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¿Mi tristeza es azul?

La publicación de El rojo no está enfadado, el azul no está triste abre el debate de la idoneidad de identificar las emociones con colores

Fotograma de la película 'Inside Out'.

Fotograma de la película 'Inside Out'. / PIXAR

Montse González

Al archiconocido libro infantil El monstruo de colores, de Anna Llenas (Flamboyant), convertido en todo un fenómeno editorial gracias a sus seis millones de ejemplares vendidos en 40 idiomas, le ha salido recientemente algo así como una réplica: El rojo no está enfadado, el azul no está triste, de Luis Amavisca y Alicia Acosta y publicado por NubeOcho, que para muchos supone el contrapunto a la tradicional corriente que asocia cada color a un sentimiento o emoción. Pero, ¿es positivo asignar un color a cada emoción? ¿Coarta la libertad de los niños a la hora de expresar sus sentimientos o les ayuda a aprender a identificarlas?

“Anna Llenas me encanta, pero ese libro en concreto (El Monstruo de colores) creo que no favorece nada”, indica Ariane Góes, graduada en Bellas Artes con formación en Arteterapia, Pedagogía Waldorf y con un Máster en profesorado. “Yo creo que va en consonancia con la sociedad en la que vivimos y en cómo tratamos a los niños, porque realmente los dirigimos muchísimo, les decimos lo que tienen que pensar, sentir, hacer... No les dejamos ese espacio tampoco ni para experimentar los colores, ni las emociones ni nada”.

Góes ha creado un proyecto que se llama Cera de Colores donde, justamente, trata de “dar ese espacio a los niños para que puedan experimentar a través de la creatividad. No se trata de actividades dirigidas, sino que los protagonistas son ellos y ellas”, indica.

Dejar a los niños su propio espacio

La artista plástica explica que “en Pedagogía Waldorf a los niños en Infantil solamente se les dan los colores primarios y están bastante tiempo con un color antes de pasar a otro, para darles ese espacio para que ellos sientan y entiendan qué cualidades tiene ese color para cada uno”.

“Puede haber cualidades en común, pero no tiene por qué. Si les das el amarillo y les dices que indica felicidad no tienen ese espacio para saber o entender qué es para ellos el amarillo, o el rojo, o el azul, o incluso la mezcla de colores”, subraya. “Yo siempre en mis talleres trabajaba solamente con colores primarios para que hubiera ese asombro y ese encuentro con los demás colores, pero que salga de ellos, que descubran que mezclando azul y amarillo obtienen el verde y que eso les provoque una emoción y una sensación de autonomía, de autosuficiencia, de confianza en sí mismos...”.

La artista plástica, que también es profesora de Secundaria y Bachillerato, va un poco más allá en su reflexión. “Todavía sigue asustando dejar que los niños y niñas tengan su espacio de búsqueda o de experimentación, por eso yo creo que tiene presencia todo lo que es dirigido”.

Todos los materiales son válidos

Por su parte, Maruxa Fernández Hermelo, psicóloga especializada en terapia familiar sistémica, mediación familiar y psicoeducación, indica que “es cierto que hay que dejar un poco de libertad y que cada uno asocie el color que quiera a las emociones que quiera; pero, tal y como lo veo en el libro El Monstruo de colores, es una forma de ir enseñándole a los niños, poco a poco, a identificar sus emociones, sus sentimientos... En mi opinión, no tiene más trascendencia que eso”. De este modo, la psicóloga subraya que “es una herramienta más”.

“Igual hay algunos niños a los que les viene bien y les ayuda a identificar sus emociones así, o a conocerlas simplemente y hay a otros niños a los que no”. Por eso afirma que “todos los materiales son válidos, ambos libros. Si la idea es enseñar las emociones, cómo aprender a identificarlas y hay veces que un color nos puede ayudar un poquito, porque nos trasmite algo, igual les facilita a los niños, pero si no son esos colores, si son otros, también sirve”.

Concretamente, Fernández Hermelo, que a veces en su consulta utiliza herramientas como el semáforo de colores, apunta que “en la película Del Revés (Inside Out), por ejemplo, también se utilizan los colores”. “La palabra azul (blue) en inglés la usan para decir que están tristes y, en cambio, es mi color favorito”, añade.

Estos libros son “una herramienta más que les ayuda a los niños a identificar las emociones, que es algo muy difícil de percibir y de entender al principio, pero es una base que hay que ir puliendo; cuando eres adulto, no piensas en colores; ya sabes identificar lo que sientes, lo que te pasa”.

Distintos enfoques

Para la psicóloga se trata de una cuestión de enfoque: “En psicología lo vemos mucho, cada uno puede tener un enfoque diferente y pautarle al paciente algo totalmente distinto y se puede conseguir el mismo objetivo. Así que, son formas distintas de trabajar las emociones y, en mi opinión, son todas válidas, siempre que haya un respeto. Me parece que ambos libros están bien. No hay que elegir”.

“Me chocó mucho que saliera un libro que fuera la contraposición de otro”, afirma la pedagoga Paula Suárez. “La labor de la literatura infantil no es crear modelos educativos o contraponer los ya existentes. Yo entiendo la literatura infantil con una misión de proporcionar entretenimiento, guiar en el descubrimiento de mundos reales o imaginarios, promover valores como la amistad, la empatía o la bondad...”, expone. “Un libro es una herramienta educativa, pero no genera educación ni modelos educativos, somos las personas responsables de ello las que los creamos”.

Ella misma es autora del libro O mundo de cores de Roque e Lía. “La sociedad busca ese acompañamiento emocional, pero también busca proporcionar modelos igualitarios, empleando lenguajes inclusivos y que se rompan los estereotipos de la sociedad patriarcal”, afirma. “La literatura, más que decirnos cómo tenemos que identificar las emociones, debe darnos esa mirada de que hay infinidad de colores y que cada niño dibuje sus emociones, las valide y que las acoja en los modelos que más encajen en su forma de ser, de estar, de pensar o, incluso, en los recursos que tiene en ese momento”.

“Lo que me parece importante a la hora de crear y diseñar un cuento es que haga un acompañamiento emocional respetuoso. Lo importante es aprender a a validar esas emociones, a identificarlas, pero no que me aleccionen cómo tengo que hacerlo”. Después, dentro de ese acompañamiento emocional respetuoso, también “es importante no poner etiquetas negativas”.

“Lo que les estamos proporcionando a través de los colores es que ellos asocien el color a una emoción para ayudarles a que canalicen esos sentimientos, esas emociones, esa sintomatología física que quizá no somos capaces de encontrar. Al ponerle un color les ayudamos a que sean capaces de ver eso mismo. ¿Cuál es el objetivo de la inteligencia emocional? Ayudar a que desdibujen ese color. Una vez que aprendo cómo me siento no necesito los colores, porque ya los tengo interiorizados. Entonces, esa identificación del ‘soy’ con el color no es una mirada negativa: ver la vida de diferentes colores, irlos cambiando y entender que ese cambio de colores es divertido y que lo podemos hacer en nuestra forma de ser y estar como en nuestras emociones”.