MIGRACIÓN

Una ‘bomba demográfica’ en el Sahel

Decenas de miles de personas esperan en Mauritania la ocasión de embarcarse rumbo Canarias, incluso a riesgo de su propia vida, en busca de un mejor futuro

Llegada a Santa Cruz de Tenerife, la semana pasada, de un crucero con los supervivientes de un cayuco.

Llegada a Santa Cruz de Tenerife, la semana pasada, de un crucero con los supervivientes de un cayuco. / ALBERTO VALDÉS

M. Á. M.

De la bomba demográfica africana viene hablándose desde hace años. La población crece en el continente vecino dos veces más rápido que en el conjunto del planeta. En la Unión Europea (UE) son conscientes de que integrar a esos millones de jóvenes que buscan y buscarán una mejor vida fuera de África es uno de los retos que determinará el futuro del Viejo Continente. Sin embargo, el problema ahora es que la situación en el Sahel se ha transformado en un potente detonador de esa bomba demográfica, en una perfecta confluencia de factores que expulsa de sus países –Mali, Senegal, Burkina Faso...– a decenas de miles de personas. A centenares de miles de personas. Por eso el tráfico de barcazas en la ruta atlántica no deja de aumentar; por eso las pateras y cayucos llegan a las Islas día sí y día también; y por eso, y esto es lo más grave, continúa incrementándose el contador de muertes.

Mauritania, al sur, sureste y este del Sáhara Occidental, se ha convertido en la última parada de todas esas personas que han dejado atrás sus países de origen y se disponen a subirse en un cayuco, aun a riesgo de perder la vida, rumbo Canarias. El detonador de la crisis del Sahel –o más bien de las múltiples crisis del Sahel– ya reúne en Mauritania a alrededor de 300.000 africanos que esperan la ocasión de embarcarse para buscar un mejor futuro en Europa. Es la cifra que manejan en el Gobierno regional por fuentes de Bruselas. No en vano, el éxodo de malienses por el clima de violencia que vive su país, que comparte con Mauritania una enorme y en gran parte inaccesible frontera de más de 2.200 kilómetros de longitud, ha llevado al extremo la preocupación de las autoridades comunitarias.

La llegada en barcazas de unas 70.000 personas más de aquí a finales de 2024 es algo que se da por descontado. Se trata de un número ya de por sí extraordinario pero que va camino de quedarse corto. Muy corto. Los representantes de la UE en el Sahel le trasladaron hace unos días al Ejecutivo autonómico que Mauritania contiene en estos momentos a 150.000 migrantes dispuestos a arriesgar su vida en la peligrosa ruta atlántica –la más mortífera– en el intento de labrarse un futuro. A ese número aún habría que sumar los no censados que han salido de Mali y de Senegal para hacer parada en Mauritania.

Y eso sin tener en cuenta el más que previsible repunte de pateras procedentes de Marruecos, cuyas autoridades abren o cierran la espita de la emigración irregular en función del mayor o menor grado de sintonía que a cada rato tengan con la UE y sus Estados miembros. Y ocurre que entre Rabat y Bruselas hay varios puntos de fricción: ahí están las dificultades para cerrar un nuevo acuerdo de pesca –estancado por la cuestión del Sáhara Occidental y por la exigencia marroquí de una mayor compensación financiera– o las presiones de los agricultores europeos para que los acuerdos de libre comercio se cumplan de manera efectiva y el sector no siga sufriendo una suerte de dumping amparado por la inacción de la propia UE. El caso es que ese previsible repunte de pateras desde Marruecos por el enfriamiento de las relaciones con la UE se combina con la difícil situación en Mauritania, que a su vez exige mirar a Senegal, Mali e incluso Burkina Faso.

Senegal lleva más de tres años en conflicto permanente. La mayoría de sus emigrantes son jóvenes que tratan de huir de la falta de oportunidades y de los recortes de derechos y libertades. El cambio político con la victoria opositora en las presidenciales de marzo no ha acabado con el malestar y las salidas del país. Y las cosas no van mejor en Mali, más bien al contrario. Allí viven en un eterno conflicto armado que dura ya doce años y que se agrava con la cada vez mayor presencia del yihadismo, que ha disparado la violencia también en la vecina Burkina Faso. Decenas de miles de malienses duermen en un enorme campo de refugiados en el interior de Mauritania. Otros tantos esperan su turno en la costa para subirse a un cayuco.