CRÓNICA DEL CONCIERTO

Adele, tú no eres cantante de casino: 80.000 personas la santifican en su triunfal regreso a Europa

Con un repertorio diseñado para la euforia colectiva, y a pesar de la pésima logística, la diva británica no defrauda en el primero de los diez conciertos que dará en Múnich este agosto

Adele regresa a Europa con un espectacular concierto en Múnich

Lucía Feijoo Viera / PI STUDIO

Desde el 29 de junio de 2017 han pasado muchas cosas. Por aquel entonces, Harry Styles lideraba Los 40 Principales con Sign Of The Times y nadie sabía quiénes eran ni Aitana ni Amaia. PSOE e Izquierda Unida (en la oposición) hablaban de presentar en el Congreso una propuesta para despenalizar la eutanasia. Y Zzoilo, Jude Bellingham y Alejo Sauras celebraban otra vuelta al sol. A la par, Adele daba su último concierto en Europa. Hasta ahora, que Múnich ha ganado el premio gordo de acoger su regreso. Han pasado 2.591 días, un largo periodo en el que la artista británica solo se ha dejado ver en contadas ocasiones en su país natal. En el resto del continente, nada. Desde entonces, la cantante reside en Las Vegas y, contrato millonario mediante, ha vendido su voz en exclusiva al popularísimo hotel y casino Caesars Palace. Recorrer 2.000 kilómetros y pagar 700 euros entre entradas, hoteles y transportes parecía un precio razonable. Si hablamos de Adele, claro. 

El primer avión que partía hacia la urbe alemana este viernes salía a las 7:10 horas de Barajas, donde se notaba que era un viaje especial. No había bostezos ni legañas en los ojos. El sueño se domaba a base de I Drink Wine y When We Were Young, dos de las canciones más coreadas entre los fans que aguardaban en la puerta de embarque. Estaba claro que Adele era su destino final. "No sé cuánto me he gastado, he comprado todo a última hora. Estoy loco, sí", dijo un joven con la camiseta de aquella emblemática gira de 2017. "Venimos desde Buenos Aires, casi perdemos la escala. Pero seguro que el riesgo merece la pena", espetó un padre de familia que sujetaba un arsenal de cafés para contrarrestar el jet lag.

Dos horas y media después, Múnich ya era una realidad y se respiraba Adele por los cuatro costados: carteles, furgonetas y banderas convirtieron la capital de Baviera en un parque temático. Ay, pobres locales… aún les queda un mes entero de sobredosis de daydreamers, como se llaman entre sí sus seguidores. Y eso que todavía no se han recuperado del huracán Taylor Swift. De camino al hotel, por supuesto, anegado de más y más acérrimos, con los nervios a flor de piel, el fenómeno se hacía más tangible. Se notaba en la carta de los restaurantes (bien hinchada), en los ríos de cerveza que ya corrían a la hora del desayuno, en el hilo musical de los comercios, que no podía ser otro que Easy On Me. Este tema fue, precisamente, el primer single del último elepé que ha lanzado al mercado. En total, ha sacado cuatro: 19, 21, 25 y 30. Aunque, en realidad, ya con el primero había levantado su particular emporio. 

600 millones de euros

En Múnich ha encontrado su guarida. Con un recinto diseñado para la ocasión, la artista se ha fijado en las grandes estrellas y ha perfeccionado toda una experiencia alrededor de su talento. No solo se viene a escucharla, es obligatorio sentirla a través de gominolas exclusivas y tazas serigrafiadas. Arriba, al centro y para adentro. Ahora bien, la logística no fue su fuerte: mover a 80.000 personas a un espacio no concebido para los conciertos multitudinarios supuso un esfuerzo titánico que no se tradujo en grandes resultados. La mala distribución del transporte público y las kilométricas colas para acceder al recinto empañaron la tarde. Aunque, ojo, los beneficios inclinan con creces la balanza: se espera un impacto de 600 millones de euros en agosto, pues la jungla se volverá a desatar cada viernes y sábado. Bienvenidos a Adeleland.

Los espectadores se sientan en la colina de observación del Parque Riemer en el primero de diez conciertos de la cantante británica Adele en Munich.

Los espectadores se sientan en la colina de observación del Parque Riemer en el primero de diez conciertos de la cantante británica Adele en Munich. / Felix Hörhager

A media hora de arrancar, tocaba coger asiento. Una misión que no fue baladí dadas las infinitas filas que rodeaban el mastodóntico escenario. Al menos, el calor de Madrid no hizo acto de presencia, que no es poco. De hecho, la amenaza de lluvia sobrevoló el ambiente durante toda la jornada. La cuenta atrás había comenzado y, con ella, un atronador zapateo que hizo temblar los cimientos. Apenas dio lugar a vitorearla cuando, de repente, como ella acostumbra, pisó las tablas con garra. Bastó un simple verso de Hello para desatar la euforia. Lo que pasó a continuación tiene tantas aristas como espectadores se congregaron a este lado del polígono Marconi a la alemana: si bien el concierto fue el mismo, hubo miles de formas de vivirlo. Mientras que unos no pudieron reprimir las lágrimas, otros flotaron a kilómetros de altura, como si hubieran sido tocados por la gracia de una Diosa. Sin alas, eso sí, y con una garganta celestial. Set Fire To The Rain, Rolling In The Deep y All I Want lo demostraron. La espera no había sido en vano.

Melena al viento

Adele despejó las dudas (que las había) a base de agudos. La acústica, comprometida por instantes, no empañó un recital soberbio que se sustentó únicamente con su voz. No hubo bailarines ni invitados, pero tampoco hizo falta. La masa quería gritar Someone Like You a pleno pulmón y lo hizo. Dada su trayectoria, nunca se sabe cuándo podrán revivirlo. Quizás pasen otros siete años, quizás no se repita jamás. De momento, ya ha adelantado que necesitará un descanso tras estos frenéticos 31 días… lo de las giras interminables no es su estilo. "A veces, no soy consciente de dónde viene la gente. ¿Cuántos de Londres? Estoy enamorada de Alemania, aquí la música es de verdad", soltó enfundada en un vestido negro, desatando el delirio de las gradas. Fue fiel a su esencia: habló tantísimo como cantó, rotunda y poderosa. Ni siquiera renunció a su indumentaria clásica: pelo suelto y ojos marcados para que nadie se despistase. Si algo demostró es que, a pesar de tener cierto punto analógico, sólo distorsionado por la gigantesca pantalla led que la flanqueaba, supo conectar con la multitud.

El gallinero dio fe de esa diversidad. Abanicos de colores se mezclaron con trajes de chaqueta. Jóvenes en bermudas convivieron en armonía con mujeres que ya cumplieron los 60. Algo que fue posible gracias a un repertorio de alto vuelo compuesto por temas incorruptibles que se han convertido en la banda sonora de amores, rupturas y desengaños en los 18 años que han pasado desde su debut. Rumours, precisamente, resucitó pasiones olvidadas y All I Ask reconcilió a algunos con su pasado. Uno que, dentro de un tiempo, cuando regresen a esta velada, les devolverá al instante en que descubrieron que 700 euros no era un peaje tan alto y que 2000 kilómetros no era una distancia insalvable. Si hablamos de Adele, claro.