Opinión | TRES EN LÍNEA

Y al Congreso, que le den

El hemiciclo del Congreso de los Diputados.

El hemiciclo del Congreso de los Diputados. / EUROPA PRESS

Nos hemos pasado años preguntándonos por qué existe el Senado. Error. Lo que no habíamos llegado a plantearnos, pero cada día nos empujan más a ello, es para qué sirve el Congreso. Como aplaudómetro hace años que lleva funcionando. Como escenario a cubierto de reyertas que de otro modo se librarían a la intemperie, donde no se impone el que mejor argumento esgrime sino el que mayor agresividad emplea mientras sus respectivos cofrades jalean al suyo y denuestan al contrario sin escucharlo jamás, también lleva tiempo causando bochorno.

Nos hemos cansado de ver cómo sus presidentes o presidentas (tercera autoridad del Estado, nada menos) renunciaban a ejercer sus responsabilidades, que no son solo ni principalmente las de pastorear al rebaño de parlamentarios que en cada legislatura les toca en suerte, sino, entre otras cosas y por ejemplo, convocar al pleno para renovar el Consejo del Poder Judicial y a quien dios se la dé San Pedro se la bendiga. Hemos presenciado en el Congreso votos contra conciencia y compra de voluntades, que se lo pregunten a los diputados de UPN en la pasada legislatura. Y cambalaches y carambolas de toda ralea. Y hemos padecido, repetidamente, presidentes del Gobierno que han recurrido a gobernar por decreto para demorar todo lo posible el debate y la votación de sus proyectos ante el riesgo de no contar con apoyos suficientes para sacarlos en tiempo y forma adelante. Lo que hasta aquí no habíamos visto es que se esquine al Congreso, no porque no tengas votos para aprobar tus iniciativas, sino por miedo a que quienes te apoyen sean tus rivales y quienes te censuren sean tus socios. Bueno, pues ya nos hemos estrenado también en esta práctica. Estamos que nos salimos.

Si hay algo que encaje milimétricamente en la definición de “cuestión de Estado”, esa es la política exterior. No hay país serio que no tenga eso en el frontispicio de su gobernanza. Pero en esta dinámica en la que andamos de voladura sistemática, no ya de los puentes, sino de las propias instituciones, también eso ha caído. Pedro Sánchez ha firmado un memorándum comprometiendo la ayuda de España a Ucrania y ha aprobado el reconocimiento de Palestina como Estado. Ambas causas son justas. Pero deberían haberse debatido en el Congreso. Porque es en el Congreso, y no en La Moncloa, donde reside la soberanía popular. Y en ambos casos, el posicionamiento de nuestro país habría sido más firme, porque correspondería al deseo de la mayoría del pueblo español, encarnada en los representantes que han votado, y no al criterio de un presidente, que otro puede cambiar.

¿Por qué no ha sido así? Por varias razones, todas ellas reprochables. Primero: porque, como escribía en su newsletter el director de El Periódico, Albert Sáez, ninguno de estos movimientos, por muy positivos que parezcan, se han hecho por interés nacional, sino por oportunismo político, para reforzar las opciones de Pedro Sánchez de obtener un resultado “confortable” en las elecciones europeas del 9 de junio. Segundo: porque Sánchez ha hecho de la política internacional, precisamente, rancho propio. ¿O acaso ha dado alguna explicación, tanto tiempo después, de por qué abandonamos a los saharauis? Tercero: porque Sánchez no quería que, en lo de Ucrania, pudiera encontrarse con que sus socios le votaban en contra y la foto tuviera que hacérsela con Feijóo. Cuarto: porque en la guerra de Gaza, lo que Sánchez quiere es erigirse en líder de toda la izquierda europea y, de haber ido al Congreso, sus aliados parlamentarios le hubieran exigido más. Le habrían pedido que, en la sede que representa al pueblo español y en nombre de él, calificara formal y oficialmente de genocidio lo que los israelíes están haciendo con los palestinos y que llevara a la UE, por mandato del Parlamento español, la exigencia de que Europa pase de los discursos al bloqueo económico y político del régimen de Netanyahu. Sánchez se engalla con Milei. Pero con Israel tiene que medir más. Por eso estamos al borde de la ruptura con Argentina, cuyo presidente de forma barriobajera se metió con la mujer del nuestro. Pero aguantamos sin inmutarnos que Netanyahu amenace a España y nos miente la Inquisición.

Urge que el presidente nos escriba otra carta en X explicándonos cómo se siente. Ni democracia representativa, ni asamblearia. Un tuit. Y al Congreso, que le den. Total, para lo que ha quedado…