LA VIDA CONTIGO

30 años de las fotos de Lady Di en ‘top-less’: cómo se realizaron y por qué pagó ¡Hola! una millonada para retirarlas del mercado

El hecho de que un paparazzi captara el deslizamiento de su mínimo biquini se convirtió en asunto de Estado y enfureció a nuestra protagonista

Lady Di,

Lady Di, / ARCHIVO

Quien conoce un poco el mundo de la prensa sabe que hay muchas noticias o reportajes que llegan a las redacciones de los periódicos y que luego no ven la luz. Los motivos son muchos y diferentes: desde políticos a económicos, pasando por una mera cuestión de control de calidad, amistad o incluso miedo a las consecuencias. Un caso que hizo correr ríos de tinta fue el de las fotos de Lady Di en top-less que se vendían por 200 millones de pesetas y que la revista ¡Hola! compró, aun a sabiendas de que no iba a utilizarlas, con la intención de proteger a la princesa.

Las instantáneas se tomaron a principios de mayo de 1994, cuando la que fuera primera esposa de Carlos de Inglaterra viajó con dos amigas a la Costa del Sol para pasar allí un relajante fin de semana. Al coger el avión en el aeropuerto de Gatwick, Diana pensó que esta vez sí lograría permanecer de incógnito, y de hecho pasó bastante desapercibida hasta llegar al apartamento que sus colegas y ella habían alquilado en una urbanización situada entre Fuengirola y Marbella, junto al club de tenis propiedad de Lew Hoad.

Después de acomodarse se dirigieron al club con la intención de pedir una pista y fue entonces cuando un peluquero británico establecido en la localidad de Mijas reconoció a Diana. Georg Guy, cliente habitual del bar del club de Hoad, terminó entablando conversación con aquel grupo de turistas británicas, que le comentaron lo descontentas que estaban con el apartamento, pues no reunía las condiciones necesarias para ellas, y le preguntaron si, como buen conocedor de la zona, les podría recomendar otro sitio más cómodo en el que alojarse.

Fue entonces cuando Guy les habló del hotel Byblos, un lujoso centro de talasoterapia frecuentado por reconocidas figuras internacionales en busca de privacidad y relax. Él mismo las acompañó hasta el establecimiento, en el que se registraron un viernes por la tarde, para sorpresa de algunos empleados que rápidamente reconocieron a Lady Di, quien entregó su tarjeta de crédito para alquilar las habitaciones —aunque no habían hecho reserva, el director del hotel ofreció a la princesa la posibilidad de hospedarse en la suite real, esto es, una habitación de cien metros cuadrados con vistas a los campos de golf—.

Recorte de revista de Lady Di en el gimnasio.

Recorte de revista de Lady Di en el gimnasio. / ARCHIVO

A la mañana siguiente, la presencia de Lady Di era la comidilla de los vecinos y los alrededores del hotel se habían llenado de reporteros. Según Basilio Rogado en su libro Negocios del corazón, cuatro fotógrafos de Europa Press, dos de la agencia Ares y otros tantos llegados el domingo de Madrid y de Reino Unido "se convirtieron en la sombra de la princesa durante el tiempo que duró su estancia en Mijas". Después de jugar al tenis, deporte preferido de Diana, sus amigas y ella se dirigieron a la piscina y se dispusieron a pasar toda la mañana tomando el sol cual lagartijas.

Fotógrafos al acecho

Los fotógrafos estaban ya en ese momento al acecho. Algunos se hicieron pasar por clientes y reservaron habitaciones, mientras que otros permanecieron en el vestíbulo o en los alrededores, a la espera de conseguir las imágenes que, sin duda, les permitirían hacer su agosto. Cada uno buscó su estrategia para eludir la vigilancia del hotel y evitar ser descubiertos por la propia protagonista, que por lo visto fue consciente de la presencia de los reporteros en todo momento.

Rogado, en esa época director de Diez Minutos, explicó que la zona de césped de la piscina donde se pusieron a tomar el sol tenía entonces un murete protector que se extendía a lo largo del límite derecho de la calle del hoyo uno del campo de golf de Los Olivos: "Desde la calle de ese primer hoyo, camuflado en un coche de golf y ‘disfrazado’ de golfista, un fotógrafo puede conseguir una buena posición de disparo. Y tanto desde ese lugar como desde la parte superior del ‘green’ del citado hoyo uno y desde el ‘tee’ de salida del hoyo dos es posible apretar el disparador de la Nikon con algunas expectativas de éxito".

Durante tres agotadoras jornadas, los fotógrafos intentaron hacerse con el botín más preciado. Y fue ya el tercer día, poco antes de que las tres amigas pusieran fin a su estancia en Mijas, cuando los paparazzi consiguieron su objetivo. Diego Arrabal, fotógrafo responsable de la pillada a la princesa, contó que todo fue producto de la casualidad. "[Diana] Estaba tomando el sol boca abajo, sin la parte de arriba del biquini para que no le quedaran marcas. Nunca hizo toples. En un momento determinado, ella se levantó para ir al baño y se cubrió con una toalla. Allí yo, que estaba a pocos metros de ella, le vi por un segundo los pechos, pero no pude fotografiarlo. Minutos después, volvió de la habitación, extendió la toalla para tumbarse boca abajo y ahí capté esa imagen. La foto la hice con la toalla de fondo y ella de rodillas, de frente a mí, con los dos pechos perfectamente visibles".

Un asunto de Estado

Dicen que Diana tenía bastante asumida la persecución constante de la que era objeto, sobre todo desde su separación del padre de sus dos hijos. Pero eso no impidió que se pusiera hecha un basilisco cuando se enteró de la existencia de esas fotos con su pecho al descubierto, desliz que acabó convertido en asunto de Estado. Incluso comentó a sus amigas que esa invasión en su vida privada había sido “humillante como una violación”. Enfados aparte, Europa Press y ¡Hola! llegaron rápidamente al acuerdo de compra de las instantáneas de la princesa tomando el sol en la piscina del Byblos pero sin incluir las del seno desnudo.

Una atractiva Diana en biquini fue portada de ¡Hola! en el número que llegó a los quioscos pocos días después de aquel jaleo. "Al final, el pacto llegó a firmarse: el leve, blanco, inocente, recatado, descuidado pecho de la princesa de Gales quedó valorado en 30 millones de pesetas (cifra oficial, según las agencias vendedoras), que se repartieron entre Europa Press y Ares", escribió Rogado. "El acuerdo incluía, además, la contratación en firme con las citadas agencias de los reportajes del verano de 1994 en Marbella y la posibilidad de encargarles la realización de alguna de las exclusivas concertadas por la propia revista con personajes de actualidad”.

Se cuenta que la agencia Europa Press ofreció la exclusiva a un par de diarios sensacionalistas londinenses, por alrededor de doscientos millones de pesetas, con los derechos mundiales para comercializar las fotos, y por unos cien millones si la exclusiva era solo para Reino Unido. Pero esos medios rechazaron la oferta por el elevado precio y por el miedo a las posibles consecuencias para su equipo. Además, a raíz de otro escándalo que salpicó a Diana, cuyas imágenes haciendo sus ejercicios de cada día en un gimnasio acabaron publicadas en el Sunday Mirror, algunos parlamentarios incitaron al Gobierno británico a aprobar una legislación que prohibiera la publicación de toda foto obtenida sin el consentimiento de los involucrados.

Lo más sorprendente de toda esta historia fue la decisión de ¡Hola! de "no publicar las fotos porque todo ha sido un accidente", según palabras de Carmen Pérez de Villota, entonces portavoz de la publicación. También dio su versión del asunto el director, Eduardo Sánchez Junco, que se justificó comentando que habían retirado del mercado el material porque "es justa correspondencia con un personaje que ha dado infinidad de portadas de éxito a la publicación" —por lo que sea no tuvieron esa misma consideración con otros famosos que también les ayudaron a ganar dinero—.

Algunos años después, Arrabal confesaría que, tras venderle el material a ¡Hola!, Sánchez Junco se citó personalmente con él en la oficina de la redacción y allí le hizo entrega de las diapositivas: "Me preguntó si había más fotografías. Le dije que no, que yo no tenía ninguna fotografía más, más que nada porque yo había mandado el carrete sin revelar. Me estrechó la mano y me dijo: ‘Vale, pues vamos a hacer una cosa, porque yo tampoco quiero tener estas fotos aunque las haya comprado. No quiero que vean la luz nunca’. Y entonces cogió un cuenco de barro, metió dentro las doce diapositivas, las roció de gasolina y le prendió fuego. En aquel 2momento se quemó la que fue la fotografía más cara de la historia".