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Entre tumbas e historias fascinantes en el Cementerio Británico de Carabanchel

El popular distrito madrileño acoge el lugar en que desde 1854 se entierra a los anglicanos y a miembros de otras confesiones con la sepultura prohibida en camposantos católicos

Puerta de acceso al Cementerio Británico, en Carabanchel.

Puerta de acceso al Cementerio Británico, en Carabanchel. / Alba Vigaray

Víctor Rodríguez

Víctor Rodríguez

Es difícil pasar por la calle del Comandante Fontanes, en Carabanchel, muy cerca de General Ricardos, y no advertir su presencia. Un muro de ladrillo exhibe un cuerpo central pintado de color rojo con una gran puerta con un arco ojival. A ambos lados, dos ventanas, una de ellas cegada, también rematadas en arco de ojiva. En lo alto, este cuerpo central está coronado por almenas que dotan al conjunto de un singular aspecto neogótico inglés que choca con los edificios de vivienda colindantes. En realidad, en cualquier otro lugar de Madrid chocaría igualmente.

En la fachada se ve un escudo del Imperio Británico, obra del escultor Pedro Nicoli, en 1856. Por debajo, una inscripción permite leer negro sobre blanco "British Cemetery". Porque lo que se extiende al otro lado de ese muro, ocupando gran parte de la manzana que trazan la propia calle del Comandante Fontanes, la calle de Perico el Gordo, y las de muy apropiado nombre de Irlanda y de Inglaterra, es el Cementerio Británico de Madrid, un espacio con una historia tan peculiar como su arquitectura.

23.06.2024. MADRID. Imágenes del Cementerio Británico, en Carabanchel, Madrid. Foto: Alba Vigaray

Tumbas del Cementerio Británico, en Carabanchel, con el mausoleo de la familia Bauer al fondo. / Alba Vigaray

De aspecto ajardinado, con numerosos árboles, algunos bancos y la piedra de lápidas y estatuas ya lamida por el tiempo, es hoy un sitio de extraña placidez, sin excesos y en que la muerte no incomoda a los vivos. En mañanas de primavera o verano se escucha el piar de los pájaros y se puede ver a algún gato pasar sin prisa por el muro o incluso entre las lápidas. En total son 600 tumbas las que alberga en las que aún se siguen llevando a cabo enterramientos, el último hace unas semanas, según explica David Butler, miembro del Comité del Cementerio Británico, la entidad que vela por su gestión y conservación, y algo así como custodio de su memoria.

Los orígenes se remontan a 1854. Históricamente, los anglicanos no podían recibir sepultura en camposantos católicos. Hay anécdotas tremendas al respecto como la de Mr. Hole que recoge, citando al hispanista Richard Ford, el historiador Carlos Saguar en un escrito sobre este cementerio. El tal Mr. Hole era secretario del embajador lord Digby en la segunda mitad del siglo XVII. Falleció en Santander, pero como no podía ser enterrado en sagrado, el cadáver se lanzó al mar. Los pescadores, recelosos de que un hereje les espantara las capturas, lo rescataron y lo dejaron en tierra, sin darle sepultura, para que fuera devorado por aves carroñeras.

"No querían venir ni muertos"

Desde la legación británica se buscaba un lugar para poder proceder a los enterramientos. Y tras considerar varios, se acabó consiguiendo la autorización del Ayuntamiento de Madrid al otro lado del río, en Carabanchel, lugar entonces alejado y apenas poblado. "Aquí no quería venir nadie ni muerto", bromea Butler.

Se encargó su construcción inicialmente a Wenceslao Gaviña, autor de otros cementerios en la ciudad, pero finalmente fue un italiano, Benedetto Albano, quien acometió la obra. Un personaje curioso que había huido de Italia por participar en un complot para asesinar al jefe de policía de Nápoles y que en Londres había trabajado en la reforma de Covent Garden.

En febrero de 1854 se procedió al primer enterramiento, el de Arthur Thorold. Es poco lo que se sabe de él. Apenas que murió a la edad de 19 años y que en la losa que cubre su tumba la familia quiso que se esculpiese una espada, probablemente la Excalibur del legendario rey Arturo en recuerdo de su nombre. Aún se puede ver, a la izquierda según se accede al cementerio. La segunda inhumación fue la de un bebé de ocho meses, Samuel James Lilliot.

No solo ingleses

Aunque la mayoría de los finados que yacen allí son británicos y, en menor medida, norteamericanos, paseando por entre las tumbas se leen inscripciones hasta en 11 idiomas. El cementerio acabó acogiendo no solo a anglicanos, también a protestantes de otros cultos, judíos e incluso algún católico. En la nómina hay, de hecho, algún nombre importante de la historia local de Madrid. Aquí yace, por ejemplo, William Parish, que fue propietario del circo Price y yerno de su fundador, Thomas Price. O Emile Huguenin Lhardy, que abrió en 1839 el conocido restaurante de la carrera de San Jerónimo, al principio como confitería, y a quien recuerda una deslucida lápida con la inscripción en francés.

Apenas ya legible es la inscripción en la losa sobre la tumba de Margaret Taylor, fallecida en 1982 y que había fundado el salón de té Embassy, lugar de encuentro en el paseo de la Castellana de espías extranjeros durante los años de dictadura franquista. Son, en realidad, muchas las historias de espionaje que confluyen en el Cementerio Británico. Como la de Frances Lindsay Hogg, enterrada en una tumba hacia la derecha del recinto sobre la que llama la atención Butler. "Era una mujer curiosa", explica. "Trabajaba como una suerte de bailarina en teatros y vodeviles y estaba muy bien conectada con parte de las altas esferas. Era amiga de Kim Philby [posiblemente el agente doble más famoso de la Historia] y le abrió puertas en Madrid".

Otro apellido de tronío entre los muros del recinto de Carabanchel es Bauer. Relacionados con los Rothschild, esta saga de banqueros financió buena parte de la actividad constructora de ferrocarriles y de extracción minera en España en el siglo XIX. Un mausoleo de reminiscencias egipcias acoge los restos de varios miembros de la familia.

Enrique Loewe y Antonio González Muñoz

Sin mausoleo, pero en una parcela considerablemente más grande que otras cubierta con una lápida de mármol de enorme austeridad ornamental, apenas una cruz, descansan los restos de varios miembros de la familia Loewe, iniciadora de la conocida firma de marroquinería, hoy una marca de lujo global. Están los de Enrique Loewe Knappe, muerto en 2016 a la edad de 103 años, y que tuvo que abandonar sus estudios de Física cuántica en Alemania en 1934 para hacerse cargo de la empresa familiar.

Justo enfrente hay una pequeñísima parcela con una humilde lápida que recuerda a Antonio González Muñoz, fallecido el 31 de marzo de 2020. "Fue un hombre que tuvo que salir de España en 1939, tras la guerra", relata Butler, que lleva más de 30 años recuperando la memoria de este espacio. "Después de unos años en Francia regresó, pero no lo tenía fácil. Sabía trabajar el cuero y encontró un empleo en Loewe. Su viuda siempre lo agradeció, hasta el extremo de que quiso que su marido estuviera enterrado aquí. El espacio que queda al lado de la sepultura de Antonio es para ella".

El paradero de Charles Clifford

Otra de las historias curiosas tiene que ver con Charles Clifford, uno de los pioneros de la fotografía internacional. En 1994, en una limpieza en el cementerio, un grupo de voluntarios encontraron un fragmento casi íntegro de una lápida que informa de su muerte en Madrid el día de año nuevo de 1865, a la edad de 43 años. Se tiene constancia por los registros de que el fotógrafo galés fue enterrado en el Cementerio Británico, pero no se han encontrado ni la tumba ni los restos.

23.06.2024. MADRID. Imágenes del Cementerio Británico, en Carabanchel, Madrid. Foto: Alba Vigaray

David Butler, miembro del Comité del Cementerio Británico, en el interior de la necrópolis. / Alba Vigaray

Hoy ese fragmento de lápida se encuentra colgado en una pared a la derecha según se accede al cementerio. A sus pies hay una piedra rojiza con un número 15 pintado en blanco. Se encuentran otras piedras similares, con otros números, en otras tumbas. Son la referencia que tienen en la audioguía del cementerio, que está abierto a visitas al público los martes, jueves y sábados entre 10.30 y 13.00 horas.

Excepcionalmente se organizan visitas guiadas bajo demanda y para grupos de no menos de ocho personas. Se puede consultar en la web del cementerio, donde aparece un e-mail de contacto. Hasta hace no mucho las conducía el propio Butler, pero ahora son otros voluntarios. Él, dice, ya está cansado. A sus 84 años, se sabe, cargado de ironía, "en la lista de espera". Cabría pensar que, tras décadas dedicadas a su custodia, será enterrado allí. Pero no. Echa mano al bolsillo de su americana y saca de un tarjetero una de la Facultad de Medicina de la Universidad Autónoma de Madrid que le acredita como donante de cuerpo. "Ahorra mucho dinero", dice.