GALICIA

Una tarde con los refugiados de Santiago: "¿Siempre hace tanto frío?"

Los jóvenes malienses instalados en el Monte do Gozo de Santiago matan el tiempo con paseos y fútbol y sueñan con poder trabajar

Jóvenes malienses juegan al fútbol en Santiago.

Antonio Hernández

Mateo G.Triñanes

Se ha hecho de rogar teniendo en cuenta que la hoja del almanaque ya reza agosto, pero el sol comienza a hacerse notar mientras las nubes se disipan en el Monte do Gozo, Galicia, con una temperatura en torno a los 25º C que muchos santiagueses aprovechan para acudir a refrescarse a una de las piscinas públicas al aire libre de la ciudad.

Es viernes. El trasiego de gafas de sol, toallas y bañadores es observado con atención por un grupo de cuatro jóvenes recién llegados a la ciudad que se encuentran sentados a las puertas de uno de los pabellones del albergue compostelano que suele acoger peregrinos.

Sin embargo, el itinerario seguido por estos muchachos –que no superan los veinticinco años– nada tiene que ver con la ruta jacobea. Su particular camino comenzó en Mali, un país del África Occidental devastado por un conflicto bélico que supera ya la década de antigüedad. Desde allí, emprendieron una marcha a pie de meses de duración hasta la costa de Mauritania, donde previo pago, pudieron enrolarse en un cayuco de menos de 15 metros de eslora para, tras ocho días de dura travesía, en condiciones de hacinamiento a través del inclemente Atlántico, arribar a las Islas Canarias.

Al ya de por sí agotador recorrido hubo que añadir un vuelo hacia Madrid y dos autobuses, uno desde la capital estatal hasta Mérida y otro desde esa ciudad a Santiago, para llegar al que será temporalmente su nuevo hogar. A pesar de haber superado ya su tercera noche en la capital autonómica, en su mirada se puede percibir todavía el cansancio acumulado tras su periplo, si bien su sonrisa denota el alivio de haber conseguido el propósito que se impusieron hace meses.

Con las torres de la Catedral compostelana en el horizonte, este diario charla con LassMoussaSeidou y Adama –nombres ficticios para proteger su identidad– que, acostumbrados a un clima en el que se rozan de media los 40º C durante el verano, se preguntan si las temperaturas que se han encontrado en Santiago son las habituales. “¿Aquí hace tanto frío siempre?”, consulta Moussa.

De cualquier modo, nada comparable con las gélidas circunstancias en las que realizaron la singladura de más de un millar de kilómetros que separa la costa mauritana de las Islas Canarias y en la que su único resguardo fueron unas mantas y el calor corporal de sus compañeros. Con sus teléfonos móviles muestran imágenes de cómo zarparon, acostados en una pequeña lancha –que parece ser de madera– en la que el apilamiento de personas impide incluso otear su cubierta. “Muy duro, muy duro”, rememora Seidou.

No emprendieron el camino juntos, sino que los cuatro se conocieron ya en España. Sin embargo, las condiciones en las que realizaron este via crucis son muy similares.

Ahora, su único propósito es poder comenzar a trabajar cuanto antes. Para esa labor le serán de inestimable ayuda las clases de castellano que le comenzarán a ser impartidas mañana gracias a la ONG Rescate, encargada de prestarles asistencia en Santiago.

Lass, de 22 años, comenta que le gustaría ser chófer –empleo que a pesar de su corta edad ya desarrollaba en su país natal–. Por su parte, Moussa y Adama, 19 y 24 años, están interesados en aprender el oficio de la fontanería y poder ganarse la vida con ello. Seidou, también con 19 años, quiere dedicarse a la pesca.

Mientras esperan, hay un punto en el que coinciden. A pesar de que todos ellos hablan francés, su intención no es otra que quedarse en España y desarrollar su trayectoria vital en el país que les ha acogido.

Los compostelanos menos despistados los pueden haber visto ya paseando por las calles de la ciudad durante estos días. Enfilan a pie la bajada del Monte do Gozo realizando el mismo recorrido que los peregrinos en la ansiada etapa final y han conocido ya la emblemática praza do Obradoiro. “La ville está bien, bonita”, apunta Adama.

Sin embargo, en ese trayecto hasta el centro lo que más llamó su atención fue el Estadio Verónica Boquete de San Lázaro, cuyo interior pudieron visitar. “A ver si podemos ver un partido”, comenta Moussa.

Junto a los paseos, los jóvenes disfrutan en las instalaciones del albergue santiagués jugando al fútbol y charlando entre ellos. Incluso en la tarde del jueves pudieron disfrutar de un baño en la pileta del complejo. En definitiva, tratan de aclimatarse a una nueva vida, lejos del conflicto bélico y del más que arriesgado camino que dejan atrás, en una sociedad que tiene ante sí la oportunidad de demostrar su mayoritaria madurez y acoger con responsabilidad y calidez a unos jóvenes que, a pesar de su corta edad, ya han pasado demasiado frío.

“¿Y tú qué conoces de Mali?”

Los cuatro jóvenes malienses continúan con un ojo puesto en su país natal, sumido en una guerra civil desde hace doce años que les forzó a emprender su difícil travesía. Por ello aprovechan la precaria red wifi del albergue de Monte do Gozo, que únicamente ofrece cobertura en una zona delimitada de sus instalaciones, para mantener el contacto con los familiares y amigos que permanecen en el Estado africano. No obstante, reconocen que el camino que emprendieron hace ya meses tiene únicamente un billete de ida y supone también en parte dejar atrás lo que les ata a aquel país del sur del Mediterráneo.

Así las cosas, muestran interés por saber qué información llega a Galicia del lugar del que partieron. “¿Qué conoces de Mali?”, cuestionaban, antes de recordar a dos compatriotas que hace más de una década llegaron también a España pero en unas condiciones bien distintas a las suyas: “Lass Diarra y Mahamadou Diarra, que jugaron en el Real Madrid son de Mali como nosotros”.