Opinión | EL REVÉS Y EL DERECHO

Españolizarlo todo

Las reyertas, las que nos corresponden y las que no nos corresponden, al menos directamente, están entrando de lleno en la discusión pública

José Manuel Albares se dirige a los periodistas tras la reunión del consejo de ministros

José Manuel Albares se dirige a los periodistas tras la reunión del consejo de ministros

Algunas cosas pasan en el mundo y el dolor es nuestro. Lo que pasa fuera, lo que sucede dentro, la miseria, la derrota de la razón, todo lo que ocurre, forma parte legítima de lo que nos ha de preocupar y llamar a la solidaridad y a la atención, nunca al olvido. 

Hay dolores particulares, sucesos que nos afectan sobre todo a nosotros, los españoles, a nuestros barrios, a nuestros trenes, a los terribles sucesos que cubren de sangre o de duelo este país que es como otros países, igual que cualquier otro país es como España. 

De los asuntos que pasan en nuestras propias fronteras ya hay bastante controversia, política, social, en los taxis, en los autobuses y en los bares, pero pocas veces llega la sangre al río, porque este país que tanto se peleó en la historia ahora, más o menos, dirime sus diferencias dentro de los ámbitos de las leyes o de los parlamentos. Y no, ya no llega la sangre al río. Que no se olvide esto.

Pero hay una naturaleza española, que ya dura años, o siglos, en que muchos de nosotros, por decirlo en plural, queremos que todo lo ajeno sea también propio, para bien, para muy bien, o para mal o muy mal. Lo que está ocurriendo ahora en Israel y en Palestina es, sin duda, algo grave, que requiere la atención internacional que está mereciendo. Joe Biden, por ejemplo, que vive en Washington y que muchas veces ejerce por teléfono, o por otros sistemas, sus graves asuntos internacionales, viaja estos días a la zona más caliente de estos tiempos (y del pasado) viajando al otro lado del mundo para conversar en persona con quienes pueden intervenir en la resolución del drama. 

Es lo que le corresponde a él, como presidente del “país más potente de la tierra”, eso dijo. Pero es lógico que la atención se centre ahora, aparte de en la zona del conflicto, en la Europa confederada, en países como Francia, donde hay tantos judíos y árabes, afectadísimos por el drama presente, o como en Alemania, por razones que da también mucho dolor evocar. Pero, ¿en España?

Claro que España tiene el derecho democrático, solidario, a preocuparse, a todos los niveles, por esta historia sangrienta hasta el horror. España ha sido parte de la búsqueda de la solución de este conflicto imperioso y terrible que ahora ha estallado de manera cruel, por Hamás, y de forma insólita, y cruel también, por parte de las autoridades israelíes que han decidido que la venganza ha de ser generalizada, cargada de razón, e implacable.

Claro que España tenía que preocuparse, solidarizarse contra los horrores, explicar sus distintos grados de sensibilidad ante esta guerra que se hace sin tregua ni piedad. Pero, ¿tenía que hacerlo como lo están haciendo sus políticos, unos y otros, que vayan midiéndose sus armas respectivas para reprocharse mutuamente que unos apoyen esto o aquellos estén a favor de esto otro? Exigiendo, además, que unas cosas y otras, unas invectivas y las contrarias, se digan de esta manera y no de la otra. Muy cansado, todo esto es muy cansado. Y cruel.

He escuchado a Eduardo Madina, expolítico, hecho para la sensatez y el sosiego, pero también para la palabra exacta, que ayuda a buscarla con otros, como sugería Antonio Machado, diciendo algo que está puesto en razón: ya está bien de españolizar el conflicto, de tomarlo como pretexto para nuestras distintas reyertas. Ya está bien de hacer guerras chiquitas para nublar la guerra grande, el dolor verdadero.

Eso está ocurriendo: que las reyertas, las que nos corresponden y las que no nos corresponden, al menos directamente, están entrando de lleno en la discusión pública, por ejemplo relacionada con el gobierno de coalición o con el gobierno popular que no pudo ser. 

Las distintas acciones, torpes, a mi parecer, de Sumar y de Podemos para reclamar atención (atención española) al conflicto de Oriente Medio, entran dentro del esperpento doloroso. Sumar exige integrar el porvenir nacional de Palestina en el programa de gobierno de la posible reedición del gobierno bipartito de izquierda. Podemos exige que España inste al mundo a demandar a Israel. Y en el otro lado, en el lado de la derecha, se insta al presente gobernante interino a que reprenda a sus aliados. El debate, si es que puede llamarse así, parece que reclama que España intervenga en lo que pasa con lo que nos pasa, y eso es de una mezquindad sonora, insoportable.

Cada uno reclama su virtud contra las defectos del otro, y viceversa. Lo que ocurre, esta españolización de todo, está llenando de argumentos precipitados a contendientes que se muelen a palos, como en el cuadro de Goya, intercambiado sus hipérboles que dejan lejos la verdadera sustancia del drama. 

Vergüenza ajena (que es propia, naturalmente) se llama la figura que entre todos se está creando para que el conflicto sea nuestro pero por razones equivocadas.