Opinión | LA SUERTE DE BESAR

Razones por las que manifestarse

No me manifesté en contra del turismo, pero sí salí a la calle para defender nuestra dignidad y dejar claro que quienes vienen a emborracharse, a hacer cosas que jamás harían en su país de origen, a ignorar a quienes aquí vivimos

Razones por las que manifestarse

Razones por las que manifestarse / EFE

Fui una de las 10.000 personas, según Delegación de Gobierno, o 25.000, según los organizadores, que participó en la manifestación del sábado pasado en Palma, bajo el lema "Mallorca no se vende". Me incomodan las multitudes, me agota caminar a ritmo lento y me da pereza el griterío, pero tenía claro que a esta manifestación sí iría. Ahí van algunas de mis razones.

Porque mi participación, como la de muchos otros, fue apolítica. A pesar de haber escuchado a algún sector de la izquierda culpar al actual gobierno de la situación, la verdad es que, durante ocho años, los políticos progresistas no supieron, no quisieron o no pudieron solventar el problema de la masificación y saturación de turistas y vehículos, de la falta de vivienda, de la especulación y subida de precios, del agobio que generan los cruceros, de la percepción de que los mallorquines sobramos en nuestra casa o de las repercusiones negativas sobre el medioambiente. Y tampoco creo que el Govern de hoy se tome en serio la profunda insatisfacción de muchos locales. Por tanto, sólo nos queda salir a la calle a reclamar un presente amable y, sobre todo, un futuro posible.

Porque quiero vivir en la isla en la que he nacido sin sentir que ésta se ha convertido en una teta explotada, a la que todos exprimen, pocos miman y muchos exigen que sea algo que no es. Un lugar estresado, denso, inasequible, pijo y con una identidad que comienza a tener ese tufillo artificioso que tienen los lugares que se convierten en parques temáticos.

No me manifesté en contra del turismo, pero sí salí a la calle para defender nuestra dignidad y dejar claro que quienes vienen a emborracharse, a hacer cosas que jamás harían en su país de origen, a ignorar a quienes aquí vivimos, a chillar, a malgastar nuestros recursos naturales o a menospreciar la convivencia y la cultura local sepan que no son bienvenidos. Que no les queremos ni necesitamos para subsistir.

Porque quiero poder ir a la playa o a pasear por la montaña y disfrutar de ir a la playa y de pasear por la montaña. Odio la sensación de que, a partir del mes de mayo y hasta octubre, debo recluirme porque otros han tomado posesión de Mallorca.

Porque Mallorca no es sólo de los hoteleros, ni de los que viven del turismo, ni de los que alquilan vacacionalmente sus casas. Mallorca también es de los que nos dedicamos a la comunicación, a atender en un supermercado, a limpiar las calles o de los funcionarios. Tenemos el derecho de habitar dignamente nuestro territorio.

Me manifesté porque, desgraciadamente, sé que mis hijos no van a tener la suerte que he tenido yo. Que he disfrutado de un entorno que me ha protegido, que vivo en un piso que me gusta, en un barrio que me parece bello y que, a pesar de apretarme el cinturón y de ser austera, puedo permitirme algún capricho sencillo. Si no hay contraorden, los lugares bonitos y luminosos de esta isla jamás serán para nuestros hijos, porque no podrán pagarlos. Contra eso me rebelo profundamente.

Por estos motivos y por algún otro más, me manifesté el sábado pasado por las calles de Palma. Y volvería hacerlo todas las veces que haga falta.