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Miguel Bosé, Ricky Martin o Nacho Palau: novios subrogados

Miguel Bosé participó en un evento en Mallorca donde varios ponentes promovían el uso de un derivado de la lejía como supuesto remedio para tratar enfermedades

Miguel Bosé.

Miguel Bosé. / EPE

Ricky Martin ha estado recientemente de gira por España, un país que dice adorar y donde siempre saca tiempo para encontrarse con viejos amigos y recorrer atracciones turísticas. De todo ello dejó constancia gráfica en sus redes sociales, lo que a muchos nos ha servido, entre otras cosas, para comprobar que a sus 52 años el hombre sigue estando de toma pan y moja. Lo sabe hasta Nacho Palau, al que las malas lenguas han querido relacionar con el artista sex symbol latino por excelencia en los 2000. De ser ciertas las habladurías, este sería el segundo romance (conocido) del escultor con un animal escénico. Antes ya pasó 26 años saliendo con Miguel Bosé, quien lleva un tiempo sin cantar pero igualmente sigue dando la nota en eventos y entrevistas donde exhibe con orgullo su discurso negacionista del coronavirus y antivacunas, al mismo tiempo que usa la libertad de expresión para afirmar que no la hay —y luego llora cuando otros aprovechan ese mismo derecho para comentarle que es un ridículo—.

Estoy convencido de que, en el fondo, Bosé es de los que no soportan la idea de no ser el centro de todas las miradas. Y como sabe que ya no es aquel guaperas de físico andrógino que tenía montones de mujeres y hombres al retortero, se conforma con interpretar el papel de señor excéntrico que no siente pudor alguno al promover manifestaciones o participar en eventos como el que el otro día se celebró en Mallorca, donde varios ponentes promovían el uso de un derivado de la lejía como supuesto remedio para tratar ciertos trastornos y enfermedades. No sabemos si también le recomendó un trago de desinfectante a su ex, quien en su última exclusiva ha asegurado que, mientras recibía tratamiento para el cáncer de pulmón que le fue diagnosticado en 2022, el 'amante bandido' le mandaba "remedios naturales", sin especificar de qué tipo.

Atrás quedaron aquellos tiempos en los que Bosé cautivaba en los escenarios y fuera de ellos. El tío pillaba cacho —y lo que no era cacho— allá donde fuera, aunque él mismo ha confesado que le costó sudor y lágrimas reconocer abiertamente su bisexualidad. No en vano, en los años del posfranquismo, seguramente aconsejado por su discográfica, se buscó alguna 'novia' como Ana Obregón, otra niña pija como él, entonces aspirante a actriz, con la que no está claro si quedaba para intercambiar arrumacos o hacerse las mechas. Ni siquiera se atrevió a salir públicamente del armario en la época en la que, ya con la reputación de ser transgresor y una carrera musical más que consolidada, aparecía en la tele pidiendo el voto para Felipe González —a la España del PSOE le venía de perlas gente como él para vender cierta idea de modernidad—.

Algo parecido le sucedió a Ricky Martin, que también tiró de alguna novia de pega y estuvo sacando provecho de su imagen de rompecorazones heterosexual hasta que su padre le empujó a contar al mundo que le gustaban los maromos, más que nada por el bien de sus propios hijos. Todos ellos gestados por contrato, por cierto. El mismo método al que recurrió Bosé, que sació su deseo de ser padre creando una familia con cuatro niños junto a Palau y luego, tras separarse del interfecto, se negó a reconocer que los críos sean de los dos padres, y por tanto hermanos con los mismos derechos. La gestación subrogada, por si hay algún lector despistado, es una práctica prohibida por nuestra legislación, aunque muchos famosos sobrados de billetes recurren a países en los que esta es legal y a los que España reconoce su capacidad para determinar la filiación.

La que no tiene el carnet de fidelización de los vientres de alquiler pero también anda por Mallorca es Letizia. Como cada año por estas fechas, la reina disfruta de unos días en el palacio de Marivent, residencia de veraneo de la Familia Real española desde hace medio siglo. Aunque quizás me haya pasado de frenada con lo de ‘disfrutar’, más que nada porque a la esposa de Felipe VI le solía sentar como una patada en el estómago tener que pasar parte del estío allí, rodeada de reporteros y parientes políticos a los que detesta, antes de poder escaparse con su marido a algún lugar secreto para la prensa. De momento la hemos visto paseando por el casco histórico de Palma junto a doña Sofía, regalando ambas ‘dientes, dientes’ —algún periodista cortesano dirá que ‘derrochando complicidad’—. Al menos ya no tiene que fingir cordialidad en público con su suegro, quien la considera parte del grupo de energúmenos que lo echó a patadas del trono y más tarde decidió que se fuera a Abu Dabi. El que no se consuela es porque no quiere.