Rumbo ideológico

Victoria de Sheinbaum: ¿Punto de inflexión en la deriva ultra de América Latina o 'impasse' hasta la próxima crisis?

El triunfo de Sheimbaun fue entendido como un freno al impulso ultraconservador que ha tomado cuerpo en esta parte del mundo, especialmente a partir de la llegada a la presidencia en Argentina del anarcocapitalista Javier Milei

La recién electa presidenta de México, Claudia Sheinbaum

La recién electa presidenta de México, Claudia Sheinbaum / Europa Press

Abel Gilbert

La vida política latinoamericana presentó días atrás dos episodios tan contrastantes como asimétricos que, a la vez, pueden ofrecer pistas sobre el comportamiento regional a corto plazo. De un lado, la histórica victoria electoral en México de Claudia Sheimbaun, una científica que toma el relevo de Andrés Manuel López Obrador y, además, forma parte de una tradición de izquierdas que lo excede. Por el otro, Nayib Bukele dio inicio a su segundo mandato en El Salvador en un gobierno que tanta atención y elogios suscita en la derecha, en todas sus acepciones. Los dos hechos, separados por apenas horas de diferencia, han sido de inmediato presentados como en un juego de espejos enfrentados cuyos destellos se proyectan más allá de sus fronteras.

El triunfo de Sheimbaun fue entendido como un freno al impulso ultraconservador que ha tomado cuerpo en esta parte del mundo, especialmente a partir de la llegada a la presidencia en Argentina del anarcocapitalista Javier Milei, quien semanas antes de las elecciones había tenido su propia guerra personal con López Obrador, convencido de que, con su retórica guerrera, ayudaba a la causa de la oposición mexicana. Sheimbaun recibió de inmediato la entusiasta salutación de los presidentes de Colombia, Chile, y Brasil, Gustavo Petro, Gabriel Boric y Luiz Inácio Lula da Silva, respectivamente, así como los gobiernos de Venezuela, Bolivia y Cuba. El caudal de votos que la lleva a la presidencia representa una doble excepcionalidad. Sheimbaun ha podido capitalizar la gestión de López Obrador y a la vez presentarse como un recambio superador. La defensa de un legado y el anhelo de ampliación del horizonte de posibilidades parecen converger en la figura de la exjefa del Distrito Federal. Esas condiciones no se repiten en los países latinoamericanos donde gobiernan los aliados naturales de Morena.

Escollos de Petro y Boric

Petro perdió las elecciones regionales pocos meses después de asumir, en agosto de 2022, y encuentra muchos escollos en la concreción de su programa. Según el Centro Nacional de Consultoría (CNC), un 47,6% de los colombianos tienen una imagen positiva de su gestión. En cuanto a Boric, quien había legado al Palacio de la Moneda con el signo de la excepcionalidad (su pertenencia a una nueva izquierda y 36 años de edad), tiene una valoración del 31%. La izquierda chilena llega a las elecciones regionales de octubre en condiciones difíciles. El conservadurismo aparece como favorito en los sondeos, así como en las presidenciales de 2025.

Lula volvió a ser presidente en 2023 porque armó una coalición lo suficientemente amplia para dejar atrás la experiencia de la ultraderecha. Esa virtud también supuso un límite programático que Sheimbaun no encontraría en su horizonte. Ella no tuvo que confrontar con una versión mexicana de Jair Bolsonaro. Los seguidores del excapitán del Ejército tienen a su vez una gran capacidad de bloquear las iniciativas del Ejecutivo en el Congreso. En las elecciones municipales van por más y quieren convertirlas en un punto de inflexión que acelere las posibilidades del bolsonarismo de retornar al poder en 2026.

Otras elecciones

El 27 de octubre tendrán lugar las elecciones presidenciales en Uruguay, donde el Frente Amplio (FA), la alianza de fuerzas de izquierda y centroizquierda, espera retornar al Gobierno. Yamandú Orsi y Carolina Cosse pelean por representar el cambio de orientación política. Cosse, alcaldesa de Montevideo, ya ha dicho que quiere repetir el éxito de Sheimnaum. Como ella, administró la capital. Al igual que ella, aspira a ser presidenta.

La excepcionalidad venezolana, con más de una década de conflicto interno, no permite medir los eventuales efectos de lo ocurrido en México. Los venezolanos acuden a las urnas el 28 de julio. Nicolás Maduro se juega su permanencia en el Palacio de Miraflores. Cuenta a su favor con el instrumento del Estado pero con una popularidad carcomida por la crisis y el descalabro interno. La invocación del extinto Hugo Chávez en la campaña no garantiza su éxito. Edmundo González Urrutia intenta recibir el voto de cansancio y descontento de gran parte de la población.

El antimadurismo es muy heterogéno. Se ha unido por el espanto a la continuidad. En su seno hay voces que ven con mayor simpatía a Milei o Bukele que a Sheinbaum. Las ambiciones del salvadoreño de trascender las fronteras de ese pequeño país han quedado por su parte de manifiesto durante la reciente toma de posesión. En El Salvador, dijo, funciona un nuevo paradigma al servicio de otras experiencias regionales. No casualmente su nombre se escucha cada vez que estalla una crisis de seguridad en América Latina, tanto en Ecuador, donde el presidente Daniel Noboa ha declarado el estado de conflicto interno, como en Chile, que agita la bandera de la mano dura bukeliana cada vez que un episodio de violencia llega a los primeros planos noticiosos.

Pendientes de una victoria de Trump

"¿En las elecciones de México? Quieren a Javier Milei", publicó el ultraderechista en X, junto con una fotografía de una papeleta en la cual un votante enojado incluyó su nombre. Más allá del sentido de autoimportancia global que se otorga el presidente argentino, siempre despreocupado de caer en el pozo del ridículo, la anécdota encierra un dato que es común a muchos países. En la medida que la ecuación pobreza-violencia urbana y narcotráfico se intensifica, los ojos en las grandes ciudades de la región se cruzan con las imágenes carcelarias de El Salvador. Las expectativas frustradas en Brasil, Chile y Colombia facilitan la prédica de un discurso que en Argentina pasó de la excentricidad a ser central.

Por lo pronto, y más allá del éxito que tenga para tranquilizar a los mercados o enfrentar la violencia endémica, el comienzo de la presidencia de Sheinbaum deja en suspenso la idea de una inexorable derechización latinoamericana por la emergencia de otro acontecimiento que será determinante. El resultado de las elecciones de Estados Unidos obligará a repensar los escenarios inmediatos si gana o pierde Donald Trump.