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Bela Lugosi no dormía en el ataúd de 'Drácula': las mil historias del cine de terror, un género que todavía merece justicia

El volumen Esto no estaba en mi libro de cine de terror se sumerge en las profundidades de uno de los fenómenos cinematográficos por excelencia, y que sin embargo todavía no tiene el reconocimiento artístico que merece

Jack Nicholson en 'El resplandor'.

Jack Nicholson en 'El resplandor'. / ARCHIVO

En 1895, los hermanos Auguste y Louis Lumière, inventores del cinematógrafo, filmaron y proyectaron Llegada de un tren a la estación de La Ciotat, una película perforada en 35 mm de apenas un minuto de metraje. Según cuentan, algunos espectadores disfrutaban con aquel espectáculo casi futurista, mientras que otros muchos huían despavoridos de las proyecciones, convencidos de que un tren iba a irrumpir en la sala. “En algunos ámbitos su consumo llegó a considerarse vulgar, por no decir morboso y malsano”, explica el profesor y crítico cinematográfico Antonio Míguez Santa Cruz en su ensayo Esto no estaba en mi libro de cine de terror (Almuzara). “Tanto fue así que los pocos aparatos vendidos por los Lumière acabaron en compañías itinerantes de gitanos —quienes por el mismo precio leían tu buena fortuna y proyectaban un corto—, o al amparo de los espeluznantes espectáculos circenses de la época. Es decir, a nivel popular, aquellas prístinas proyecciones se relacionaron más con el ocultismo, la magia y la prestidigitación que con el concepto de arte hoy día asentado”.

Semejante dinámica se mantendría incluso con la aparición de la narrativa aplicada al cine, lo cual sugiere una idea difícilmente refutable: desde sus inicios, el cine y el miedo han ido cogidos de la mano. Paradójicamente, recuerda Míguez, el terror permanece como “el eslabón débil de las ficciones no realistas”. Tanto es así que casi ninguna obra de terror ha sido nominada a Mejor Película por la Academia de Hollywood desde El sexto sentido (1999), lo que en su opinión resulta lamentable, “sobre todo refiriéndonos al siglo XXI, cuya franja que va desde 2012 hasta la actualidad supone una verdadera Edad de Oro para este tipo de cine”. Y la tendencia se está haciendo extensible a los festivales tradicionalmente proclives. Basta mirar el palmarés del Sitges Film Festival, que en sus últimas ediciones premió normalmente producciones colindantes con otros espacios cinematográficos, relegando al terror puro a una injustificada marginación, precisamente en el lugar donde habría que exaltarlo.

“La injusticia no se debe únicamente a los académicos o los críticos, sino también a los espectadores de a pie, quienes suelen evaluar estas narrativas basándose únicamente en el nivel de miedo que les provocan”, matiza el autor, quien al mismo tiempo es consciente de “la imposibilidad de catalogar como arte elevado a la gran masa que conforma el cine de terror. Yendo más allá, el 90% de las obras aquí presentes no pasan de ser simples objetos de entretenimiento, exploits de algunas películas clave que sí son Arte con mayúsculas”. No obstante, la voluntad de Míguez no es la de analizar cada filme desde el punto de vista técnico o estrictamente cinematográfico. A él le interesa en mayor grado relacionar las producciones con sus contextos y curiosidades, creando una provechosa conexión entre la historia y el cine de terror.

Bela Lugosi en 'Drácula'.

Bela Lugosi en el 'Drácula' de Tod Browning (1931). / ARCHIVO

Los diferentes capítulos de su libro, organizados a partir de tipologías reconocibles, normalmente oleadas circunscritas a una época concreta, están trufados de anécdotas y curiosidades protagonizadas por grandes como Bela Lugosi, que se convirtió en una estrella del cine tras protagonizar el Drácula (1931) de Tod Browning, pero acabó encasillado como villano. Por lo visto, como era un actor del método, el austrohúngaro decidió quedarse a vivir en un camerino rodeado de toda la parafernalia vampírica que pudo durante el tiempo que duró el rodaje, aunque no es cierto eso de que acostumbrara a dormir en un ataúd. Tampoco podía faltar en el ensayo el que muchos consideran el peor director de la historia del cine, Ed Wood. El neoyorquino, cuya obra inspiraría la popular saga de zombis Resident evil, era un veterano de la Segunda Guerra Mundial, sin ninguna formación académica, que nunca pudo rodar bajo el amparo de algún gran estudio debido a su extracto humilde o su excéntrico gusto por el travestismo. “Con todo, Wood no perdería de vista su deseo de llegar a ser cineasta, llegando a reunir un absurdo roster de actores (Vampira, el luchador de WWF Tor Johnson, etc.) con quienes realizaría películas artísticamente deleznables”, relata el escritor.

Una de ellas, la obra de culto Plan 9 del espacio exterior (1959), también ha pasado a la historia porque Bela Lugosi falleció durante la filmación, llegando a ser sustituido en las escenas restantes por un doble que se parecía a él lo mismo que un huevo a una castaña. Según se explica en el ensayo, Ed sintió enormemente la muerte de su ídolo de la infancia, “un ‘no muerto’ imponente y seductor que, a diferencia de la ficción, resultó ser un simple mortal. No recuerdo ninguna amistad en el Hollywood clásico tan interesada y sincera al mismo tiempo. El director amateur, cegado por su idolatría infantil, rumió que Lugosi sería la estrella ideal para sus películas; mientras, el veterano actor se agarró a Ed Wood como a un clavo ardiendo pensando en relanzar su carrera. Ingenuos soñadores en medio de una infructuosa simbiosis, llegaron a quererse como si hubieran sido padre e hijo”.

Johnny Depp, en piel del director Ed Wood en la película que le dedicó Tim Burton.

Johnny Depp, en piel del director Ed Wood en la película que le dedicó Tim Burton. / ARCHIVO

Cine de terror 'respetable'

Además de haberse relacionado tradicionalmente con el bajo presupuesto, la serie b evoca el mal gusto y la poca o nula trascendencia artística. Pero estos mitos desaparecerán de la mente de cualquier cinéfilo al mencionar el nombre de Jacques Tourneur, quien además de ser hijo del realizador Maurice Tourneur fue contratado en 1936 por la Metro-Goldwyn-Mayer con la finalidad de rodar una serie de cortos con proyección previa a los largometrajes, en los que ya se apreciaba una notable calidad formal. Probablemente ese talento llevó a que la RKO lo contratara para hacer varias películas de serie b, de las cuales la primera fue La mujer pantera (1942), que contó con un presupuesto de apenas 120 mil dólares de la época y está protagonizada por una señora que desciende de una secta de brujas capaces de transmutarse en felinos. Según narra Míguez, una RKO “herida de muerte tras el desastre recaudatorio” que supuso Ciudadano Kane (1941), pudo “salir a flote gracias a la inesperada acogida de La mujer pantera. Tal vez por ello se mantendría la dupla formada por Tourneur y Val Lewton como productor en El hombre leopardo (1943)”.

Una escena de 'La mujer pantera' (1942).

Una escena de 'La mujer pantera' (1942). / ARCHIVO

Bastante más abultados han sido la mayoría de los presupuestos que manejó Stanley Kubrick, uno de los poquísimos directores que ejecutó con éxito cualquier género cinematográfico que se propuso. El estadounidense rechazó la dirección de El exorcista (1973), una de las películas de terror más influyentes de la historia, pero acertó al asumir la de El resplandor (1980), que con el tiempo se convirtió en una obra de culto, en gran medida por la gran actuación de Jack Nicholson. “El resplandor de Stanley Kubrick fue pionera a la hora de activar ciertos mecanismos de espanto muy comunes al llamado elevated horror de la actualidad”, explica Míguez. “Un ejemplo es el desnudo humano, en alusión al espectro de la habitación 237, ya que incluso su versión juvenil encarna la manifestación de lo extraño o la ruptura de lo cotidiano, base fundamental para construir el horror. Otra cuestión es el uso de la sangre como motivo estético en la composición cromática y estructura visual de los encuadres, adelantándose en tiempo y forma al posmodernismo de Coppola y su Drácula (1992) o Tim Burton en Sleepy Hollow (1999)”.

Antonio Míguez Santa Cruz, autor del libro.

Antonio Míguez Santa Cruz, autor del libro. / Cedida

Asimismo, en las últimas páginas del libro subyace la idea de que el terror es el género antisistema por antonomasia. Su autor lo explica recordando que los horrendos susurros emitidos por estos largometrajes son similares a los chistes de un bufón de corte, capaz de pitorrearse del mismo rey sin temer represalia alguna. De hecho, tanto en la Alemania de entreguerras como en los Estados Unidos de la contracultura o en el Japón de finales de siglo determinados grupos sociales marginados por el Estado encontraron su eco en este género. “El cine fue usado como plataforma para que aquellos grupos reivindicasen sus desventajas, a la vez que, ya en la ficción, se fantaseaba imaginando un pequeño desagravio privado”, apostilla. “La venganza puede serlo a título individual por expreso deseo del productor, el guionista o el director, pero también representa un sentimiento ahogado de carácter plural —inconsciente o no— sufrido por algún sector secundario de esa colectividad. Por ende, zombis, vampiros y demonios, criaturas que provienen de una cultura anterior, ya olvidada, son los instrumentos empleados para ahondar en la herida y desafiar el canon establecido”.

'Eso no estaba en mi libro de cine de terror'

Antonio Míguez Santa Cruz

Almuzara

352 páginas / 23 euros