MEDICINA

La cuna de las viruelas inoculadas: cuatro pioneros contra la mortal epidemia

Dos frailes gallegos y dos médicos irlandeses, vecinos de Ferrol, asentaron el primer método de inmunización preventiva aprobado oficialmente: infectar con viruela humana a personas sanas

Benito Feijoo, Martín Sarmiento, Michael O'Gorman y Timotheo O'Scanlan aportaron, desde Galicia y en el siglo XVIII, el primer remedio de la Medicina contra la más letal de las epidemias de la historia

La cuna de las viruelas inoculadas: Cuatro pioneros contra la mortal viruela.

La cuna de las viruelas inoculadas: Cuatro pioneros contra la mortal viruela. / LOC

Antonio López

La inoculación fue, a lo largo del siglo XVIII, el antídoto que utilizó Europa contra la viruela (causaba 400.000 muertes anuales, el 30% de los infectados; los supervivientes vivían su convalecencia con la angustia de las posibles secuelas permanentes —ceguera y cicatrices en el rostro—). En España, cuando la inoculación empezaba a consolidarse (el aval del Protomedicato —máximo órgano colegial— y el real decreto de 1798 que impulsaba su institucionalización en inclusas y hospitales), quedó desfasada. En 1796, Edward Jenner, médico rural inglés, superando la etapa de inoculaciones con pus de origen humano —smallpox—, había descubierto la vacuna contra la viruela: el contagio preventivo mediante transvases con linfa de origen vacuno —cowpox— facilitaba, sin perder poder inmunizador, una infección más atenuada y una convalecencia menos medicalizada.

Ferrol, destino y asentamiento de los médicos Michael O’Gorman y Timotheo O’Scanlan, en el siglo XVIII, en una xilografía colororeada.

Ferrol, destino y asentamiento de los médicos Michael O’Gorman y Timotheo O’Scanlan, en el siglo XVIII, en una xilografía colororeada. / ARCHIVO MUNICIPAL DE A CORUÑA (COL. MARTÍNEZ BARBEITO)

Feijoo y Sarmiento

El benedictino Benito Jerónimo Feijoo (Pereiro de Aguiar-Ourense, 1676-Oviedo, 1764) fue un luminoso intelectual de la Ilustración. Atento a las primicias científicas que circulaban por Europa, estaba informado de que Mary Wortley Montagu —esposa del embajador inglés en Constantinopla— había introducido, en 1721, en la Corte de Jorge II (tras ser probada en siete condenados a muerte, a cambio de su redención), el método de la inoculación con el que, en Turquía, combatían la viruela.

Benito Jerónimo Feijoo, defensor de la inoculación.

Benito Jerónimo Feijoo, defensor de la inoculación. / REAL ACADEMIA DE HISTORIA

Así, en 1733, Feijoo escribía: “Se debiera imitar la diligencia de muchos Médicos Ingleses en el examen del remedio precautorio que usan los Turcos y que llaman inoculación de las viruelas. Éstas se comunican por medio de dicha inserción, pero en un grado muy remiso y acompañada de levísimos síntomas, de modo que los más no han menester hacer cama y con esta prevención se redimen de padecer más la enfermedad de viruelas en toda la vida. Algunas objeciones que se hicieron contra la inoculación fueron de las más ridículas del mundo. Ciertos Presbiterianos rígidos lo hacían a causa de la Religión, asegurando que aquella práctica era opuesta a los Decretos de Dios. Entre cuantos pasan plaza de cuerdos en el mundo, no hay hombre alguno tan parecido a un loco como un disputante apasionado” (Teatro crítico universal, tomo V, discurso 11).

Martín Sarmiento (Cerdedo-Pontevedra, 1695-Madrid, 1772) fue otro de los pilares de la Ilustración, por su combate contra las supersticiones y por impulsar la creación de bibliotecas públicas, jardines botánicos y cátedras universitarias de Historia Natural, de Agricultura y de Botánica. 

Martín Sarmiento, defensor de la inoculación.

Martín Sarmiento, defensor de la inoculación. / CONSELLO DA CULTURA GALEGA

El aval de este, también, fraile benedictino a la inoculación le viene de su querencia por el conocimiento empírico y por la cultura popular: “Sobre la inoculación de las viruelas, no debo omitir una noticia selecta y curiosa. Pocos sabrán que se ha usado de padres a hijos, y se usa actualmente, en unas montañas de Galicia. Hoy he estado con uno de la feligresía de Folgoso [Courel]. Díjome que en su lugar y en las vecindades era antigua y muy común la práctica de la inoculación de las viruelas y que aun sospechaba que a él se las habían trasplantado así. No podría durar tanto esa práctica si no fuesen felices los efectos. No apruebo estas modas por solo ser modas, pero sí cuando son inveteradas y constantes experiencias de los pueblos que obran por una inmemorial tradición y regularmente con feliz acierto. Así, la práctica de los aldeanos de Lugo es la que debe dar motivo a las tentativas. En dichas aldeas todo se reduce a picar con un alfiler en un brazo o en una mano y en aplicar a la abertura un poco de la purulenta materia de una viruela que tenga uno que actualmente padece viruelas” (De Historia Natural. Obra en 660 pliegos; Enfermedades Infantiles, tomo III; 1762-1766). 

La conexión irlandesa

La seminal trascendencia que Timoteo O’Scanlan tiene en la historia de la medicina de este país no estuvo acompañada de estudios monográficos sobre su vida y su labor hasta 200 años después de su muerte: las investigaciones de Patrick Logan (Journal of the Irish Medical Association, 1964), Miguel Parrilla (revista Asclepio, 1980), Mónica Amenedo (revista Garoza, 2010) y Michael White (Cuadernos Dieciochistas, Universidad de Salamanca, 2016) son los cimientos documentales de este trabajo, junto con las propias publicaciones de O’Scanlan. 

Asedio de Argel y Gibraltar, destino militar de los médicos O’Gorman y O’Scanlan.

Asedio de Argel y Gibraltar, destino militar de los médicos O’Gorman y O’Scanlan. / INSTITUTO CERVANTES

La victoria inglesa, en 1602, en la batalla de Kinsale (condado de Cork), contra la alianza hispano-irlandesa, significó el principio del final de una guerra de nueve años que Irlanda mantuvo frente a la dominación británica. Desde ese año, parte de la tropa irlandesa optó por integrarse en el ejército español, dando origen a los Tercios de Irlandeses; llegaron a formar 26 unidades y combatieron en Flandes, Italia y Portugal. En 1705, los tercios fueron reorganizados en cinco regimientos: Hibernia, Ultonia, Irlanda, Waterfort y Limerick.

Que los médicos Michael O’Gorman y Timoteo O’Scanlan acabasen en el Regimiento Hibernia, acuartelado en Ferrol, es una de las derivadas de la política anexionista de Inglaterra: desde el siglo XVI, los católicos vieron sus tierras expropiadas —para facilitar el asentamiento de soldados ingleses—; tenían vetado el acceso a la administración pública y a estudios universitarios; no podían acceder a créditos y tampoco se les permitía poseer un buen caballo —no fuera a acabar en manos rebeldes—. Formarse fuera del país fue una de las apuestas de familias católicas irlandesas para recuperar/alcanzar el estatus socio-económico que les impedía la anglicanización de su patria.

Michael O’Gorman

Irlandés (Ennis, condado de Clare) y católico, tras estudiar Medicina en Paris y Reims, viene a Ferrol, en 1766, para ocupar la plaza de médico del Regimiento Hibernia, que dejaba vacante Timoteo O’Scanlan, ascendido a Primer Médico Departamental de Ferrol. O’Gorman viajó a Londres, a primeros de 1772, para aprender la técnica de la inoculación con el médico Robert Sutton. Regresa en mayo y ejecuta inoculaciones —en hijos y criados de tres familias de la aristocracia madrileña— “con tal felicidad —en palabras de O’Scanlan— que fué un espectáculo de admiracion para la Corte, en donde no se habían visto hasta este tiempo inoculaciones practicadas metódicamente, quedando desde entónces establecida y difundida en esta Capital la insercion entre muchos Profesores”. 

En 1775, con el regimiento Hibernia al mando del general O’Reilly, marcha a la conquista —fracasada— de la plaza fuerte de Argel. En 1776, forma parte de la expedición que, al mando de Pedro de Ceballos —primer mandatario del virreinato del Río de la Plata—, tomó Sacramento, una colonia portuguesa muy activa, por su posición fronteriza —en la orilla norte del río Plata—, en el contrabando de mercancías y esclavos. 

O’Gorman no regresó a la península; es más, Argentina se convirtió en su patria de destino. Pasó a auto-llamarse Miguel Gorman. Iniciador de la inoculación antivariólica en Buenos Aires, dirigió el Tribunal del Protomedicato —arrancó en 1780— y, en 1801, fundó la Escuela de Medicina. También apoyó la Revolución —proindependentista— de mayo de 1810. Falleció en enero de 1819 y está enterrado en la basílica Nuestra Señora del Pilar, de Buenos Aires.

Biografía de un activista

Timothy O’Scanlan Murphy era hijo de Edmundo y Honora, católicos irlandeses. Nació en Newcastle West, condado de Limerick; sus propias declaraciones juradas sitúan el nacimiento en 1723 y en 1726. A los 22 años se traslada a París donde estudia, de entrada, Humanidades en el Colegio de los Irlandeses. Aunque Timoteo agradecerá las enseñanzas de los profesores de la facultad parisina, formalizó su titulación como médico en la universidad de Reims-Champagne.

Con 30 años, recién finalizados los estudios, entra como médico del Regimiento Hibernia, destacado en Ferrol. En 1756, su unidad es desplazada a San Sebastián y, en el bienio 1762-63, durante la guerra con Portugal, está en el frente de Chaves-Monterrei, donde enferma de paludismo, lo que le acarrea un año de convalecencia. En septiembre de 1766, a raíz de la jubilación del irlandés Sebastián Craeg y con el aval de Pedro Rodríguez de Campomanes -consejero de Cámara de Carlos III- es designado Primer Médico del Real Hospital y del Protomedicato del Departamento Marítimo de Ferrol. En septiembre de 1773, Timoteo O’ Scanlan se casa —en Madrid, donde residía la novia— con María Lacy Fitzgerald, también procedente de Newcastle. Tuvieron dos hijos: Timoteo (1775), que alcanzará el grado de capitán de fragata de la Armada y será autor de una Cartilla práctica de la construcción naval, en forma de vocabulario; para María (1777), el padre, ya anciano, solicitará una pensión vitalicia alegando que, tras su muerte, la hija quedaría “totalmente huérfana” debido a la demencia de la madre. 

Entre 1779 y 1783, ejerce como Médico Consultor del Ejército durante el bloqueo hispano-francés a Gibraltar. Durante este asedio, cayeron enfermos los tres médicos del ejército galo y O’Scanlan pasó a coordinar, también, la asistencia sanitaria a los aliados, lo que le hará acreedor al nombramiento de Médico Consultor de los Reales Ejércitos Franceses —en 1784, por decreto de Luis XVI, firmado en Versalles—. En 1778 ingresa en la Real Academia de Medicina de Madrid —un reconocimiento a su labor preventiva frente a la viruela— con el discurso La utilidad, seguridad y suavidad de la inoculación. Tras 34 años de servicio, se jubila, en 1783, con la graduación de Médico Consultor del Ejército y una pensión anual de 18.000 reales. O’Scanlan fija, entonces, residencia permanente en Madrid y se entrega a divulgar “las felices resultas” de la inoculación. Fallece el 22 de agosto de 1795, escasamente un año antes de que Edward Jenner descubriese la primera vacuna que conoció la Humanidad. 

El divulgador

O’Scanlan no fue el primer inoculador, pero no hubo, en el territorio nacional, un médico más tenaz en difundir la inoculación. Su Práctica Moderna de la Inoculacion (1784) está dedicada a Pedro Rodríguez de Campomanes, decano del Consejo de Su Majestad, por “haber bosquexado Vuestra Señoria Ilustrisima la utilidad de la inoculacion para conservar y aumentar la poblacion y, por consiguiente, las fuerzas y prosperidad del Estado”. De 1786 es La inoculacion vindicada, una refutación del Juicio sobre el proceso de la Inoculacion, obra en la que el presbítero y teólogo Vicente Ferrer argumentaba que “el fomes de las Viruelas trae su origen de la naturaleza corrompida por el pecado” o que “ninguno es dueño de su vida y, por consiguiente, ninguno puede exponerla á un peligro grave; la inoculacion acarrea este peligro, luego ninguno puede exponerse á la inoculacion”. En 1792, su Ensayo apologético de la Inoculación (1792) se publica bajo los auspicios del obispo de Barbastro y con la aprobación de la madrileña Real Academia de Medicina. Para la Academia, el Ensayo es “una recopilación de los mejores y mas sólidos principios teóricos-prácticos que se han presentado en la Europa acerca de la inoculacion” y su autor “es acreedor de los mayores honores por haber sido uno de los primeros que han introducido la inoculacion en España”. Para redactar este libro, O’Scanlan se documentó en publicaciones inglesas y francesas y en noticias publicadas por la Gazeta de Madrid (“cuya autoridad en este punto es innegable”); también en los médicos que “desde las distintas provincias del Reyno, me han hecho el favor de comunicarme sus luces sobre el asunto”. 

Entre estos corresponsales, están personajes que serán esenciales en la implantación de la vacuna —con linfa de cowpox— contra la viruela. El médico que le informa de las primeras inoculaciones en Vizcaya (1771) es el padre de Ignacio María Ruiz de Luzuriaga, uno de los más convencidos defensores —desde la Academia de Medicina— de la eficacia de la vacuna. De la actividad en Ultramar le da cuenta el médico que, con el tiempo, será el más famoso vacunador del país, al frente de la Expedición de la Vacuna a América y Filipinas: “El Licenciado D. Francisco Balmis, Cirujano, en carta de México de 7 de Abril de 1791, me dice que ha visto y observado en La Habana varios almacenes de negros con viruelas inoculadas por mi método, que sus dueños se valen de este medio para asegurar sus vidas y sacar mas valor, pues sin esta precaucion morían muchisimos de ellos. Asegura también que igual práctica se ha establecido en los Blancos no solo en la Isla de Cuba sino en la Jamayca, Martinica, Dominica, el Guarico y demás Antillas”. Antes de inocular a un crío de 25 meses, “cacchéctico [con deterioro nutricional], de vientre grande y entumecido”, O’Scanlan se asesoró con Fernando Oxea, médico municipal de A Coruña, un cargo en el que le sustituirá —su discípulo y yerno— el primer vacunador de Galicia (en 1801): Vicente Antonio Posse Roybanes.

El Ensayo Apologético cifra en 31.005 las personas inoculadas, tras 20 años de práctica, entre el territorio metropolitano y las provincias de Ultramar. Un número que parece bastante exiguo para tanto tiempo y tanto espacio. Esta sensación se remacha al analizar una de las más relevantes aportaciones de O’Scanlan a la historia de la medicina: los 188 casos clínicos en los que describe las inoculaciones que practicó entre 1771 y 1784. En Ferrol, de 1771 a 1775, realiza 101 intervenciones; en A Coruña, entre 1772 y 1776, ejecuta 38; en Fefiñanes-Cambados, entre 1778 y 1783, sumó otras 22; en Algeciras, del 79 al 82, añadió 10; cuatro más en Ceuta (1783) y las dos últimas en Madrid (1784). La evidencia más relevante que se extrae de la secuencia temporal de estas historias clínicas es que fueron intervenciones en familias concretas y aisladas. Pese a saber que una cadena de inoculaciones sucesivas tenía el efecto positivo de atenuar la agresividad del contagio —sin perder eficacia—, Timotheo O’Scanlan no logró crear (tampoco los otros médicos inoculadores) un programa permanente de inoculaciones, una red de sanidad pública frente a la viruela. Explicado con sus propias palabras: en 1792 y tras 20 años de práctica, “con toda verdad, la inoculacion en este Reyno está aún en sus mantillas y la mayor parte de la Nación ignora su utilidad”, muy lejos de la situación en Inglaterra, “donde está tan introducida que el oficial hace inocular á sus reclutas y un amo, antes de recibir un criado, le pregunta si ha sido inoculado”.