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El Miño revive la fiebre del oro

Un buscador luso afincado en Vigo relata cómo es una jornada revisando las aguas del río para la extracción del mineral, limitada por ley mediante el uso de herramientas manuales

El Miño revive la fiebre del oro

El Miño revive la fiebre del oro / Pedro Pascual | Faro de Vigo

Pedro Pascual

En un meandro del río Miño, al que solo se puede acceder atravesando caminos de tierra, enlodazados y sobresaturados de maleza, el sol cae a plomo. Las libélulas azules, rojas y verdáceas conviven entre moscas de agua, percas americanas y águilas ratoneras. Un paraje natural excepcional que lleva siglos, desde el Neolítico, siendo testigo de un achaque que es exclusivo de los seres humanos; la fiebre del oro. En el recodo del río, unos sutiles agujeros excavados entre los cantos rodados, depositados ahí por el padre Miño, como le llaman en la zona, son la prueba de que, igual que a nuestros antepasados, la búsqueda del oro sigue despertando pasiones.

Los buscadores actuales, que solo pueden utilizar herramientas manuales, puesto que la legislación prohíbe utilizar hasta bombas de agua de pequeño voltaje, remueven la capa superior de piedras traídas con las últimas riadas, para llegar a la tierra más asentada y antigua, donde las minúsculas virutas de oro descansan. Algunos optan por cavar en vertical, esperando hallar el mineral áureo lo más cerca posible del lecho rocoso, en cambio otros, como Mario Fatanga, portugués afincado en Vigo, prefieren amoldarse al terreno: “La teoría es muy bonita, pero en la práctica, a veces, falla. No puedes llegar con la idea de lo que vas a hacer, si no que te tienes que adaptar mucho a lo que te ofrece el río en cada momento”, afirma.

El terreno que Fatanga está trabajando esta temporada es una amplia ribera en el lado español del Miño, desde la que puede visualizar bien el comportamiento de la masa fluvial. Dependiendo de la zona, “en cinco o diez minutos el caudal puede subir hasta un metro, no es ninguna broma”, explica Fatanga. La casa de sus padres, en la que se crio, está a apenas 400 metros en el lado portugués, por lo que desde niño ha visto “gente ahogada en el Miño, en el que hay que tener mucho cuidado, pero a la vez la gente de aquí sabemos que es lo que nos da la vida”, razona.

Del cuello de Mario Fatanga cuelga una pepita, un guisante dorado que encontró bateando en Navelgas, Asturias. Para él, la búsqueda del oro es una auténtica obsesión: “La fiebre, la fiebre la tengo metida en las venas. No sé, es algo que me gusta, la sensación de buscar algo que está ahí olvidado, que vas a ser la primera persona en encontrarlo…”. Asegura que se contagió viendo un programa televisivo junto a su mujer, quien le propuso “ir a buscar oro durante las vacaciones, pero paradójicamente, a día de hoy, ella no ha hecho nunca una batea, pero hizo lo mejor, meterme el vicio”. Fatanga combina esta pasión, que le genera unos beneficios mínimos, ya que asegura que “no es algo que haga por el dinero, me aporta unos ingresos diminutos”, con una faceta educativa, teniendo especial interés en divulgar sobre el bateo como afición. Da charlas en escuelas, tanto españolas como portuguesas, y explica los aspectos históricos de la búsqueda del oro.

El Miño revive la fiebre del oro

El Miño revive la fiebre del oro / Pedro Pascual | Faro de Vigo

El verano es la mejor época para batear en el Miño, el caudal desciende y permite prospectar y trabajar riberas a las que el resto del año es imposible acceder. Cada día el río es distinto y te obliga a trabajar la tierra de forma diferente: “A veces trabajo con exclusa y con la tierra de los meandros, pero en otras ocasiones extraigo con batea el oro que se queda en las grietas del lecho de roca”, indica.

El río fronterizo con Portugal es una gran fuente de riqueza. Los romanos explotaron, prácticamente por entero, su curso. La mina más potente de la que se tiene constancia en el bajo Miño es la mina de A Lagoa, en Arbo, donde se estima que se removieron dos millones de metros cúbicos de tierra y extrajeron 700 kilos de oro. No solo se puede encontrar oro en el Miño, Fatanga también suele batear en la icónica playa de O Vao, en Vigo. En esa zona de la costa entran en contacto esquistos y granitos, potenciales contenedores de oro fino. El desgaste del mar erosiona las vetas que contienen el mineral y lo deposita en el arenal.

Existe documentación que refleja la explotación minera del Miño a lo largo de los siglos. El fraile Enrique Flórez, en su obra España Sagrada, del siglo XVIII lo expresa tal que así: “El río Miño, navegable por largo espacio, cuenta con el beneficio de la pesca. La pesca no es precisamente de espinas, si no de oro, en que la diligencia de los antiguos se aplicaba a disfrutar las riquezas que la naturaleza arroja a las arenas…”. Retrocediendo aún más en el tiempo, hasta 1572, la Relación del fraile Ambrosio de Morales al rey Felipe II comenta esto:

“En Tuy se saca oro del río Miño, y el obispo tiene un grano del tamaño de un garbanzo pequeño, que se sacó habrá dos años, y del tamaño de lentejas se sacan hartos, oro purísimo. El conde de Monterrey arrienda un sitio de esta ribera en veinticuatro ducados (que actualmente serían 4.700 euros) para solo sacar oro, y por falta de industria no se saca todo lo que Plinio esclarece de estos ríos”. El propio Plinio, apodado el Viejo, que vivió en el siglo I d.C., narra así el final del proceso de extracción aurífera en el Miño: “La tierra se desliza en el mar y el monte derruido desaparece, y por estas causas Hispania ya ha hecho avanzar gran cantidad de tierras hacia el mar”.

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