Opinión | CONGRESO

Puigdemont, condenado a la amnistía

Sánchez utiliza el Parlamento en defensa propia, con tal intensidad que cabe sospechar que enarbola un matrimonio que solo a él le compete como un artefacto generador de simpatía electoral

El expresidente de la Generalitat de Cataluña, Carles Puigdemont.

El expresidente de la Generalitat de Cataluña, Carles Puigdemont. / Glòria Sánchez / EP

Cuesta imaginar un castigo de mayor dureza para Carles Puigdemont que regresar a la Cataluña menos nacionalista desde 1980, abandonar su bucólico Waterloo electoral para reubicarse en una Girona desconocida donde hasta Vox adquiere un escaño al Parlament. Será más expresident que nunca por culpa de una ley de amnistía que nace vieja, exprimida por la derecha antes de la aprobación en el Congreso de los Disputados. Todo el mundo recuerda cuándo mantuvo la última discusión sobre el perdón al procés, y han pasado semanas.

La ley de amnistía condena a Puigdemont a regresar a un país que ha perdido, en un referéndum democrático sobre su persona. No puede aspirar a una investidura por las mayorías absolutas de Jordi Pujol, ni a retomar la Generalitat bajo el manto y ordeno de Adolfo Suárez como Tarradellas. Le perdona la vida un Pedro Sánchez al que desprecia, su ecuación para recuperar la presidencia de Cataluña se cimenta en un malabarismo numérico en el que no confían ni sus fieles más acentuados.

Se adentra en el limbo de los jubilados, que cada vez que toman la palabra reciben la cláusula previa de "sé breve".

Aceptando la definición que reclama Puigdemont, el regreso de los exiliados nunca fue triunfal, equivale al reencuentro con un antiguo amante que ya no despierta pasión alguna. Los fugados incomodan a los que se quedaron, pregunten a Zelenski qué piensa de los varones ucranianos en edad militar refugiados en España. El protagonista único de Junts se salva de la cárcel y de los sarcasmos huecos de Marchena durante un proceso, pero la condena a la amnistía lo arranca de su ficción redentora. Nadie lo necesitaba, sentirá añoranza del misterio que lo aureolaba en Waterloo. Tiene que soportar a sus separatistas aplaudiendo alborozados al Congreso español, su reingreso decepciona incluso a la extrema derecha. Queda además a la espera de pactar con Feijóo, de cuerpo presente o por independentista interpuesto.