas desavenencias motivaron una retirada que, tras su correspondiente proceso de reconexión, desembocó en el proyecto que lidera desde 2010: Rulo y la Contrabanda surgió para saciar la vena artística que ni la mayor oscuridad en la que se vio sumido fue capaz de obstruir.

“Los grupos nacen con vocación de eternidad y la mayoría se va al garete. Y lo que no, al final, llegan a acuerdos de mínimos que hacen que los discos venideros flojeen y sean malos. He tejido mi carrera a base de corazonadas”, cuenta a EL PERIÓDICO DE ESPAÑA ya en el estudio que ha levantado en el sótano. Aquí, bajo la luz de un neón de Fender, y flanqueado por una máquina recreativa, ha pasado noches en vela en busca de inspiración.

P. Suizidio fue su primera banda. La creó en 1992, ¿se imaginaba así la profesión?

R. Ni de coña. Con 13 ya sabía que quería ser músico. Lo dije en casa y, si bien no se lo tomaron en serio, no me hicieron demasiado caso. Soñaba con grabar, ojo. Tal vez, ahora, para los más jóvenes sea más fácil, pero antes era como escalar al Everest. Jamás hubiese pensado en editar 15 elepés, tener tres grupos o girar por 20 países. Por suerte, he conseguido más de lo que soñaba aquel niño de Reinosa.

P. “Los domingos me suelo jurar que cambiaré de vida”, canta en P’aquí p’allá. ¿Alguna vez se lo ha planteado?

R. Sí. Y te preguntas si tiene sentido entregar tu vida a la música. Yo he aprendido a equilibrar la balanza. Tengo amigos cuya única pata de felicidad es tocar y vivir por y para ello. En cambio, yo cuento con otras. Y eso, en el fondo, me hace disfrutar más de mi oficio.

P. La parte buena de hacerse mayor.

R. Cuando eres joven, nadie te dice lo que has de hacer. Tienes más miedos y piensas que, igual, de un disco para otro, el público se olvida de ti. Entonces, te entra el miedo y haces uno rápido. En la Fuga, como compositor, a veces, no tenía espacio para escribir porque la gente no quería parar. Como solista, me marco yo los objetivos. Por ello, justamente, suelo girar dos años y parar uno.

P. ¿Ha sufrido períodos de sequía importantes?

R. Aquí, donde me ves con confianza, las he pasado canutas. He compuesto 150 canciones y hay algo que me sigue conmoviendo: por qué puedo hacer un tema que me encanta en cuatro horas y por qué puedo estar tres meses sin escribir. Cuando esto ocurre, me siento el hombre más desdichado del mundo. Y seguirá pasando. La teoría me la sé, pero en la práctica camino con una mochila de cemento hasta que una nueva melodía me salva.

P. Debe ser frustrante descubrir que algo en lo que has invertido horas ya lo has hecho antes, ¿no?

R. Sí, forma parte del juego. Es por ello que me gusta cambiar de productor y de estudio, ayudan a sonar diferente.

P. A veces, el público quiere escuchar lo mismo.

R. Cierto, premia la repetición. Pero, oye, aunque suene anti popular, yo no hago discos para el público. Me siento aquí cada noche para que la canción me guste a mí… y eso cuesta. Lo normal es que de las 25 que suelo proponer para cada proyecto me quede con 10. Obviamente, luego quiero que gusten. Y cada vez cuesta más. Tengo la inmensa fortuna de que mis seguidores les dan una oportunidad, no me piden sólo los clásicos. Y en directo lo compruebo. De ahí que no me pueda permitir un single y relleno. Que de cada etapa permanezcan dos cortes es un exitazo.

Guitarras, carteles y teclados salpican el estudio de Rulo.

Guitarras, carteles y teclados salpican el estudio de Rulo. / ALBA VIGARAY

P. Cada álbum es una reválida, al final.

R. Sobre todo, en España. En cambio, en Latinoamérica, una vez te quieren, lo hacen para siempre, con independencia de lo que venga después. No obstante, cuando compongo, no pienso en ello, lo que me libera bastante. Que sea bueno o malo no lo decides tú, sino el público y el tiempo. Estos dos factores son los que determinan si va a ser clave en tu discografía.

P. ¿Los últimos que ha editado son mejores?

R. No puedo juzgar las canciones que compuse hace 18 años con las gafas de hoy. Aunque hay tres que ya no podría tocar con esta edad, no estoy en guerra con mi pasado. Tú haces lo mejor que puedes en cada momento, pero no me atormenta que mi debut sonara fatal. Es normal, no sabíamos casi tocar. Valoro la osadía de entonces.

P. De las fases de un elepé, ¿cuál le gusta menos?

R. La grabación en el estudio. No me parece nada creativo repetir 50 veces una estrofa para quedarte con la mejor toma.

P. ¿Cambiaría algo del final de La Fuga?

R. Sí, claro. Es como si me preguntas si cambiaría algo del divorcio con tu ex pareja. Pasé una depresión muy complicada, sólo mi familia lo sabe. Hubo quien se pensó que dejaba la banda por dinero cuando, en realidad, yo ganaba bien y nos iba que te cagas. Me fui porque cambiaron las reglas del juego y las normas de convivencia. No creo en los acuerdos de mínimos, lo bonito siempre debe ganar a lo feo. Si no, a mí no me vale. Nunca volveré a subirme a un escenario con quien no iría a cenar después. De los 13 años que estuve en La Fuga, los 10 primeros fueron maravillosos. Sin embargo, no hay que perder de vista que un grupo funciona como Gran Hermano, la convivencia es extrema. Así que, cuando te toca, lo vives como un drama.

P. ¿El público de La Fuga le siguió orgánicamente en Rulo y la Contrabanda? ¿O, por el contrario, tuvo que reconvencerles?

R. Se borró, fue cayendo. Otra parte se despistó y no se enganchó a lo nuevo. Me he encontrado a personas que me siguen de siempre, pero también a otras que no conocen a La Fuga y que, tras indagar, se pusieron a escuchar lo anterior.

P. ¿Cómo ve la música que arrasa hoy?

R. Hay quien está haciendo cosas de cocinado lento y quien se junta para hacer el hit del momento. Estos últimos buscan hacer caja cuando muchos ni siquiera saben tocar un instrumento. Noto que los más jóvenes lo quieren todo ya: sacar un tema, reventarlo y llenar el WiZink. A algunos les pasa, ojo. Pero, de repente, vas a verlos en directo y se nota que el escenario se les queda grande. Huele el tufillo de que sólo buscan el éxito. Y, para mí, éste es hacer carrera.

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